Día 4. ¿A dónde me llevan mis sentimientos? ¿A qué me
invitan mis deseos?
San Ignacio de Loyola.
No dormí
muy bien. Tuve algunos sueños extraños. Imagínate, en uno de los sueños yo
acompañaba a los alumnos de una preparatoria a un programa de concursos en
televisión. En otro sueño estaba en una reunión de religiosos de varios
carismas. Dos de ellos tenían algunas diferencias y yo intentaba conciliar. En
un tercer sueño estaba en una clase de Tae Kwon Do queriendo recordar los
viejos tiempos, pero el maestro nos ponía una forma que yo nunca había
practicado y me sentía avergonzado por no poder seguir al grupo. Supongo que no
descansé por tantos sueños que tuve en una sola noche.
Cuando
me levanté de la cama, me preparé y caminé a la Capilla más grande del
Crucero donde suelen tener su misa el grupo más numeroso de religiosas con el
capitán Gabriel. Noté que había caras extrañas. Personas que no eran de los
pasajeros que zarpamos juntos. Entonces me acerqué a una ventana y pude ver ¡oh
sorpresa! Nunca nos internamos en altamar. Estábamos en otro puerto: San
Antonio.
Estuve
algo intranquilo en la
Celebración de la fiesta de Epifanía. No sé por qué pero no
me quité la capucha. Ya que seguíamos en puerto, ésta mañana aproveché para
conocer algún rincón de Naturaleza de aquel lugar. Llevaba mi cuaderno en una
bolsa de plástico con las últimas instrucciones de nuestro capitán de grupo. La
propuesta del día era analizarnos a nosotros mismos, comprender y asumir
nuestras fallas, y también ver el impacto que tienen nuestros actos u omisiones
en el pecado estructural o social.
Primero
pensé en ir a una comunidad que está a media hora del puerto de San Antonio,
pero en cuanto salí empecé a meditar y me sentí atraído a otra dirección. Mi
corazón quería conocer otro lugar de la isla. Alguno a dónde no hubiera ido
ninguno de los años anteriores. Así que vi un letrero que anunciaba: “Camino al
Vado”, y lo seguí. Después de subir por la ladera más o menos un kilómetro me
interné en un sendero que descendía hasta un río. Para entonces ya había
recordado dos o tres de mis pecados frecuentes y, de pronto, otra enseñanza de la Naturaleza. Había
unos árboles casi secos totalmente envueltos por enredaderas, también secas.
Entonces pensé que los árboles se quedaron pequeños por el peso de las
enredaderas invasoras del mismo modo que nosotros nos quedamos enanos cuando
nos atrapa el pecado y nos seca por dentro. Aproveché la ocasión para tomar una
foto y recordar el momento. Aquí te la comparto.
Seguí mi
camino bajando una cuesta y llegué a un rancho con la esperanza de llegar al
río que desemboca al mar. Un buen hombre me concedió el paso hacía el río
cruzando un potrero del rancho. Había mucho ganado. Por fin, salté la cerca y
llegué al río. Me impresionó ver que su caudal era muy pobre. Tan poca agua
corría que se podría cruzar al otro lado saltando de piedra en piedra. Quise
llegar por lo menos a la mitad del río para sentarme un rato. Había piedras que
se veían muy firmes, pero que al pisarlas se movían. Afortunadamente no me caí.
Creo que así también en nuestras vidas hay cosas que parece firmes, efectivas,
seguras; deseos que nos mueven a tomar
ciertas decisiones, pero luego nos damos cuenta de que lo que elegimos no
siempre nos reporta los beneficios que esperábamos. A veces nos equivocamos y
nos decidimos por algo sin discernir, y entonces no pasa mucho tiempo para
darnos cuenta de que ese paso dado no fue el mejor. Y algunas veces, caemos al
agua del sin sentido o la desesperanza. Por eso es muy importante saber distinguir
las piedras firmes de las piedras inestables. Discernir bajo el modelo de
“Principio, medio y fin,” de San Ignacio. ¿A dónde me llevará esta elección? Para
nosotros los cristianos el criterio esencial para tomar decisiones es Jesús. Él
nos ha mostrado cómo podemos caminar para ser felices y así hacer felices a los
demás. Cristo es la luz que nos ayuda a caminar, Aquél que nos puede confirmar
cuáles piedras conviene pisar para cruzar el río de la vida, mientras somos
peregrinos en esta tierra. Cristo es la cabeza de nuestra Iglesia. Ella es su
esposa.
Regresando
a mi aventura, te contaba que empecé a
saltar de piedra en piedra hasta llegar al centro del río. Ahí me detuve por
miedo a caer y mojarme las botas. Encontré una piedra elevada y plana en la que
me senté a meditar. Mi oración fue una sorpresa para mí mismo. De pronto me vi
hablando con voz alta, platicándole a María como es que la he ido dejando de
lado, como con el tiempo mi devoción al Rosario ha venido a menos. Luego le
dije a Jesús – como un amigo a otro amigo – mira, en confianza, tú ya sabes
cómo soy, y le empecé a contar todas mis faltas y omisiones del año que recién
terminó. Le platiqué con mucha libertad y serenidad, y yo sentí que Él me
escuchaba. Al dejar de hablar me invadió una profunda Paz, esa Paz que sólo
Dios puede darnos y que – estoy seguro- tú también has experimentado.

Mucho me ayudó disponerme, abrir el corazón,
ser transparente. Yo sólo di el primer paso (bajar la colina, cruzar el
potrero, saltar la cerca, llegar al centro del río, orar…) y después mi
espíritu, mi yo verdadero, habló. Me sentí como una de esas piedras desnudas
sobre río. No había nada que me tapara, era mi vida abierta, mi ser total,
justo bajo el Sol- Misericordia de Dios. Estaba ahí, agradeciendo a Dios ese
diálogo orante inesperado cuando vi en la orilla del río dos árboles frondosos
y me acordé de aquél pasaje que dice quién espera en Dios será “como árbol plantado junto a
corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo
que hace, prosperará”. También les tomé una foto para recordar esa oración
profunda que me hizo ubicarme en mi lugar de Hijo de Dios, de creatura
necesitada, pobre.
Regresé al barco muy agradecido y para llegar más rápido cruce un campo de maíz. Me sentía ligero, como esos que van cantando, cargando las gavillas cosechadas de regreso a su casa.Llegué justo a tiempo para la entrevista que tenía con el capitán Ramón y le conté todo lo que había escrito ayer respecto a mi Principio y Fundamento. Después jugué basquetbol con algunos del los pasajeros jesuitas del barco. Y me sorprendió que entre ellos hubiera dos españoles, Pedro y Alberto.
Hacia
las dos de la tarde ya había quedado lejos la costa. Hacía calor y después de
comer dormí la siesta en una de las cubiertas del crucero, sobre un pasto verde
y fresco. En ese lugar hay una estatua muy particular de Ignacio de Loyola. Se
ve al vasco en tres momentos de su vida. En la misma pieza fundida se ve,
primero, al Iñigo herido en Pamplona,
después al peregrino orante de Manresa y, finalmente, al Ignacio de
Loyola ya como General de la
Compañía de Jesús en Roma. Esta estatua triple es
verdaderamente una obra de arte que derrocha creatividad y transparenta, desde
mi parecer, las tres etapas de la conversión según la tradición de la Edad Media: vía
purgativa, vía iluminativa y vía unitiva
Al cabo
de 45 minutos de siesta me despertó el piquete de un mosquito en el pie. ¿Cómo
puede haber mosquitos abordo? A no ser que vengan en la fruta o que se críen en
el agua de macetas, yo que se…
La tarde
fue más tranquila que la mañana. Tomé un café y me fui a la capilla del
“terceronado” cuya
patrona es “Nuestra Señora de la Tarahumara”. En la
oración Dios me regaló más claridades respecto a la raíz de mi desorden. Me dolió
darme cuenta de varias cosas: recordar los hambrientos del Cuerno de África,
las prostitutas y sus niños en el centro histórico del D.F.; los miles de niños
en situación de calle, las menores explotadas sexualmente en “La Merced” y en el centro
histórico de Guadalajara, los adictos maltratados en tantos “anexos”, los
migrantes torturados y asesinados, las familias que han perdido padres, madres
o hijos en esta absurda guerra, la esclavitud de los cortadores de caña… una
lista que podría continuar… la lista de las víctimas invisibles del sistema
económico neoliberal… los desheredados, los marginados, los sin techo, los
olvidados… Así se desarrolló mi oración en torno al “pecado estructural” y tal
vez tu te preguntes conmigo: ¿Y yo qué tengo que ver con todos estos? y, si no
lo piensas, nunca lo sabrás…
Creo que
todos tenemos que ver con estas injusticias. Hemos creado un mundo cuya
organización premia a los fuertes y oprime a los débiles. Nada tan lejano al
proyecto de Dios para el mundo. (Is. 58, 6-11)
Una
Buena Noticia para nosotros es que no todo está perdido. Los que seguimos a
Jesús sabemos que el Evangelio avanza poco a poco. Su paso no es avasallador,
va lento, de corazón en corazón. Y sabemos también que nosotros podemos ser
instrumentos para que el Reino se establezca en dónde nos movemos (familia,
escuela, oficina, amigos, viajes, deporte, etc).
Quien
piense que la fe y la política no tienen nada que ver está traicionando el
mensaje de Jesús. Él buscaba un orden más justo en su tiempo, denunciaba las
injusticias y con sus acciones promovía el reconocimiento de la dignidad de los
grupos excluidos de su sociedad judía sometida al imperio romana. Decir “creo
en Dios” (sólo Fe) y no realizar acciones concretas socio-políticas que
restauren a los marginados no sería verdadero cristianismo. Sería, desde mi
punto de vista, un espiritualismo egoísta, quizá una búsqueda personal de paz y
justificación por el olvido semiconsciente de los más necesitados. Por eso la
misión de la Compañía
de Jesús se define como Fe -. Justicia.

Las
acciones políticas no tienen que ver sólo con pertenecer a un partido o un
colectivo determinado, ni con ganar un cargo público para imponer nuestro
programa social o económico. La política en el sentido amplio de la palabra es
toda palabra, acción (y omisión) que tiende a construir una sociedad más
humana, en la que la equidad (y no la
acumulación) sea condición del desarrollo; que busca el bienestar de
todos los grupos sociales; que denuncia las injusticias y exige transparencia a
los gobernantes y también a las asociaciones civiles.
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