Por María González Gómez.
Guadalajara, Jalisco.
Abril de 2013
Regresas de
viaje y no te sientes en casa, tu anterior paradero tampoco lo era, viajero con
rumbo fijo, misionero con itinerario. Muere el espíritu aventurero, dónde quedó
la novedad y la mochila que hace de antiguo ropero, un par de botas y un mapa
sin ruta.
Sin lugar,
porque todo elogio de victoria desmerece, la conquista no es como la pintan: no
hay orgullo ni ganancia, fue tan sólo un tiempo compartido, una historia llena
de individuos que, como muchas otras, así, pasó de improvisto.
Expuesto al
clima, al sol, su calor, a su ausencia y su fría correspondencia, empatadas con
la bella y solitaria luna que orquestea el firmamento repleto de estrellas,
tintineantes, individuales: si tan sólo supieran que aquí abajo las vemos en
conjunto, quizá no lucharían tanto entre ellas por sobresalir.
Vagabundos
todos, o al menos yo y ahora sé, muchos otros. En busca de respuestas,
recorremos caminos hasta los extremo de lo conocido, cuidando de entrar en
terrenos que esconden secretos para los
cuales aún no nos sentimos listos.
Guadalajara, Jalisco.
Abril de 2013

No sientes pertenencia en tus rumbos, la gente que te reconoce en la calle ya no te es más familiar; has dormido al intemperie y ahora el techo te sofoca y las paredes aprisionan.
Ahora
añoras el cielo limpio, aunque lo sigues mirando, aquel era distinto y lo sabes;
nunca fue tuyo pero, algo en ti se sentía de él. No más sorpresas por la
mañana, aquí el detalle se acaba, hoy sabes que sigue, pues ayer se te anunció;
lo quieras o no, las horas están fijas y no puedes mover las manecillas del
reloj.
Sin paradero,
pidiendo en cada puerta asilo de pan, un vaso de agua, y si la caridad a de
mostrarse, unas cuantas monedas para seguir el viaje.

Sin más,
sin hogar, pues tu propia y cómoda cama, no resulta muy diferente del ajeno y
frío, duro suelo que antes veló tu sueño sin pedirte ningún sueldo.
Nómada
errático, cuya casa y techo son el universo entero, ama a su amigo contrario,
avanzado
sedentario: te han mostrado como astuto, y sin embargo tu nombre me suena a
flojera, pies cansados y estómagos saciados que volverán a tener hambre, pues,
tarde o temprano.
Sin hogar,
repito, pues el mundo está lleno de mendicantes que ruegan por consuelo. Un
verde y angosto camino, vías del tren o pavimento, grandes edificios, casas a
punto de caer; la miseria humana no tiene preferencias, llega por igual, solo
que algunos han encontrado la manera de encubrirla: espejismo en un desierto de
luces y palabras, le cambian de nombre, le ponen apellido que suene.

Y así, aquí
estamos y seguimos, cargando nuestra casa ligera y queriéndola instalar en el
terreno de cualquiera que nos abra las puertas; arraigo y desapego son tan sólo
pasos del proceso, fácil es acostumbrarse, difícil tener que decidir si ir y
alejarse, si regresar y abandonarse.
Sin hogar,
porque ahora sabemos que una casa, sobre cualquier aire y mirada se puede
edificar.
María G.
Gómez
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