Por Jorge Alberto Ramos
Guerrero*
De
madrugada, los ojos salados de sueño, captan imágenes profundamente intensas,
pero sobre todo es la entraña la que se conmueve ante lo que veo: Tras el
pabellón, una familia experimenta entre las penumbras de la luz matinal la
lucha de una niña. Atado a un rebozo, el hermanito menor de apenas un año y
medio es abrazado por María, la madre, que
dé pie permanece; con una dignidad de una mujer de años, ha vivido la densidad
del tiempo en estos últimos días. Esta joven madre le abraza. Su falda tzeltal
típica de líneas de listones de colores y unas sandalias de plástico, aun a
pesar de que la mañana es fría, habla de su originario maya. Reynaldo el padre,
llora calladamente; Se acerca a la niña, le frota sus manos y sus pies en
ejercicio de rehabilitación indicado previamente mientras de cuando en cuando
voltea como buscando aprobación, ¿lo hago bien? Como cuestionando con su mirada
enrojecida de llanto. Tres adultos familiares y una sobrinita también les
acompañan. Todos en torno a la cama donde la niña reposa. Y en este drama
humano, mil miserias se encarnan. Y tiene un nombre: Carmelita.
Súbitamente,
dolor abdominal, vómitos, sin presencia de fiebre. Luego movimientos anormales. Después la niña no responde, no
habla, no se mueve, no llora… todo en dos lunas. Le traen a San Carlos, porque
es su única oportunidad. El sistema de Salud oficial al carecer de documentos y
papeles no les apoya. Ya lo saben ellos por eso no van a esos hospitales. Acá
buscan en el cobijo de esta obra de las hermanas de la Caridad, una mano amiga,
cariñosa, cercana. Exámenes de laboratorio, punción lumbar, inicio de
antibióticos y antivirales…pobre respuesta. Neuroinfección. Encefalitis. Tres
días y solo ocasionalmente abrió sus ojos. Y más nada. Una tomografía,
realizada con penurias económicas revela un infarto en región de tálamo, y de
ahí el coma, el olvidar todo movimiento.
Solicito apoyo al centro pediátrico de la capital del estado, ciudad que
queda a cuatro horas y media de donde estamos y la respuesta es que apoyaran
para valoración por neurólogo hasta la próxima semana.
En este México de contrastes en el que
vivo en donde la marginación, la pobreza y la injusticia son la realidad de tantos
y tantas seres humanos, no puede pasar como desapercibido el contexto de
eslabones que hacen que hoy está niña agoniza. Una realidad escondida para
muchos pero verdadera para tantos es que ser pobre marca la piel y las
oportunidades. Ser mujer/niña, indígena y pobre son variables que no solo
acompañan si no que la determinan. Ella además pertenece a la resistencia zapatista,
Por ello no cuentan con ningún apoyo o programa de gobierno que los ayude.
Ellos sobreviven viviendo en la misma tierra, pero legalmente no existen; No
son mexicanos. Otra vez los nadie. Sin apoyo básico en salud, han desarrollado
propuestas alternativas al aparato oficial, pero no logra ser suficiente. No hay cobertura en vacunación, ni control
prenatal, ni asistencia al parto… solo muy poco que en muchos casos es casi
nada, para cuidar de si y de los suyos. Carmelita como la mayoría niños y niñas
de esta tierra, no ha recibido una inmunización, coexiste en la desnutrición, con
vientres llenos de lombrices. Su casa, pues
es la casa común de la zona: paredes de tabla, techo de lámina, piso de tierra,
sin fosa séptica, ni agua potable. Dos habitaciones en donde coexisten doce
personas, y algunos animales, en donde el fogón de la leña calienta los huesos
y llena de humo los pulmones. Para llegar a casa en dos horas y caminar un
tanto más.
Sin
embargo ella no puede esperar a la próxima semana… ayer cae en paro
respiratorio. Sale con presión positiva. Pero está decorticando, no reacciona,
su Glasgow desciende a rangos críticos. ¿Intubarla? ¿Trasladarla?... ¿Qué le
ofrecemos? Mi ser médico se cuestiona y se me da una lección de humildad
forzada. La vida y la muerte, no nos pertenecen, solo facilitamos procesos que
ayudan a restablecer ese estado de equilibrio tensional, pero no más. Queda
asumir los límites. Soy un ser humano cuidando de otros seres humanos.
Aprendiendo. Cuando planteo la
intubación, la terapia intensiva, buscar traslado de urgencia los padres
deciden llevarla a casa en sabia decisión, es poco lo que la medicina le puede
ofrecer. Ahí en su tierra, en donde está enterrado su ombligo, seguro sanara.
Harán oración, y pedirán por su curación. No puedo decir nada. Ofrezco un poco
de analgesia, un poco de sedación. Y mi ser conmovido empáticamente con su
experiencia.
En medio de
la madrugada, todos los presentes, nos unimos a sembrar una candela, una llama
qué silenciosamente ofrece luz. Luz que pedimos a Dios Cawjal, Corazón de Cielo
y de la Tierra; a ese Jesús que le dijo a la niña del evangelio, ¡levántate! ;
Al espíritu santo que lo habita todo, lo renueva y lo recrea; a la virgen de
Guadalupe también madre, morena e indígena.
Los despedimos mientras una destartalada
ambulancia les lleva. María lloraba en
el camino. Al llegar expresó que lloraba por miedo. Pero al tocar su tierra
este había desaparecido, al volver a su casa, a su centro. Ese ayudar a
recuperar la paz ha valido la pena.
En el
interior una esperanza. Estoy seguro que ahora Carmelita también no tiene
miedo. Y en la eternidad ella escuchara un “¡Talita Kumi!”… Niña, te lo digo,
¡levántate! ** Y vivirá por siempre.
*Médico Pediatra, en formación
próxima de Cuidados paliativos pediátricos. Actualmente en una experiencia de
voluntariado en un Hospital para indígenas en Altamirano, Chiapas, México.
jorrague
**(Mc, 5, 41)
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