1994
Estuvimos tres días en el campamento. Muchas cosas ocurrieron. La primera noche tomamos y, algunos, no quiero decir nombres, se emborracharon… dos amigos salieron peleados porque uno recibió tierra en el pelo y el otro, tierra en el ojo. Uno decía que el día siguiente se iba a ir, pero entrada la mañana, ya eran los dos buenos amigos de siempre. Ese día planeamos ir a caminar y caminamos dos horas montaña arriba. Yo, al no recordar muy bien los caminos, cometí varios errores, hubo un momento en que nadie quería caminar y todos querían apedrearme, pero nos armamos de valor y seguimos adelante. Gracias a Dios, valió la pena y, minutos después nos encontrábamos apreciando la ostentosa belleza del paisaje que ante nosotros se impuso. Logramos restablecernos al platicar y jugar, en una o dos horas y, después, emprendimos el descenso. Llegamos al campamento ya entrada la noche y prendimos el fuego. Después todo fue una muy agradable, constructiva y recreativa conferencia que trató de las inquietudes que tienen los de nuestra edad.
Empezamos hablando de sexo prematrimonial, la masturbación, las enfermedades venéreas y todas las consecuencias que éstas generan. Después vinieron la música, las escuelas, los maestros, el futbol, y todos se internaron en sus sleeping para dormir. Como no se habló casi nada de mujeres, ya adentrados en las tiendas de campaña, sentimos la necesidad de sacar ese algo, esa experiencia o conocimiento que habíamos adquirido en la relación con alguna de ellas. Yo tenía varias experiencias con la mujer que amo. Empecé a conversar sobre esto con dos amigos. La tragedia fue que su primo alcanzó a oír desde otra tienda de campaña. Yo no me sentí apenado, ni mucho menos, porque el bien sabe que la respeto y que nunca haría algo que ella no quisiera.
A la mañana siguiente, encendimos la hoguera y nos preparamos unos potentes huevos revueltos que para la noche habían causado en cada uno de nosotros unos indomables y hediondos gases.
Ese mismo
día bajamos del campamento al rancho y descansamos en la casa, nos aseamos y
nos sentimos frescos. Después llegó una prima y le platicamos dónde estábamos
acampando, desde cuando llegamos y como la habíamos pasado.
Para
nuestra buena fortuna, mi tía nos invitó a comer y tuvimos a la mesa comida
casera y nadie desaprovechó la oportunidad de saborearla. La tarde pasó lentamente
en una sobremesa que se convirtió básicamente en una serie de pedradas, guerra
de expresión de los sentimientos y crítica a veces constructiva y otras
objetiva, que ponía roja de pena a la persona afectada. Olvidaba que hice
algunas estupideces como derramar el refresco en la mesa y romper
accidentalmente dos o tres platos de la vajilla de mi tía.
En el
ocaso del día recurrimos a la ayuda de nuestras extremidades inferiores para
volver al campamento y, platicando, el tiempo pasó rápido.
A la luz
de la fogata le hicimos bromas y apodos a un amigo, casi le componíamos una
canción. Mis amigos me recordaron también las tonterías que había hecho en el
rancho y yo me sentí menos, pero ya estoy mejor. Aquí escribiendo al día,
viendo convivir a todos los integrantes del campamento: “mis mejores amigos”.
Ahora, después de haber tomado un huevo a la galletich, me dispongo a llenar
el hueco que hay en mi estómago, similar
a la atenta actitud que todos sentimos al no saber qué será de nuestras vidas…
pero bueno, aquí estamos felices y contentos.
De pasada,
cochinos, por la falta de baño durante tres días. Tres días que nunca olvidaré.
Tres días que fortalecieron nuestra amistad y que son solo un campamento más de
los que se han hecho y de los que se harán durante nuestra imponente juventud.
Ahora solo
esperamos la llegada de mi papá en la tarde, para regresar a las labores
cotidianas de nuestra ciudad, que caracterizan nuestra etapa de vida: escuela,
amor, independencia, vida y temor a lo futuro. Pedimos a Dios todos juntos que
seamos capaces de salir adelante y superar todos los obstáculos que en la vida
se nos presenten y de estar unidos en amistad por el resto de nuestros días.
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