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Ser Agradecidos

"RECONOCIMIENTO... PARA EN TODO AMAR Y SERVIR"
P. VÍCTOR MANUEL PÉREZ VALERA, S.J.

La gratitud es parte importante de la trama de la vida, ella especialmente debe asumirse cuando alguien desea conformarse a las fuentes de la espiritualidad y de la vida moral. Siendo, pues, un sentimiento básico del ser humano conviene analizar en qué consiste y cuáles son sus frutos o consecuencias.

En el corazón de la filosofía existencialista, pero especialmente en Heidegger, se destaca que toda existencia humana está constituida por dos elementos, que en la lengua de Goethe forman un juego de palabras: La vida humana es Gabe y Aufgabe, don y tarea. Este lenguaje filosófico lo traduce Bemanos con su célebre frase: "todo es gracia".

De aquí brota la obligación del agradecimiento. Por esto Santo Tomás coloca la gratitud entre las virtudes sociales, y el Derecho considera la donación entre los más nobles de los contratos. Santo Tomás insinúa que la gratitud se expresa mediante tres pasos: 1) El reconocimiento del beneficio recibido: saber descubrir en nuestra vida la bondad y el bien. 2) Agradecimiento y honor al bienhechor: en el escenario tan amplio de la gratitud se destaca sobre todo la aplicación en dos campos: en el sobrenatural y en el humano, a Dios y a nuestros bienhechores. 3) Se provoca un intercambio de aprecio, afecto y amor. Entre el que da y el que recibe el don se forma un círculo más estrecho, un círculo virtuoso que acrecienta la amistad, las pruebas de afecto y el amor, se genera una cadena de favores.

La gratitud engrandece al hombre y es una característica de los grandes hombres. En esta virtud destacó Ignacio de Loyola. En el cotidiano examen de conciencia él coloca en primer lugar el agradecimiento por los bienes recibidos, y en sus cartas constantemente nos pide a los jesuitas orar por nuestros bienhechores. También el afecto de gratitud permea todos sus Ejercicios Espirituales, pero en especial el culmen de ellos: La contemplación para alcanzar amor. Allí escribe: "pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir"... (EE n° 233). La gratitud implica la humildad, la aceptación de nuestros propios límites. ¡Cuántas veces somos como el asno de la fábula, que, al portar las reliquias en la procesión, recibía de la multitud grandes muestras de reverencia! Para Iñigo de Loyola el reconocimiento conduce al servicio y al amor. El amor puede ser caracterizado por la dialéctica del dar y recibir, que nos muestra en cuatro pasos, por un lado, los disfraces del amor, y por otro su relación con el servicio.
Dar por dar es dispendio, dar por recibir es chantaje, recibir por recibir es egoísmo y recibir para dar es el auténtico amor. A nosotros el servicio que se nos pide es académico, educativo.
Lonergan caracteriza la educación como ensanchar el horizonte del conocimiento y de los valores, y apropiarse de ellos.

La grandeza del servicio la pondera magníficamente Gabriela Mistral: "Toda la naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú... Sé el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones y las dificultades del problema. Hay la alegría de ser santo y de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir... Aquél es el que critica, éste el que destruye. Sé tú el que sirve. El servir no es tarea de seres inferiores. Dios, que da el fruto, la luz, sirve. Pudiera llamársele así: el que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿serviste hoy? ¿a quién? ¿al árbol, a tu amigo, a tu madre? Servir: ésta fue la marca sobre la frente de Jesús; ésta debe ser la marca de sus seguidores..."

Cuando habla de los horizontes, él se refiere a tres situaciones, a tres grandes círculos del conocimiento. En el primer círculo se sitúa el ámbito de lo que sabemos que conocemos. Pero existe otro círculo mayor que éste, el de la docta ignorancia, en el que se encuentran las realidades que sabemos que no conocemos. En el tercer círculo, que todavía puede ser mayor que el anterior, y que podríamos denominar como el círculo de la indocta ignorancia, se encuentra aquello que ni siquiera sabemos que no conocemos. Aquí pueden estar las realidades socio-económicas y jurídicas más dolorosas de nuestro país: las situaciones de extrema miseria y postración humana. Se impone impulsar a nuestros alumnos a ensanchar sus horizontes -"para lanzarse a la conquista interna del secreto que el sol guarda en su llama" - y llevar a este tercer círculo al segundo, y a la postre al primero, a fin de que ejerzan sus profesiones con gran sensibilidad en favor de los más necesitados. Si no reconociéramos nuestra ignorancia nos alejaríamos de la sabiduría. El magis ignaciano nos impulsa a esforzamos por un servicio cada vez mayor, más profundo, más espiritual y más práctico, que nos lleve a enfrentar los nuevos' retos que nos plantea un mundo cada vez más deshumanizado y menos fraterno.

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