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Carta Luz desde Madrid

Mi entrañable amigo:

¿Cómo estás? ¿Va bien tu semana, tu vida comunitaria, tu misión, tu afectividad, tu ilusión? Yo estoy bien, con mucho trabajo escolar y con la salud un poco estropeada, pero siempre con el ánimo alto y la ilusión desbordante. Eso sí, con un invierno cambiante en el que seguimos con un clima más propio de la primavera que del invierno. Lo que no sé si sabes es que Febrero deriva de “Februare” que significa “limpiarse”, y en que en este mes se celebraban las antiguas fiestas dedicadas por los romanos a los difuntos, llamadas “februaria”. Un tiempo por tanto, como lo es cada día del año, sea invierno o verano, para limpiarse, purificarse, ser consciente de la vida, vivirla en profundidad, aprovechar cada oportunidad. Y recordar, cómo no, a nuestros seres queridos que un día se fueron físicamente de nuestro lado pero que nunca abandonaron nuestro recuerdo y nuestro corazón.


Y a propósito de esto, he visto hace unos días la última película del genial Clint Eastwood, “Más allá de la vida”, con un subtítulo que pareciera un especie de lema “Tocado por la muerte, cambiado por la vida”, su incursión hasta ahora inédita en un mundo resbaladizo y misterioso como es la plasmación en la pantalla de lo que supuestamente hay más allá de la vida y de la muerte. No es su obra maestra ni mucho menos, pero viniendo del director de “Gran Torino” y de otras inolvidables películas, siempre es interesante no perdérsela.


No desvela del todo Eastwood lo que ocurre después de la muerte, pero se atreve a incursionar en la posibilidad de real de una existencia tras el final de esta vida terrenal. Saberlo, conocerlo y creerlo no es cuestión baladí, sobre todo por la repercusión de esta creencia o realidad en el acontecer de nuestra realidad existencial por este mundo.


Pensar que hay vida después de la muerte, y esto es creencia ancestral y arquetípica desde que hay noticias del ser humano, ayuda a ver esta vida de otra manera y sobre todo a vivirla con proyección de eternidad. Cambia nuestra escala de valores e insufla en nuestra mente y en nuestro espíritu una confianza radical en la vida y en los valores que no perecen, no aferrándonos a las cosas y a los afectos que el tiempo se los acabará llevando, como nos recuerda el hermoso adjunto que te envío.


Pero sin olvidar que la vida futura tiene mucho que ver con la vida presente, que nuestros actos tienen repercusiones, como creen también de una u otra manera todas las religiones. Ello nos ayuda a ser más conscientes de la vida que llevamos en la actualidad y nos interpela sobre el sentido que le estamos dando. Y no digamos ya la esperanza que nos inyecta el saber, si es así, y así lo creo yo por fe y por convicción del corazón, aparte de que la misma película insinúa que es un dato además científicamente comprobable, según deduce experta en el tema como fue la doctora Elisabeth Kübler-Ross en su precioso libro “La muerte un amanecer”, que nuestros seres queridos que han muerto, viven felices y nos esperan al otro lado de esta realidad que a todos nos tocará vivir.


Pero mientras llega ese momento, debemos vivir el presente, preparando el futuro con nuestras buenas acciones, renovando nuestra fe en la vida y en las personas, a pesar de que algunas veces nos defrauden o desencanten. Como lo hacen desde tiempo inmemorial los chinos, que esta semana pasada han comenzado sus fiestas del Año Nuevo, dedicado, tras el tigre del año 2010, este 2011 al conejo, animal de la buena suerte pero también de los sobresaltos. O sea que, según los chinos, nos espera un año de turbulencias. Algo que no es difícil de imaginar vista la realidad del mundo actual siempre en efervescencia y lleno de tensiones por doquier.


Ahí sigue estando una semana más la realidad explosiva del mundo árabe, y la plaza Tahrir de El Cairo, reconocida ya como lugar emblemático de resistencia pacífica a favor de la libertad y convertida esa lucha en acontecimiento “histórico”, en versión árabe, comparado con hechos que marcaron la historia reciente que pretendieron humanizar las dictaduras comunistas como “la primavera de Praga”, “el Tiananmen chino” o “la caída del muro del Berlín”. Epítetos que nos pueden parecer exagerados pero que reflejan la dimensión quizá histórica e impredecible también de lo que en las orillas sur y este del Mediterráneo pueda llegar a suceder y sus repercusiones en el diseño de un nuevo orden de alianzas a nivel mundial.


También siguen estando ahí las turbulencias económicas y financieras, que nos continúan recordando que es necesaria una nueva manera ética de organizar nuestro mundo, que nada se consigue sin esfuerzo y que lo que se alcanza rápido, rápidamente se evapora. Porque la realidad es que el éxito y el crecimiento en todos los órdenes de la vida requieren una receta única: esfuerzo, austeridad, sacrificio y constancia. Sacrificio que no deben pagar siempre ni sólo los más necesitados, vulnerables y de menos recursos. Pero no hay que perder la esperanza porque hay también mucha luz en nuestro mundo, en ti y en mí.

Un testimonio de luz al que llama Jesús a sus seguidores en el evangelio de este domingo pasado. Sal de la tierra y luz del mundo. Signos vivientes de que el amor y la vida son más fuertes que la muerte y la oscuridad.


Estoy convencido de que si los cristianos lo fuéramos de verdad, si en nuestro entorno pusiéramos en práctica este mandato de Jesús, habría menos oscuridad, sufrimiento, injusticia y dolor en el mundo. Pero desgraciadamente no siempre la Iglesia y las religiones han sido esta luz de esperanza para la humanidad.


Porque hemos antepuesto ambiciones humanas a la belleza y la bondad que emana de la vida y de Dios, bajo el nombre que se le quiera dar. Es hora por tanto de recuperar nuestra más esencial vocación: la de ser sal y luz, signos pequeños, sencillos, humildes pero valientes y capaces de transformar, iluminar y sazonar la realidad con nuestras buenas obras de amor, solidaridad, alegría, ternura, consuelo, cercanía y acogida. Lo dice el Evangelio: son las buenas obras el mayor testimonio de nuestra fe, la garantía de nuestra credibilidad, el único camino por el que los seres humanos pueden llegar a ver y a encontrarse con el Dios del Amor.


No grandes obras, no espectaculares acciones, sino los detalles de la vida cotidiana. Ahí podemos todos, tú y yo, construir este mundo mejor que todos queremos, con la convicción de que son esas pequeñas cosas, esas pequeñas luces, esos diminutos granos de sal, los que pueden hacer que la vida sea más bella, más digna, más buena, más sabrosa, más justa para todos.


Luz que deseo para ti en esta semana. Luz que te invito a irradiar a tu alrededor. Luz de tu sonrisa, de tu alegría, de tu bondad, de tu paciencia, de tu acogida, de tu consuelo, de tu solidaridad, de tu comprensión. Luz que anime, que acompañe, que escuche, que apoye. Luz que habita en tu corazón al calor de una Luz más grande y luminosa que nunca dejará de brillar en tus propias noches oscuras.


Luz que nos hace vislumbrar los positivo en lo negativo, como decía Albert Camus: “En lo más crudo del invierno aprendí que había en mí un invencible verano”. Esa luz que guía tus pasos cuando te visita el desánimo, el desencanto o la desilusión. La luz de la superación que, como homenaje al año nuevo chino, se refleja en la historia que te escribo al final de estas líneas. La luz de nuestra amistad y cariño que se renueva cada semana en la distancia física y a la vez en la cercanía invisible del corazón y de la oración.


Luz que se contagia y se expande, luz que vence a las sombras de la duda y el miedo. Mi luz, tu luz, la luz de tantos millones de seres humanos que tachonan de amor el firmamento de esta tierra nuestra llamada a ser hogar y espacio de luz y de paz para todos.


Un abrazo inmenso lleno de luz, de ánimo y de energía positiva para este día y esta semana. Con mucho cariño.


Diego.


SABIDURÍA CHINA


En aquellos tiempos dijo Hu-Ssong a sus discípulos:

Por rico que seas habrá alguien más rico que tú. Por pobre que seas siempre habrá alguien más pobre que tú. Ni en la riqueza ni en la pobreza consiste entonces la calidad del Ser. Tu superioridad no debe derivar de una comparación con los demás.


Habló un discípulo:

Maestro, la palabra “superior” es adjetivo comparativo. ¿Cómo puedo saber si soy superior a otro si no me comparo con él?


Le respondió Hu-Ssong:

Compárate contigo mismo. El deseo de ser superior a los demás es vanidad. La verdadera grandeza reside en ser superior tú, hoy, respecto al ser humano que fuiste ayer.

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