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Crucero Espiritual Puente Grande 1/8


CRUCERO PUENTE GRANDE. Apuntes de una aventura espiritual.

Una de las cosas que yo quise experimentar antes de los 30, además de saltar con paracaídas y lanzarme amarrado de los tobillos de un bungee, era pasar una semana de crucero con mis amigos. Las diferentes circunstancias de la vida no me permitieron vivir este sueño. Pero este año (Enero 2011) se me ocurrió escribir una bitácora de viaje, en un crucero espiritual. Desde hace cuatro años voy a Puente Grande, Jalisco, donde muchos de los jesuitas de México hacemos los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola  cada año. El año pasado estando en la azotea de la casa (5to piso) me imaginé que iba sobre un barco, los enormes jardines eran las diferentes secciones del navío, las tierras del extenso valle eran el mar. La forma rectangular del edificio, su arquitectura de los años 50 y la brisa que me acariciaba el rostro me dieron materia para crear y agradecer. Entonces, esta semana de silencio, lecturas breves, reflexión y oración se convirtió en el registro de mi aventura interior en el Crucero Espiritual de Puente Grande. Espero que alguna de las reflexiones que te comparto en las siguientes líneas pueda iluminar tu viaje por los océanos de la Vida.
BITACORA DE VIAJE.

Día 1. Zarpamos hacia el interior. 5 de febrero.

¿Dónde estás? ¿Estás plenamente contigo mismo? ¿Eres realmente tu mismo? ¿Dónde estás con tus pensamientos? ¿Puedes soportarte tal como eres?[1]
Este era el tipo de preguntas que rondaban en mi mente esta mañana cuando abordé el “Crucero Espiritual Puente Grande”. Muchas imágenes de lo vivido recientemente pasaban por mi cabeza y mi corazón estaba algo cansado por tantos movimientos internos.

Cada año procuro pasar por lo menos ocho días navegando en este barco que para mí es un gran puente hacia mi propio corazón, y hacia el corazón de Dios. Es el mismo navío y voy hacia el mismo Destino, pero las costas y parajes que voy contemplando son diferentes cada enero.

En el desayuno me encontré con caras amables, nos dimos los buenos días con la mirada en medio de un silencio respetuosísimo, propio de las jornadas de este Crucero Espiritual. Después salí a cubierta y me dejé calentar por el sol mientras escuchaba el trinar de las aves que viajan con nosotros. (Aquí se pueden apreciar varias especies de aves). A un costado de las canchas deportivas vi una lombriz sobre un tramo de cemento. Parecía tomar el sol, pero de pronto subió su cabeza como intentando orientarse hacia la tierra, su hábitat natural. Muchos, como la lombriz, sentimos el deseo de regresar a tierra firme, de no embarcarnos en nuevas aventuras. Preferimos la seguridad de nuestros túneles y el alimento fácil del jardín de siempre. Pero ésta no era una lombriz común.  Esta lombriz estaba a bordo, era marinera, así que decidí esperar a que se desplazara al césped más cercano, realmente fue una prueba. La prisa y la impaciencia suelen atraparme y hoy esta lombriz me enseñó que se pueden alcanzar las metas sin prisa ni pausa, disfrutando el presente.    

Una de las cosas agradables del crucero es que la mayoría de los peregrinos-pasajeros tomamos los alimentos en el mismo comedor y ordinariamente escuchamos música clásica mientras comemos. Creo que la música de fondo nos ayuda a fomentar la paz y la gratitud. Algo curioso es que hay dos o tres grupos en otros comedores más pequeños. Algunos dicen que ellos estarán en el crucero todo un mes. ¡Qué privilegio!. Ahora soy de los que viajo en la ruta de ocho días, como la mayoría. Pero agradezco a Dios el haber tenido la oportunidad de permanecer a bordo un mes hace dos años. Debo confesar que ese viaje me cambió la vida… y tanto me ha gustado visitar preciosas islas y recibir tan diversos regalos de Dios que cada año vengo al Crucero  a agradecer, a revisar mi vida,  a encontrar la paz y la armonía, aunque sea por una semana.

Recuperando el Principio y Fundamento. Datos generales.

Venimos alrededor de 150 personas en este crucero entre los pasajeros-peregrinos y la tripulación: capitanes, cocineras, marinos e intendentes. Los pasajeros-peregrinos estamos acomodados por grupos en diferentes pisos del barco. Todos los días tenemos el gusto de escuchar a nuestro capitán (cada grupo tiene el suyo) quien nos habla de los puertos e islas que iremos tocando. Pero nunca nos dicen todo, solo pistas, para que cada quien aprecie cada lugar que visitemos y escuché por sí mismo al Supremo Capitán.

Este crucero es tan grande que hay varios jardines. Muy pocos lo creen pero el barco está repleto de árboles. Algunos son enormes. En ellos viven los pájaros viajeros que tenemos el gusto de escuchar todos los días casi a todas horas. Las raíces visibles de los árboles son impresionantes. ¡Cuánto más grandes serán las que tienen escondidas bajo la tierra! Pero ¿por qué semejantes árboles en un barco? Los árboles tienen una razón de ser en el viaje espiritual. Nos recuerdan varias cosas: 1)Los seres humanos necesitamos tener raíces profundas para sentirnos seguros y contentos. Esas raíces son los alimentadores espirituales que nos sostienen en medio de un mundo que está cada vez más inestable. Para los cristianos en general las raíces o alimentadores espirituales son la oración y los sacramentos. Los jesuitas y laicos que vivimos la espiritualidad ignaciana añadimos el discernimiento espiritual. 2) Si nuestro tronco es robusto y está sano las ramas serán largas y harán que el árbol produzca frutos, dé sombra y sea hogar de muchas aves. (Cf. La vid y los sarmientos, Jn) Pero si nuestro tronco es débil y enfermizo, por no tener raíces profundas, las ramas serán cortas, pocos los frutos, y nadie podrá descansar bajo nuestra sombra. 3)Amor, libertad, perdón, esperanza, paz, solidaridad, fe, justicia y comprensión  son algunos de los valores fundamentales de los discípulos de Jesús.

Reconocer que soy creatura y que dependo de un Dios Todo Amoroso me permite disfrutar de una vida más plena. San Ignacio de Loyola, el creador original de la ruta espiritual de este crucero expresa así esta verdad cristiana:

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”. (EE.23)

Yo he formulado así mi Principio y Fundamento: “Dios es mi Padre, quiero ser hijo con el Hijo. Quiero y necesito amar, ser amado y perdonar mientras colaboro en la extensión del Reino”. Soy consciente de que esto podría quedarse solo en una bonita “declaración de principios” o un lema. El reto consiste en hacer vida lo que digo que quiero, lo que digo creer.  “Amar, ser amado y perdonar” y de éstos verbos se derivan otros como consolar, curar, abrazar, incluir, liberar, pacificar, etc. La Misión nos llama y Jesús nos dice claramente que si queremos seguirlo habrá algunos sacrificios.

El Proyecto de Dios es el proyecto de Jesús. Hoy en la lectura de varios pasajes de Isaías entresaqué algunas líneas muy iluminadoras para nuestro tiempo:
“Harán arados de sus espadas y sacarán hoces de sus lanzas. Una nación no levantará la espada contra otra… y no se adiestrarán para la guerra” (Is. 2, 1-5)

“Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano… Entonces tú luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente… Dios te guiará en cada momento y en los desiertos te sanará” (Is. 58, 6-11)


[1] cf. Anselm Grun, Luchar y Amar, p. 20

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