Testimonio en Misiones
Jesuitas Tatahuicapan, Veracruz
Eduardo Anaya Sanromán, S.J. Enero de 2013
El 15 de diciembre pasado tuvimos
un pequeño retiro y capacitación en el Centro Juvenil Vocacional a un costado del templo de la Sagrada Familia
(donde se encuentran los restos del jesuita Miguel Agustín Pro) en la Colonia
Roma en D.F. Por la mañana l@s misioner@s reflexionaron sobre las búsquedas e
inquietudes que los llevaron a vivir la experiencia de Misiones Jesuitas
Universitarias. Antes de la comida el P. Hernán Quezada SJ presidió la
Eucaristía de envío. Después de comer los jóvenes salimos del Centro Juvenil
para realizar un ejercicio espiritual de contemplación al estilo del Taller
“Orar en la Calle” cuyo objetivo era sensibilizarnos de cara a la semana de
misiones en Tatahuicapan, Veracruz. Ya oscureciendo
regresaron los cuatro equipos y compartimos en plenario lo que experimentamos.
La jornada terminó con una pequeña charla para explicar los Manuales que
integraban el kit misionero y se aclararon dudas generales de contenidos y
logística de las Misiones. Al final del día yo me sentí muy agradecido con Dios
por tener la oportunidad de ser testigo -por tercer año- de la generosa respuesta de
casi treinta jóvenes que decidieron dedicar una semana de diciembre (cuando la
mayoría de los universitarios van de vacaciones a la playa o descansan en sus
ciudades) a compartir su fe y su vida en unas Misiones Jesuitas.
Abordamos los camiones casi a las 11 de la
noche y salimos del D.F. En toda la noche sólo hicimos una parada en una
gasolinera, pasando Puebla y llegamos a la central de Acayucan a eso de las 7
de la mañana del día siguiente. Varios de los misioneros aprovecharon para
comprar sus boletos de regreso al D.F. A Tatahuicapan llegamos alrededor de las
9 de la mañana donde ya nos esperaban con un rico desayuno en una de las casas
de la cabecera municipal. Un grupo de generosas nos ofreció unas ricas
empanadas, atole, café y pan dulce. Platicamos con el P. Raúl quién nos recibió
en la parroquia y nos dio la hoja con la distribución de los misioneros en las comunidades. Rodrigo
y yo formamos los equipos y empezó a desgranarse
la mazorca. A eso de las 11 a.m. comenzó la dispersión de los misioneros en
alrededor de 15 comunidades de la parroquia. Salí con un grupo en una de las
primeras camionetas rumbo a la zona Náhuatl. A mí me tocó acompañar a los misioneros de cuatro
comunidades de esa zona que fueron Benito Juárez, Palma Real, Tecolapa y
Batajapan. Además del chofer nos acompañaba Francisco, un prenovicio de
Chihuahua que me ayudó para aclarar dudas respecto del tamaño de las
comunidades, las distancias a recorrer y las frecuencias de transporte entre
ellas. En menos de una hora repartimos a l@s 7 misioneros que me tocó
acompañar. Yo me quedé en la última comunidad con Cristina y Ana para empezar
mi ruta semanal de acompañamiento a las tres parejas de misioner@s y a
Yancidara que accedió a colaborar sola en la comunidad de Tecolapa.
Cristina (GTO) y
Ana (VER) / Domingo 16 de diciembre. “Benito
Juárez”.- Llegamos
a la casa de doña Feliciana y Don Bruno. Ella es la encargada de la capilla de
la comunidad. Cuando llegamos estaban preparando la comida y mientras estaba
lista Dulce Flor, Ismael y Chico nos
invitaron a jugar un partidito de voleibol. Después de comer me llegó un
profundo cansancio y busqué un lugar para recostarme. No me pude resistir
cuando vi junto al corredor de la casa un pedacito de cemento bajo la sombra.
Allí me acosté mientras dejaba de ver a Cristina y Ana sentadas en una sillas
conviviendo con los niños y jóvenes de la casa. Dormí una siesta de casi una
hora y cuando desperté me percaté de que las misioneras estaban dormidas en una
cama de la casa. Me sentí contento de verlas descansando tan a gusto después de
haber viajado toda la noche en camión. Vi que Chico, un joven de 18 años, se
preparaba para salir y le pregunté a dónde iba. Me dijo que iba a meter las
vacas al corral. Decidí acompañarlo junto con algunos niños. Me tocó lazar una
vaca -hace años que no lo hacía- para descalostrarla.
Tuve suerte porque en el primer intento la atrapé, lo malo es que la soga se
cruzó extrañamente de suerte que quedaba como lazada de los cuernos y con un
bozal alto. Le arrimamos su becerro y Chico e Ismael la ordeñaron. Regresamos a
la casa y nos preparamos para ir a nuestra primera posada, una tradición tan
extendida en México. Salimos de una casa a otra con los peregrinos y al llegar
a cantamos. En la casa que nos recibió rezamos el Rosario y compartimos una
reflexión sobre el cuidado del Medio Ambiente. Los tamales, el atole y el café
no podían faltar en medio de una bonita convivencia comunitaria. Al regresar a
casa, Don Bruno y Doña Feliciana me pusieron una cama para dormir. Descansé muy
bien aquella noche. Al día siguiente...
Jesús (VER) y
Martín (ARG) / Lunes 17 de diciembre. “Palma
Real”.- En la mañana tuve la oportunidad de platicar
con Don Bruno, nuestro anfitrión. Me impresionaron mucho las cosas que me
contaba de su infancia, de su juventud, de sus enfermedades. Era tan difícil la
relación con su papá que decidió casarse cuando él tenía 13 años con una niña
de 12. Esa relación no duró y varios años después conoció a Doña
Feliciana. Me confió los problemas a los
que lo llevó el alcoholismo, las
aventuras y golpes que recibió de la vida hasta que sentó cabeza. Agradecía
mucho la paciencia de su esposa, quien siempre estuvo al pie del cañón cuando
él estuvo más enfermo y sin trabajar. Su testimonio era el de un Amor
incondicional, me habló de una mujer, Feliciana, quien luchó (y sigue
haciéndolo) contra viento y marea por
sacar adelante a su matrimonio y a sus hijos.
Después de comer me despedí de la
familia anfitriona y de las misioneras y me fui a la parada del camión. Esperé
unos quince minutos hasta que pasó Gonzalo quien me dio un raite desde Benito
Juárez a Mangal, iba a recoger a su hijo quien le llamó porque no pasaba la
camioneta. Dijo que no había transporte
por las manifestaciones que había en la región.
Gonzalo me contó que tenían días en Veracruz, después de haber estado
varios años en Guadalajara. Me compartía que él trabajaba como policía en el
ayuntamiento de Tlajomulco, y ahora está buscando acomodarse en algún
ayuntamiento de esa zona de Veracruz.
Después de platicar con él me
puse a pensar cuantos hombres y mujeres trabajan como policías en el país.
Estoy seguro de que la mayoría son personas honestas a quienes realmente les
interesa protegernos. Sin embargo, por diferentes razones las figuras del
policía y/o el militar están muy desgastadas. Es verdad que hay muchos que son
corruptos y que están coludidos con el crimen organizado. Otra razón que pienso
que ha desvirtuado su labor es la estrategia fallida de seguridad del sexenio
pasado. Entiendo que se incrementaron considerablemente los sueldos de los
policías en los últimos años y es algo que me parece justo. En principio, son
personas que arriesgan su vida por proteger a la ciudadanía y ya no cualquiera
le entra a los balazos. No podemos negar que los cárteles de la droga están
cada vez más presentes en nuestras ciudades. Lo triste es que tengamos que
tener un ejército y destinar millones y millones de pesos a su mantenimiento.
¿No sería más redituable invertir en educación, en honestidad, en campañas de
construcción de Paz? Me pregunto ¿Cuántos niños de los que conocemos quieren
ser policías o militares? ¿De dónde les viene ese deseo? La reflexión queda
abierta.
Agradecí a Gonzalo el aventón hasta Mangal y tuve mucha suerte porque al
minuto siguiente pasó una camioneta que me llevo a Palma Real. Busqué a los
misioneros en la casa donde los dejamos el día anterior pero ya no estaban ahí,
y cuando iba en camino a la nueva casa donde los estaban hospedando ellos me
interceptaron. Estaban en la casa de Emilio en la sobremesa, platicando con su
esposa y una de sus hijas que disfrutaba de unos ricos ostiones y me enseñó
como abrirlos con el cuchillo. Dimos las gracias por la comida y nos fuimos a
una posada que celebraba el fin de curso en la escuelita primaria. Conocí a dos
maestras entregadas, cuyos nombres no recuerdo, pero luego luego se ve cómo las
quieren los niños y los padres de familia de la comunidad. Acto seguido nos
pusimos a jugar con los niños. En toda la comunidad no había más de 15 niños y
niñas. Me divertí mucho jugando encantados,
escondidas y policías y ladrones.
Después
de los juegos decidimos ir a preparar la Celebración de la Palabra a la casa de
una de las hijas de Cirilo, donde los misioneros estaban hospedados. Dormían en
un cuarto con dos camas de madera con ixtle.
Estando en los preparativos llegó Emilio y nos
comunicó que se suspendía la celebración
de la Palabra porque la mayoría de los hombres de la comunidad habían ido a una
manifestación y aún no llegaban. Y sus mujeres los esperaban para darles de
comer, por lo que, posiblemente no irían a la capilla. (Esto me provocó frustración
porque yo tenía intenciones de compartir con la comunidad). La familia de Don
Cirilo esperaba algún rito así que decidí cantar algunas canciones y convivir
con ellos. Después nos fuimos a cenar a la casa de Emilio, la misma donde
habíamos comido. Hablamos de las abejas y de su organización. También nos contó
que la causa de las manifestaciones y de la protesta social era una seria de
obras públicas no concluidas que dependían de unos fondos que entregó el
gobierno federal al gobierno estatal de Veracruz. Ese día se tomaron casetas y
se bloquearon varias carreteras. Algunos de los manifestantes rompieron una tubería
de la presa de Yuriria y dejaron a Coatzacoalcos y Minatitlán sin agua por un
día y horas. Recuerdo que le expresé mi opinión a Emilio: - No estoy de acuerdo
con afectar a terceras personas. ¿Qué culpa tiene la población de Coatzacoalcos
y Minatitlán de que los gobernantes no cumplan sus promesas? No creo que
dejando sin agua a miles de familias y desperdiciando millones de litros sea la
mejor manera de presionar a las autoridades.
Después
me enteré de que Genner quedó varado en la carretera por varias horas a causa
de los bloqueos y me enteré también de que algunos misioneros del equipo de
Tatahuicapan decidieron acompañar a personas del pueblo a una de las
manifestaciones.
Aquella
tarde en Palma Real hubo un encuentro
que me confrontó notablemente. Me topé con Silviana, mujer, madre, ciega desde hace
25 años quien es una de las hijas de Cirilo. Ella está constantemente en la
oscuridad. ¿Cómo puede vivir así por tanto tiempo si varios años de su vida pudo
ver?
Al día siguiente, por la mañana,
escribí esto: “Escucho las voces de cientos de aves. Acabo de tomarme un rico
café en un pocillo que me entregó Ricarda. La mujer ciega, Silvania, me dijo
ayer que lava ropa y cocina tortillas, a pesar de su ceguera. En la mañana,
rumbo a la letrina, vi un barandal hecho de tablas con los que ella se guía, en
medio de piedras y lodo. Me siento triste, por su dolor, por su impedimento.
Tiene ya 25 años que perdió la vista, de edad tiene solo 46… y yo, ¿qué hago con mis ojos?...” Después
escribí “Tu eres el Único, el
inspirador de nuestra vida. Si tu no me sostienes no podré caminar en tu Nombre. Te pido tu Abrazo y tu Voz para no
decaer en mi llamado. Te pido tu Presencia-Ausencia para no confiar sólo en mis
méritos. Al final de todo, sé que nada puedo, que nada soy sin tu Espíritu. Tú me sondeas y me conoces. Sígueme
inspirando el Amor y la Paz, la Esperanza y la Justicia para que pueda reflejar
tu Luz a los que necesitan de tu Amor y tu Perdón.”
Por la mañana visitamos algunas
casas de la comunidad para saludar a las familias e invitar a los niños a los
juegos de las 4 pm y a los adultos a la Celebración de las 7 p.m. en la Capilla.
Me conmovió el testimonio de una de las mujeres que visitamos. Nos contó que estuvo
trabajando en Ciudad Juárez casi tres años y que se tuvo que venir porque se
embarazó, y el papá de la niña no respondió. Así que decidió volver a su tierra
y afortunadamente acá encontró una pareja, y un padre para su niñita.
Al medio día fuimos a casa de Tomás,
uno de los hijos de Cirilo que se dedica a la apicultura como varias personas
de la comunidad. Recibió visita de un
amigo (creo que se llamaba Toño) que vino desde Catemaco en motocicleta y
quería aprender el oficio de la apicultura para ver si le entraba al negocio de
la miel.
Es impresionante lo que nos
enseñan las abejas. Por lo pronto, me han vuelto a enseñar (re – super -
confirmado) a no acercarme tanto a las colmenas sin protección. Quise dejarles
el traje de astronautas a los dos misioneros, Jesús y Martin, para que vieran
la operación y el interior de las colmenas. Yo me quede a distancia junto a la
camioneta. Pero valió gorro. A un parecito de abejas se les ocurrió parar en mi
bigote mientras peleaban o celebraban la vida y en menos de un segundo ya me
había picado la primera entre el labio y mi nariz. Recordé lo del olorcito que
expiden cuando pican, que hace que otras vengan al ataque, así que, patitas,
pa´que las quiero. Salí disparado hacia el camino de terracería mientras con el
sombrero espantaba a las posibles seguidoras. En la carrera la segunda me picó
en el cachete. Ni hablar. En octubre de 2011 tuve una mala experiencia con las
abejas, media docena me pico en cabeza y cara. Ahora me salió más barato. Solo
dos piquetes, pero me hubiera gustado que
me picaran una en cada mejilla, bien centrado el aguijón. Así, me
hubiera visto cachetón parejo. El piquete del bigote fue demasiado incómodo
todo ese día, estaba como anestesiado, como que no me respondía, no podía
hablar ni cantar bien, jajaja.
Regresamos del campo a la casa de Don Cirilo donde comimos. En la comida Don Cirilo nos contó que ha estado enfermo por varios años de la circulación y que ha estado tomando medicinas naturistas, pero que no acaba de sanar bien y que ya no puede trabajar como antes porque le vienen fuertes dolores. En la sobremesa cantamos algunas canciones para la familia celebrando la fe y la vida hasta que dieron las 4, hora de jugar con los niños. Jesús y Martin pusieron a los niños a colorear los dibujos de varias escenas relativas a Navidad. Conviví un rato con los niños y niñas. Recuerdo que una de las niñas había escrito un cuento buenísimo para una de sus clases de primaria y le pedimos que nos lo leyera, pero le dio pena. Quisiera haberlo copiado porque era realmente bueno. Estábamos sentados en unas tarimas de madera en las que se recargaban los niños para dibujar. En eso sentí como unos brazos me rodeaban el cuello. Una de las niñas me abrazaba estando parada sobre las tarimas. Sentí sus bracitos y sus manos en mi espalda y mi cuello. Recuerdo que sentí una gran emoción, un cariño inmenso y gratuito, el Abrazo de Dios! y lo agradecí en mi interior.
Un
poco más tarde fui por mi mochila al cuarto y a despedirme de la familia de Don
Cirilo, quien amablemente ya me había dibujado un croquis para caminar hacia
Tecolapa. Regresé a la cancha para despedirme de los niños y de los misioneros
y le pedí al misionero argentino que me amarrara el sleeping en mi mochila.
Mientras lo hacía, Carmen, la hija de Tomás, le preguntó a Martin: “¿por qué se
tiene que ir?” Sentimientos encontrados.
Con esa pregunta me desarmó. Por un lado sentí el Amor de Dios en esos niñ@s y,
por otro, la tristeza de no poder quedarme más tiempo. Se hacía tarde y pronto
oscurecería. Dije a-Dios y empecé a caminar con el corazón inflamado.
Yancidara (DF) / Martes
18 de diciembre. “Tecolapa”. Salí casi
a las cinco y media de Palma Real a Tecolapa. Me habían dicho que se hacía
como una hora y media a pie. Poco más de una hora a paso rápido. Esos días
oscurecía allá a eso de las 6 y media. Así que lo más probable era que me
atrapara la noche. Y así fue. A la salida del pueblo tomé unas fotos de la cancha
de futbol que, sin dudar ni poder dudar, era la mejor de las que vi en aquellos
pueblos. Un poco antes de la mitad del
camino, según lo que me dijo Don Cirilo, pasaba por un basurero en el que
estaban quemando residuos y recordé como me molesta que queme la basura algún
vecino de Guadalajara. No sabía lo que me iba a suceder. Pasé por aquella
pestilencia lo más rápido que pude mientras a lo lejos veía unos hombres
vaciando una camioneta en el relleno sanitario.
El sol se había metido pero mi consuelo es que la luna estaba casi llena
en esas noches. Un kilómetro adelante escuché un motor y decidí pedir raite a
Tecolapa. Sí, la camioneta se detuvo y les agradecí, y hasta que se bajó el
copiloto y me abrió atrás, me di cuenta de que era una camioneta del
ayuntamiento que tira la basura. No iba a decirles que no a estas alturas, era
noche, y no estaba para ponerme moños así que salté hacia arriba, saludé a un
hombre que iba atrás, y me acomodé entre los tambos de basura vacíos que
andaban bailando. Me acordé de la Contemplación
del infierno y aproveché para respirar sabroso. Era mi tarde-noche de la basura. Está bien
que no me había bañado ese día, pero de eso a llenarme de olores a basura quemada
y sentir en mis dedos juguitos escurriendo de los tambos hay mucha
distancia. Me acuerdo que no le hice
mucha plática al otro compadre por andar cuidando de no pegar mi mochila o mi
ropa en las redilas. Y recuerdo también
que él, muy amablemente, movió unos tambos para que yo no me fuera a ensuciar.
Pero no se podía hacer mucho, mi ropa de todos modos quedó impregnada. Al
final, ese raite era el único que había. Podía subirme a la camioneta o caminar
de noche.
Después me contaría Yancidara, la misionera de esa comunidad, que
algunos del pueblo, al verme bajar de
esa camioneta de basura, pensaron que era un preso fugado o un miembro del
crimen organizado reconociendo una nueva plaza. Pregunté donde sería la posada
esa noche y afortunadamente llegué rápido a la casa. Yo me sentía muy cansado y
tenía dolor de cabeza así que aguanté la posada y la convivencia nomás porque
Dios es grande. De hecho me tocó hacer una pequeña reflexión sobre la lectura y
el tema de aquella noche. Me comí un tamal y su respectivo atole y platique un
ratito con Yancidara y pronto me despedí porque me dijeron dónde me iban a
acomodar, así que yo -ni tardo ni perezoso- agarré mis chivas para seguir al
susodicho que me iba indicar la casa y cuarto donde me alojarían.
Entré
al cuarto que me proporcionaron, que es de uno de los hijos de la familia que
está en el Norte. En el cuartito sólo
había una hamaca amarrada sobre el piso de cemento pulido. Empecé a sacar mis
cosas de la mochila, las chanclas, el repelente, la pasta, la lámpara de
minero. Salí a lavarme los dientes y sentí el aire fresco corriendo sobre las
manos. Disfruté por unos segundos del cielo y regresé al cuarto. Recuerdo que
vi el reloj y todavía no eran las 10 de la noche cuando yo ya estaba listo para
acostarme. Me tomé un paracetamol para la cabeza, me unté harto repelente en los
tobillos y brazos y zzz. Afortunadamente esa noche dormí muy bien.
Olivia (MOR) y
Lucía (GTO) / Miércoles 19 de diciembre. “Batajapan”.
Amanecí con el labio superior muy
inflamado. Parecía el “Negrito cucurumbe” y decidí tomarme una foto para el recuerdo.
Así, con mi jeta inflamada, decidí salir a lavar algo de ropa en casa de Don
Miguel. Me eché un baño con manguerazo y fui a la cocinita donde me ofrecieron
un rico cafecito con pan. Luego fui a la casa de Faustino, hijo de Miguel, cuya
esposa me había mandado llamar con uno de sus hijos. Allá me ofrecieron otro
cafecito y un pan diferente. ¡Cómo agradezco tantos gestos de cariño! Cuando eres misionero tienes que aprender a
comer mucho. Es importante tener flexibilidad en el estómago para dar entrada a
todo tipo de platillos. Un estómago grande y una buena digestión facilitan
mucho la convivencia en las comunidades de misión.
Después
de los dos cafés y los dos panes, ahora sí, fui con Yancidara a desayunar en
casa de Víctor, otro de los hijos de Don Miguel. Yancidara entró con toda confianza hasta la
cocina bajo un techado de palmas y
torteó algunas tortillas con Juana, esposa de Víctor, que nos ofreció un
rico desayuno: huevo, frijoles negros, almejas y tortillas hechas a mano. En la
cocina tenían un pequeño loro que pusieron en mi mano. Era muy tranquilo y
respetuoso, no me mordió. Lo acaricié y
se lo di a la niñita de Juana, muy linda, para tomarles unas fotos.
Nos despedimos de Juana y fuimos
a la casa donde se hospedaba Yancidara. A esa familia le tocaba la posada al
día siguiente así que iban a ir de compras a Pajapan. Y yo aproveché para irme
junto con Yancidara (Hermana Yan) y dos muchachas. Aproximadamente a las 11:00
a.m. nos bajamos en Batajapan y me acompañaron hasta la capilla a buscar a las
misioneras. No las encontrábamos, pero después de un rato aparecieron. En la
búsqueda subimos la colina en cuyas faldas está la capilla. Desde arriba se
apreciaba el un gran horizonte. Me dijeron que cuando el cielo está claro se
alcanza a ver el mar del Golfo de México al a izquierda y la Laguna del Ostión
a la derecha. Desafortunadamente el cielo no estaba muy despejado.
Me despedí de Yancidara y las chicas y fui la
capilla con Lucy y Olivia, las misioneras, para preguntarles cómo les había ido
en su comunidad. Me encontré con una inquietud y cierta incomodidad en las
misioneras por algunas actitudes del animador que era quién les daba hospedaje.
Me comunicaron que el señor no es muy abierto al diálogo, que ellas sienten que
se impone y no las deja participar o aportar algo nuevo en las celebraciones de
las posadas. Me contaron también que Olivia había estado enferma del estómago,
pero que, ya se estaba recuperando. Lucy la había estado cuidando el día
anterior. Esas dos desconocidas (una para la otra) se habían conocido muy bien
en apenas tres días de convivencia. Se les notaba su amistad y profundización,
su carácter tan diverso y, sin embargo, su mutua comprensión y colaboración. Di
gracias a Dios internamente por lo que estaba presenciando en ellas. A pesar de
las pruebas, de la enfermedad, de las carencias materiales de la comunidad, a pesar de todo Lucy y Olivia tenían una
sonrisa en su rostro, y me transmitían paz y sentido.
Después
de nuestra reunión llegaron los niños y jugamos con ellos de las 12:15 p.m.
hasta la 1:30 p.m. Pocos niños, pero bien contentos. Luego nos fuimos a comer
con Santos, uno de los jóvenes más activos de la comunidad, quien había hecho
buenas migas con las misioneras. Santos (19 años) vive con su hermana menor (12
años). Sus papás están trabajando en una ciudad de la costa (Coatzacoalcos o
Minatitlán) y van a Batajapan cada 8
días. Me confrontó mucho su realidad de hijos semi-abandonados. Los papas, por
quererles dar una mejor vida, están ausentes durante la semana. Me conmovió su
generosidad, Santos nos preparó un rico guiso de pollo con fideos. Convivimos
muy a gusto mientras comíamos. Su casa era sencilla, como lo era su mirada. Una vez que comimos, Lucy, Olivia, Santos y su
hermanita se pusieron a hacer aguinaldos con unos dulces que habían comprado en
Pajapan y prepararon también una piñata para ofrecer todo a los niños en la
posada de la noche. Mientras ellos platicaban, se reían y armaban los aguinaldos,
yo me recosté en una hamaca y descansé unos veinte minutos, escuchando sus
voces, a lo lejos…
Se
llegó la hora de ir a la casa del animador para que las misioneras propusieran
sus ideas para la posada. Las acompañé y algo se logró. Nos reunimos en la casa
de origen, hicimos una pequeña oración antes de salir con los peregrinos y
caminamos hasta la nueva casa. Un niño y una niña llevaban las figurillas de
José y María. Mientras íbamos en
procesión uno de los jóvenes nos acompañaba con su guitarra y muchos
cantábamos. El canto que más se me quedó era aquél que dice: “Arre Caballito
vamos a Belén, a ver a María y al niño también…”
Nos
habíamos repartido algunas lecturas. Olivia me comentó que le costaba leer en
público, pero decidió ir más allá de sus límites y se animó a leer. Fue
bastante reveladora la lectura de la noche. La posada estaba dedicada a los
Jóvenes y fue una jovencita de unos 15 años quién leyó en el Evangelio cuando
María cantó el Magnificat. Lucía, la misionera rebelde, tuvo la fuerza para
mencionar a la comunidad la relevancia de apoyar a los jóvenes del pueblo. Con
prudencia y paciencia expresó lo que quería expresar y motivó a los asistentes
a reconocer el esfuerzo y las aportaciones de los jóvenes a la Iglesia y la
comunidad. Después dos jóvenes varones y Santos expresaron su sentir. El
animador hizo una buena traducción al náhuatl de lo que los jóvenes y yo
habíamos compartido (eso pienso porque se tardaba bastante jajaja). Los músicos
tocaban y cantaban muy bien. Me encantó la versión popular de la Magnífica que
compartieron. Tanto me gustó que les pedí que la volvieran a cantar hacia el
final de la Celebración. Se llegó la hora de los tamales, el ponche y el atole
y todos disfrutamos de una rica convivencia. Lucía y Olivia jugaron con los
niños y después de cenar organizaron la piñata. Me encontré sonrisas y alegría
en todos los rostros que veía, de chicos y grandes.
Disfruté mucho el pan y el
atole que nos compartió la familia y me sentí agradecido de poder estar ahí.
Antes de regresar a la casa del animador, reté a algunos jóvenes a subir
corriendo las escaleras que llevaban a la cima de la colina. Dos aceptaron el
reto. Corrí con todas mis fuerzas, Santos me ganó, quedé en segundo lugar, y en
tercero llegó un chavo como de 15 años.
Llegamos
a la casa de los papás del animador, quienes eran los que prestaban el
cuarto-palapa para hospedarnos. Solo había un catre de ixtle y una hamaca así
que me tocó suelo, pero estaba tan cansado que rápido me dormí entre las
imágenes del día. Aquella noche fui testigo de cómo varios jóvenes fueron más
allá de sus límites, A la Mayor Gloria de Dios. Descansé
muchísimo.
De regreso en
Benito Juárez… Jueves 20 de diciembre.
Tomé
una camioneta de Batajapan a Pajapan y de ahí otra que me llevó a Benito
Juárez. En el camino iba tomando fotos de los hermosos y verdes parajes. Me
acuerdo que en una comunidad subió una señora con su hijo como de 8 años. El
niño estaba disfrutando el paseo, se colgó de los tubos de la estructura de la
camioneta y pronto su mamá lo regañó, pero alcancé a tomarle una foto en que
sonreía. Luego subió una chica con una bolsa llena de naranjas y se bajó en
Mangal. Es impresionante la cantidad de frutas que produce aquella región.
Llegué justo a tiempo a Benito Juárez para ir al paseo con los jóvenes de la comunidad y
las misioneras. Cristina y Ana, a quiénes bautizaron los niños como CristiAna estaban terminando de
desayunar cuando yo llegué a la casa de Doña Feliciana y Don Bruno. Me senté
afuera de la cocina en lo que acababan y mientras tanto Don Bruno negociaba la
compra de unos cangrejos con un caminante. Eran unos cangrejos negros, y
todavía algunos estaban vivos. Les tomé fotos.
Chico,
Ismael (Mae) y Eduardo, mi tocayo, serían los guías de la expedición a la
Laguna del Ostión. Primero subimos en dos motos que nos llevaron hasta El paso, un río que había que atravesar
para entrar en el brazo que nos sacó hasta la Laguna. Subir a la lancha sin enlodarse no era fácil,
pero lo logramos, saltando de piedra en piedra, de raíz en raíz. Iniciamos la
aventura navegando entre los manglares. Fue realmente una experiencia
increíble. Nunca antes había estado en una lancha tan pequeña saliendo de un
río a una Laguna.
Aquella mañana circulamos por un brazo de agua dulce hacia la
Laguna del Ostión (de agua salada). Ya en la Laguna los jóvenes nos animaron a
bajar de la lancha. Nadé un buen tramo en aguas poco profundas. Bajaron Cristi
y Ana y todos nos pusimos a pescar
ostiones. No tenía ni idea que así, sintiendo el lecho con los pies, es cómo se
extraen los ostiones.
Después de sacar algunos ejemplares, Chico partió los
limones que llevábamos y nos los preparó para degustarlos. Recordé aquella
frase de “viscosos pero sabrosos” y probamos el manjar. Eso sí, nos advirtieron
que no comiéramos muchos, porque como turistas, no estamos acostumbrados a
hacerlo. Abordamos la embarcación, Lalo encendió el motor y empezamos a cruzar
la Laguna para salir al Golfo de México. Desembarcamos en Jicacal, en la casa
de un familiar de Lalo. Ahí nos dieron chance de ir al baño y de amarrar la
lancha. Caminamos unos metros y estábamos ya en el pueblo de pescadores.
Buscamos una tienda para comprar algo de comida. Tuvimos la suerte de que una
señora nos cocinara un rico ceviche y de que su hijo nos lo llevará hasta la
Bocana.
Mientras
caminábamos en la playa vimos unos caballos en el mar, lo que a las chicas les
sorprendió mucho y caminaron hacia ellos. Pero, pronto los corceles corrieron hacia
el pueblo y ellas regresaron. Habíamos caminado como un kilómetro hacia la boca
de la Laguna del Ostión cuando nos
encontramos a otro grupo de misioneros. Estaban los de Palma Real y los de Huezuntlán,
todos acompañados de jóvenes y familias de sus respectivas comunidades.
Celebramos el encuentro con unos deliciosos Bon-Ice y una foto grupal. Después
de platicar un rato nos despedimos para seguir nuestro camino y llegar a La Bocana.
El lugar es muy bonito, a pesar de la estructura de un puente abandonado.
Ismael
y yo cruzamos la Bocana nadando por el lado del Mar con corriente a favor.
Estuvimos un rato observando peces desde las rocas y luego regresamos por el
interior de la Laguna para evitar la corriente externa. Recordé aquella ocasión
en la Laguna de Catemaco cuando mi amigo Gilberto se andaba ahogando, yo estaba
del otro lado de la bocana, hice señas con los brazos a una lancha y,
afortunadamente, el pescador encendió el
motor de inmediato y lo salvó.
Llegó la comida, disfrutamos un rico ceviche de pescado con tostadas y con galletas saladas. Después de convivir un rato y ver que nos había sobrado bastante ceviche decidimos regresar a la zona donde vimos a los misioneros para compartirles, pero ya no estaban. Aprovechando que estábamos en la costa y con la idea de ver a los misioneros nos fuimos a Playa linda. No encontramos a los de Palma Real pero, afortunadamente sí encontramos a otro grupo de los de Tatahuicapan. Ellos disfrutaron gustosos del cevichito. Desde que llegamos a Playa linda el viento soplaba con mucha fuerza. Tanto que dolía la piel por el choque de los granos de arena. Recuerdo que el viento me voló el sombrero y tuve que correr detrás de él casi 100 metros hasta alcanzarlo!.
Arreció el norte
y nos fuimos justo cuando empezó a chispear. Me despedí de CristiAna, Chico, Ismael y Eduardo que regresarían a Benito Juárez,
y aproveché el raite hasta Pajapan con los que iban a Tatahuicapan. Llegué a
Pajapan y me di un baño a jicarazos al aire libre en medio de ventarrón, una
experiencia única. Tuve la suerte de alcanzar un taxi ya de noche que me llevó
a Tecolapa para vivir la posada. A cinco minutos de haber llegado se desató una
breve tormenta. Esperamos a que se
pasara para que más gente llegara y pudiéramos ir a la casa donde estaban los
peregrinos. Me impresionó que, a pesar de la lluvia, llegaron docenas de personas de la comunidad,
mujeres, niños y ancianos.
Después
de los cantos y antes de la cena, Yancidara y yo agradecimos a la comunidad su
recibimiento. Fue un momento muy conmovedor. Fui testigo del gran cariño
que le tomaron a la “Hermana Yan”
mujeres, hombres y niñ@s de la comunidad.
Luego
de los tamales, vinieron las piñatas y siguió la música. Contemplamos una
escena espectacular cuando, espontáneamente, una bolsa enorme llena de globos que se iban a
repartir entre los niños explotó por el fuerte viento y los globos volaron por
los aires mientras docenas de niños intentaban atraparlos. Antes de que el
convivio terminara me acerque a los músicos para preguntarles si me podía ir
con ellos a Batajapan. Ellos respondieron que sí. Nos fuimos en una pick up
atrás cuando bajo un poco la intensidad de la lluvia. Afortunadamente el pueblo
de Batajapan está muy cerca de Tecolapa así que no nos alcanzamos a mojar.
Llegué
directo a la casa donde todavía se celebraba la posada. Eran casi las 10 de la
noche. Ahí conocí a Adrián, uno de los servidores de la parroquia que acompaña
a grupos juveniles. Me impresionó su testimonio de vida. Hace algunos años salió
de su pueblo para buscar empleo y llegó a León, Guanajuato, donde trabajo
varios años, empezando desde abajo. Después de un largo tiempo fuera, regresó
por motivos familiares, se casó y ahora es esposo y papá de una hermosa niña.
Si quieres ver más fotos de éstas Misiones aquí está el álbum:
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10151198783051840.438188.655626839&type=3
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