La
religión es el núcleo de la cultura. La experiencia de Dios es el núcleo de la religión.
No hay cultura sin religión. No hay religión sin actos religiosos. Los
paradigmas contenidos existenciales densos no discursivos se transmiten a través
de los actos religiosos.
La
experiencia de Dios es el núcleo de identidad de la religión y de la cultura.
La experiencia de Dios como contacto con lo real. Raíz indoeuropea sak “conferir existencia”, “hacer que
algo llegue a ser real” (Melloni, Lo uno y lo múltiple) Del vocalo sak vienen palabras como sagrado,
sacrificio, sacerdote, santo, etc.
Una
experiencia de Dios se vuelve la experiencia fundante de una tradición
religiosa. Se vive como una “revelación”, la irrupción de algo (Alguien) que
inicialmente no era obvio y que de pronto se volvió perceptible, inteligible,
referente último y definitivo.
La experiencia religiosa implica a
una persona que la ha vivido: el místico fundador.
Significa
ser liberado de la angustia de vivir en una realidad caótica e impredecible. Se
percibe y entiende el orden subyacente de las cosas y el lugar que le
corresponde al individuo dentro de él: Tao, Dharma, Torah (Ley), Reino, Islam.
La religión como mistagogía.
Las
religiones son fundamentalmente mistagogías (caminos). La experiencia fundante
básica del cristiano es encontrarse y entrar en relación con una persona: Jesús
de Nazareth. A su vez, Jesús vivió una experiencia fundante que una y otra vez
refrendará y es la que quiso transmitir a sus discípulos: Dios nos ama sin
límites ni condiciones y vale la pena poner nuestras vidas en sus manos. Jesús
descubre el orden del cosmos armónico del proyecto de salvación de Dios y
empieza a orientar su vida y cada una de sus acciones en esa dirección.
Jesús
realiza en los creyentes lo que los psicólogos contemporáneos denominan
“modelaje”, una especie de
transmisión de saberes
(saberes/experiencias/actitudes) que va más allá del lenguaje común e implica a
toda la persona y sus actitudes vitales, que son “contagiados” a los que se
acercan a él.
Encontrarnos
con Cristo, como concreción del amor gratuito e infinito de Dios con nosotros. El
Señor Jesús es la experiencia fundante del cristianismo. El Señor Jesucristo
como gracia conduce a Dios el Padre como Amor, y finalmente (nos lleva a) el
Espíritu Santo como comunión[1].
Dios
se revela a sí mismo como alguien que se entrega. Cristo es el don supremo de
ese Dios que viene a entregarse. Por lo tanto un signo de la auténtica
experiencia fundante cristiana es la vivencia de recibir, un llamado
irrefrenable a despojarse, en el vaciamiento/entrega por amor que Cristo mismo
nos enseña.
Hace
falta evaluar si las prácticas, doctrinas e instituciones religiosas cristianas
están realmente acercando a sus miembros al horizonte de sentido pretendido, el
mediado por Jesús. Tal vez el origen de las crisis de las culturas cristianas
ha sido haber olvidado que en su nacimiento había una experiencia de Dios
perceptible y transmisible.
[1]
2da Carta a los Corintios. Saludo de entrada de la Eucaristía.
Fuente: Curso de Teologia y Espiritualidad impartido por Alex Zatyrka, SJ en el Centro de Espiritualidad Ignaciana de Guadalajara, Abril de 2014.
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