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Cuatro lecciones sobre la pobreza en mi vida


Quiero recordarme a mí mismo, mientras escribo estas líneas, aquella máxima que nos heredó Jorge Manzano S.J., en los Ejercicios Espirituales de enero de 2013, los últimos en que nuestro hermano “aprendiz de filósofo” acompañaría a un grupo de escolares de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. (Fui  de aquellos privilegiados).  Lo que Jorge nos dijo un día en los puntos fue: “Los votos son alas, no cadenas”.

De los tres votos o consejos evangélicos, les comparto, hermanos, mis meditaciones sobre el voto de pobreza. Lo primero que les diré es que estos han sido meses de grandes lecciones. No puedo recordar algún momento de mi vida en que me haya sentido tan miserable, tan económicamente pobre.  Algunos dicen “ando bruja”. Mi experiencia de las últimas semanas ha sido esa, “andar bruja” la mayor parte de los días del mes, vivir sin un clavo en los bolsillos. Pero ¿Eso qué importa? ¿Cómo toca mi vida de jesuita en formación? ¿Cuáles han sido las lecciones para la Misión que ya vivo y para la Vida que me espera?

Primera lección: La Providencia de Dios en mi vida.

La primera, y quizá la más importante, ha sido “La lección de la Providencia”. La experiencia de andar sin dinero me ha remitido a la experiencia de peregrinaciones del noviciado, en que teníamos que ganarnos el sustento, a base de nuestros trabajos y esfuerzos manuales (a mí me tocó cortar caña). Ciertamente ya había trabajado antes de ser jesuita. Pero no como campesino. Como profesionista ganaba muy bien, nunca tuve apreturas económicas, antes bien, me daba gustos, era espléndido con los demás, incluso despilfarraba. En cambio, en la experiencia de trabajo (peregrinaciones) del noviciado, sólo había para comer, para vestir (totalmente tianguis) y para “pagar la renta”. En las galeras no se tiene una vida cómoda, las familias viven hacinadas. A veces hay dos familias (de 5 o 6 miembros cada una) en un cuarto de cinco por cinco metros. Cuando se trata de hombres solos, puede haber hasta seis en un cuarto de cuatro por cuatro metros. A Felipe mi compañero y a mí nos tocó vivir dos meses y medio con dos hermanos. Éramos cuatro en un cuarto que no tenía un solo mueble, solamente cuatro planchas de cemento para dormir. Poco a poco, uno se acostumbra a la precariedad.


Aquí en Chalco, estamos en la gloria, en comparación con los hermanos y hermanas cortadores de caña (desafortunadamente muchos menores de edad) que conocimos en Nayarit. Objetivamente, en esta comunidad jesuita de Chalco estoy mucho más protegido, tengo cubiertas todas mis necesidades materiales. Sin embargo, en las últimas semanas he pasado varios momentos en los que me ha invadido un sentimiento de incertidumbre, una subjetiva sensación de abandono en cuanto a los bienes y medios materiales. Y no puedo negar que esa  precariedad subjetiva ha tocado otras dimensiones de mi ser que sobrepasan lo estrictamente material. Dicho de otra manera, en Xalisco, Nayarit, cortando caña pasé varios momentos de dolorosa confrontación ciertamente referida a las condiciones materiales en las que vivían las familias y yo mismo. Pero predominó en aquellos meses la consolación gozosa en la que, a pesar de la pobreza material, me sentía seguro, firme, acompañado, sustentado por Dios Misericordia y Providencia. En cambio, en los tres meses que llevo en Chalco, ha habido mucho más momentos en que me he cuestionado el voto de la pobreza, tras sentir que me muerde la imposibilidad de comprarme una golosina en la tienda, o la incapacidad económica para ir al cine, y para invitarle a alguien un café. Comparativamente, en la experiencia de cortar caña Felipe y yo estábamos mucho más a la intemperie de lo que me encuentro ahora.  Quizá allá en Xalisco me sentía realmente en manos de Dios, mucho más que en éstas últimas semanas en Chalco. Cómo habrán sido esas sensaciones experimentadas estas últimas semanas que una tarde, incluso, me puse a comparar el alcance de mi mesada y en diálogo interno me decía:

“A ver, ahora recibo una mesada de mil pesos (se incrementó en 200 pesos en el paso de la Filosofía al Magisterio) y siento que no me alcanza el dinero ni para los primeros quince días del mes. ¿Cuánto estaría ganando ahora si hubiera seguido trabajando como profesionista o me hubiera lanzado a poner mi propia empresa? … p´ta madre…. ¿Qué chingados estoy haciendo aquí? ¿Por qué no estoy ganando dinero y haciendo lo que me plazca con él? ¿Por qué no libremente trabajo para ganar mi dinero, y me doy los gustos que quiera, viajo, consumo, invito y pago, presto, compro, ahorro…? ¿Quién me manda estar aquí sufriendo, pasando necesidad y soportando esta pinche frustración de no tener con qué ir al cine o con qué comprar una cháchara en el tianguis del domingo?”

Más allá de mi “egoísta instinto de supervivencia”, creo que esa tarde lo que me dominó fue un egoísmo socio- cultural, una imagen autocreada, mi deseo de poseer, de ostentar, de manipular. Es decir, entré en una lógica de mercado, entré, casi sin darme cuenta, en la dinámica de Babilonia. Me puse a pensar en mí, sólo en mí y en mi bienestar, cayendo en un no-rumbo, conmiserándome, cuestionando mi opción vocacional, por el pinche dinero…

A pocos días de distancia, puedo reconocer que el mal espíritu logró engañarme, como quizá lo hará muchas veces más en mi vida de jesuita o de no-jesuita.

Resumo esta primera lección (De la Providencia) en que, a pesar de mi sensación subjetiva de precariedad y de mi deseo desbordado de poseer y consumir, no me ha faltado nada para vivir conforme a la dignidad humana. He tenido todo lo básico para desplegar mis potencias como ser humano, todo aquello que se pide a Dios Providencia: Casa, comida y sustento… El aprendizaje en el que tengo que seguir profundizando es que no vine al mundo para ganar mucho dinero y tener cuentas millonarias en los bancos, múltiples empresas y propiedades en varios países. Vine al mundo para ser servir, y como religioso quiero vivir como Jesús vivió su relación con las cosas materiales, que es, desde mi parecer, la única forma en que se puede ser realmente feliz. Nuestro inspirador y “Supremo Capitán”, ciertamente, “no tenía donde reclinar la cabeza”, y se consumió alegremente, desde una pobreza que le daba enorme libertad, en el servicio de los demás, sin considerar su posición socio-económica, su tradición religiosa o su cultura.

Segunda lección: “En solidaridad con los pobres”.

La segunda lección que intento atesorar -y que espero ir incorporando cada vez más en mí vida-, está en total vinculación con la anterior lección de la Providencia de Dios. Esta segunda lección ha sido la de la oportunidad de vivir un modo de solidaridad con los pobres. Y digo “un modo de solidaridad con los pobres” porque para ser realmente solidario con los pobres, habría que vivir como ellos, comer como ellos, trabajar como ellos, descansar como ellos, transportarse como ellos, relacionarse con el poder (empresarial, religioso, político, etc) como ellos, etc. Y eso no es lo que yo vivo diariamente.


Un aprendizaje que intento atesorar es que mi subjetividad me juega malas pasadas, es decir, mis sentimientos o afectos (sobre todo los desordenados, que tienen que ver con la posesión o relación con lo material) me engañan y me hacen sentir pobre, miserable, cuando, objetivamente, vivo en un palacete y tengo una vida de príncipe en comparación con el 90% de la población de Chalco, Valle de Chalco e Ixtapaluca. En mi rol social de “seminarista” en parroquia jesuita, tengo concedidos algunos privilegios. Aunque la mitad del mes no tengo dinero en los bolsillos, nunca en estos tres meses en Chalco me ha faltado qué comer, ni qué vestir, ni dónde dormir. Nunca en mi vida pasada, ni como jesuita, he tenido que enfrentar a los cobradores, ni vivo con la incertidumbre y el riesgo de que vengan a desalojarme por no pagar la renta, o de confiscar mis pocos bienes materiales, para cobrarse a lo chino, las deudas que pudiera tener (Ciertamente no le debo a Elektra, ni a Coppel u otras empresas, como la mayoría de los pobres de nuestro país). Tener lo indispensable para vivir con dignidad y sentirme limitado económicamente me acerca a los pobres de la tierra, a los millones de hermanos y hermanas que no tienen ni siquiera cubiertas sus necesidades básicas.


Los medios para el fin  o el famoso “tanto cuanto”

Me permito compartirles una confidencia a propósito de la pobreza como opción personal. ¡Cómo me ha costado pedir dinero a la Comunidad para cambiar alguna pieza que ya no funciona bien a mi bicicleta!. Parece una cosa tonta, pero ha sido motivo de tensión en mi proceso personal. ¿A qué me refiero? Me refiero a qué hay una voz en mí que me dice:

“¿Cómo? ¿Vas a comprar y cambiar esa pieza cuando todavía la que tienes funciona, aunque sea de manera deficiente? ¿Qué no ves que la mayoría de los hombres de estas colonias que andan en bicicleta no pueden darse el gusto de comprar una pieza nueva?”
Y otra voz francamente opuesta a la anterior me dice:

“Se te volvió a safar la cadena (ahora si te pegaste por pendejo), ya no mames, no seas pinche orgulloso y pide a la Comunidad lo que necesitas para tener en buenas condiciones la bici, que es tu  herramienta de trabajo. No te hagas el pinche humilde, pobre y miserable, porque no lo eres. Pide el dinero, cambia la pieza y deja de hacer tanto drama”.
Si le ponemos algo de reflexión “desde afuera”, la solución parece ser sencilla y muy clara, pero les confieso que no ha sido tan sencilla y clara para mí. De verdad, a veces pienso que tengo que conservar esta bicicleta, la cuaresmeña (morada y pesada como ella sola) y no aspirar a cambiarla por otra -mejor y más ligera- porque “tengo que ser solidario con los pobres”, “tengo que sufrir lo que ellos sufren”. Estamos, al parecer, ante un escenario de moción/treta de segunda semana: acá en Chalco a cada rato viene conmigo (y supongo que con los demás jesuitas de la comunidad) el ángel de luz que me trae bien atarantado. ¿Cuál es la mayor Gloria de Dios? ¿Qué pida dinero para comprar otra bicicleta o que me quede con esta?

Ríanse si quieren, les doy permiso. Respeto sus propios criterios y sensibilidades. De hecho, este texto ha sido inspirado, en algún sentido, por la lectura del texto “Humor y Espiritualidad Ignaciana” de Jorge Castro SJ, que nos propusiera Rafa Aguayo SJ en este día de retiro comunitario de los jesuas-chalcas. Esta reflexión sobre la necesidad de reparar la bicicleta me lleva a una tercera lección.

Tercera lección: Humildad o “Pido porque lo necesito”.

Una tercera lección que espero aprender en los siguientes cuarenta años es la de la Humildad. Quiero aprender a sentirme y saberme pobre, porque, de hecho, lo soy… lo somos. La primera parte de esta lección es que reconozca la importancia de la gratuidad en mi vida y que cada vez me relacione con los demás desde esta gratuidad.  Mi ego inflado me dice que “tengo derecho a”, que “merezco esto o aquello” y hasta muy bien disfrazado el mal espíritu me repite a modo de provocación aquella bíblica frase que reza: “el trabajador tiene derecho a su jornal”. Lo cierto es que todo se me ha dado gratuitamente. ¡Todo! No me ha faltado nada en el ámbito material. Alguien podría decirme:

“Lalo, ¿pero cómo dices que todo se te ha dado gratis? ¿Pues qué no trabajaste, que no te esforzaste para ganar tu dinero y comprar tus cosas cuando eras profesionista?”

Les respondo que ciertamente trabajé y que ciertamente me esforcé, pero para poder trabajar y esforzarme tuve que haber recibido la salud, y antes, la vida. Ambas, la salud y vida  las he recibido –las seguimos recibiendo- gratuitamente de Dios. Cada vez que  una bocanada de aire entra en mis pulmones y mi sangre oxigenada irriga hasta los últimos rincones de mí ser, Dios me está regalando la vida. En resumen, los cristianos intentamos ser conscientes de que todo lo recibimos de Dios, todo nos viene del Cielo; y somos conscientes también de que estamos invitados a “dar gratis lo que gratis hemos recibido”.

La segunda parte de esta tercera lección es que no puedo sobrevivir por mí mismo, que necesito de los demás para casi todo. En algún lugar leí o escuché que las personas somos como un racimo de uvas. No nos salvamos solos,  nos salvamos unos a otros, como uvas en racimos. La tercera lección, gratuidad y salvación en comunidad, me lleva a la cuarta lección.



Cuarta lección: La Vida verdadera está en otra parte, en salir de mí mismo y encontrarme con los demás en dinámica de fraternidad.

La tercera lección ha sido la de reconocer mi limitación en cuanto a creer que “merezco tener más”, pensar que las cosas materiales me dan “seguridad” y sentir que sin la posibilidad de consumir/comprar la vida está incompleta. Estas semanas he podido vislumbrar, de manera encarnada, que hay cosas más importantes que tener riqueza y ejercer el poder. No olvidemos que en este mundo quienes tienen más dinero (riquezas materiales) son los que ejercen el poder y dirigen a las sociedades sometiendo a las mayorías empobrecidas. En realidad, la solidaridad con los pobres es muy bonita en la teoría, incluso poética. Pero, en la práctica (la  mía, a todas luces deficiente), la solidaridad con los pobres cala, duele, confronta e incomoda, o por lo menos esa ha sido mi experiencia. ¡Cómo no recordar los tiempos en que esperaba la quincena con tanta serenidad! ¡Cómo olvidar los sentimientos de estabilidad/seguridad (aparentes) que experimentaba mi pobre corazón al entrar a internet al servicio de banca electrónica y ver que había caído el pago de la quincena!  La experiencia del encuentro con personas y familias de Chalco me habla de que hay cosas más urgentes y necesarias para ser felices que un alto poder adquisitivo. ¡Cuántas veces en nuestra vida nos hemos encontrado en la casa de una familia pobre y sencilla, que nos da todo, su compañía, sus sonrisas, el mejor lugar a la mesa y encima nos sirven doble plato de comida! Hay ahí una lección para todos, una lección que, con mucha frecuencia, pierdo de vista.

Les confieso que encontrarme un billete en un libro, aun de la menor denominación, me ha dado alegrías pasajeras. Pero encontrarme con las personas, en sus casas, en sus trabajos, convivir con ellas y dejarme tocar por su realidad, ha sido motivo de ¡alegría profunda y duradera! Ni la austeridad personal ni un voto institucional de pobreza tienen sentido si no están en función del encuentro con los otros. Pidamos a Dios la gracia de poder dejar de preocuparnos por nuestras carencias (objetivas o subjetivas, materiales o espirituales) para enfocar mis energías en la convivencia y el servicio a los demás.



Jesús: el hombre itinerante, a la intemperie y en conflicto con los poderes de este mundo.

Con alguna frecuencia, los pobladores de Chalco me hacen tres preguntas en secuencia:

“¿De dónde eres? ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Y ya te asaltaron?”

Las primeras dos preguntas refieren al reconocimiento de mi extranjeridad. La tercera, a la realidad local. Como ustedes saben, el Estado de México tiene uno de los índices más altos de delincuencia en nuestro país. Respecto a la posibilidad de ser asaltado he experimentado varias reacciones. En algún momento he pensado que si el maleante es uno solo y no tiene armas, tal vez haría resistencia e intentaría defenderme a mano limpia. Otras veces he pensado que, siendo inminente la aproximación de los delincuentes,  si se me diera la oportunidad, correría desaforadamente hasta desaparecerme por las calles para que no me asalten. 
  




La tercera opción, la menos temeraria y seguramente la más inteligente y realista consiste en detenerme, escuchar y entregar todo lo que me piden sin ningún aspaviento. A pesar de la impotencia y el coraje de que le quiten a uno sus cosas, aquello que se ha ganado con esfuerzo – o que le han regalado sus seres queridos o la institución de la que forma parte - , ¿qué no lo más importante es conservar la vida?.  Esa es la verdad, pero también existe la posibilidad de que, indignado por el atraco y/o cegado por un afán posesivo, puedo intentar defender mis bienes materiales, y perder la vida en el intento. Esto sería a la vez lamentable y estúpido. En un plano de sentido práctico, una ventaja de vivir sin poseer cosas materialmente valiosas y de no andar por la calle forrado de objetos lujosos (lentes, dispositivos electrónicos, joyas, etc) es que uno no será candidato a convertirse en víctima de robo. Pero encuentro un plano más hondo a propósito del tema del robo o del asalto. Ser asaltado con o sin violencia, significa ser despojado. Si me asaltan, me recordarán que nada traje conmigo cuando nací, que vine desnudo y que así me iré. En uno de sus discursos recientes el papa Francisco comentó que nunca había visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre. Encueraditos llegamos y encueraditos nos vamos, de modo que no vale la pena arriesgar la vida resistiéndonos si unos amables rateros nos salen al paso. 

Ya tendrán noticia de si llego a formar parte de la gran mayoría de las personas que han sido asaltados en las calles o en el transporte público de esta región. Espero que no tengamos noticias de que alguno de los nuestros pase a formar parte de los miles de personas del país que son levantadas, desaparecidas o asesinadas (El último del que tengo memoria es nuestro hermano Wilfredo Guinea Ramos, secuestrado y asesinado en 1997). Y si estas noticias llegan a nuestras comunidades, que sea porque alguno de nuestros hermanos o hermanas, se ha comprometido con los últimos de la historia,  hasta dar su vida por ellos, en el nombre de Jesús.
La sensación de vacío o abandono económico que he experimentado parece provenir, no tanto de una profunda o real necesidad espiritual, sino de una expectativa superficial que se ha disfrazado de necesidad espiritual o de un “derecho adquirido”. Me siento invitado a seguir discerniendo los sentimientos relacionados con una pobreza que a veces parece miseria, pero sobre todo, me siento convocado a pedir al Padre, para que nos ponga con su Hijo,  dándonos la gracia de sentirnos infinitamente ricos en medio de las necesidades materiales (sentidas o reales), y no como una ideología o una pose, sino como consecuencia de seguirlo a Él. Es teniendo que pedir a otro o a otros el dinero o las cosas materiales que necesito para vivir dignamente que estoy inscrito en la escuela de la vida religiosa, para aprender a vivir con humildad.

Agradezco a Dios  y a la Vida estás lecciones, porque es así, reconociéndome como un hombre económicamente limitado (por opción libre ante la invitación de Jesús) en medio de un mundo consumista, que me acerco más a las huellas del maestro. Termino pidiéndole a Dios Nuestro Padre-Madre-Misericordia que los jesuitas y todos los religiosos del mundo, podamos vivir los votos como alas, y no como cadenas.

Eduardo Anaya Sanromán, SJ
Chalco de Díaz de Covarrubias, Estado de México, 4 de noviembre de 2014




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