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De fronteras y encuentros


    Para el caminante extraviado, la frontera es desierto, oscuridad y frío;
precaución para quien se acerca acompañado y terror para quien la cruza solitario.








Pero hay diversas fronteras. 
No todo es desolación y persecución.
No todo es deshidratación y muerte. Fronteras hay también de vida.




Son luminosas fronteras. Que no se imponen ni amenazan.
Fronteras que acogen y no aterran. Fronteras que se han vuelto puentes.


Fronteras que se emocionan al ser cruzadas. Espacios abiertos de reconocimiento.
Porque llevan al encuentro de los que no son ni piensan como nosotros.
 ¿Puede haber límites para nuestra expresión auténtica?



Las fronteras se trascienden en la entrega mutua.

Las barreras se derrumban al manifestar quiénes somos,
al escuchar con sinceridad al que veíamos como extraño.

No quiero ser hielo ni oscuridad,
No puedo ser aridez para quien anda errante.




Deseo ser luz cálida para la extranjera, agua fresca para el caminante, un oasis de ternura para todo peregrino. 

Los límites y la decisión de construir puentes son interiores.

El vacío y la oportunidad de salir hacia otra tierra son nuestros.







Hay fronteras que se trascienden en el Misterio.

Y hay encuentros que desde la fragilidad nos enriquecen.

¿Cuántos años más dejaremos pasar  para establecer nuevos vínculos?

¿Romperemos nuestros muros?
¿Se abrirán nuestros ojos para ver al otro?

¿Qué fronteras nos impiden ir a su encuentro como luz, agua y ternura?
¿Seguiremos defendiéndonos de las miradas externas?

¿Transgrediremos por fin las esclavizantes leyes que nos hemos impuesto?

¿De qué nos han protegido?

¿Aun viviremos huyendo de la interioridad de los otros?

¿Qué memorias nos han liberado y transformado?

Acercamientos 
inesperados que han hecho posibles nuevas respuestas.
Evoca aquella libertad de espíritu que nos comunicó profunda paz. 
Sólo respira y levanta la cara, porque todo encuentro comienza con una mirada.

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