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Lo que he visto y oído a un mes del estallido social: Memoria de un extranjero en territorio austral.

Por Eduardo Anaya Sanromán SJ

Apenas un mes después de los festejos patrios chilenos y mexicanos, todavía con el sabor de las empanadas y terremotos en la boca y el corazón por los dieciochos chicos, el 18-O me tomó por sorpresa.

¿Cómo explicar tanta violencia? ¿Por qué hubo quienes llegaron a hacer tan cosas extremas o radicales como disparar, golpear a otros, incendiar estaciones de metro, saquear supermercados? 

Las últimas cuatro semanas, desde Arica hasta Punta Arenas, millones de chilenos han entonado “El derecho de vivir en Paz”  (Víctor Jara) y “El baile de los que sobran”  (Los Prisioneros).[1]

Hemos experimentado sentimientos encontrados: indignación, miedo, incertidumbre, malestar, impotencia, descontento, confusión, tristeza, angustia, pesimismo… Pero también hemos experimentado alegría, pasión, esperanza, sorpresa y también nos hemos dejado conducir por el deseo de una sociedad más justa y humana que encarne los valores del Reino de Dios. 

Lo que comenzó con la evasión en el metro como una expresión de desobediencia civil de parte de algunas docenas de estudiantes secundarios se convirtió, en pocos días, en la manifestación de un millón doscientas mil personas en marcha más grande de Chile (26 octubre).

“No son 30 pesos, son 30 años”

El incremento de 30 pesos en la tarifa del metro fue “la gota que rebalsó el vaso”, como dicen los chilenos. Sin embargo, bajo la carne enferma de Chile, había dolores antiguos como la precariedad de la vida de los adultos mayores y su exigencia no escuchada durante años de manifestaciones pacíficas de pensiones y jubilaciones justas (AFP); el dolor de los familiares de miles de muertos  que no alcanzaron a recibir atención médica por las deficiencias del sistema de salud; el dolor de un sueldo mínimo miserable que no alcanza para llegar a fin de mes; las heridas de un sistema educativo excluyente y clasista; el dolor de la invasión y desplazamiento de Pueblos originarios (Mapuches) para explotar recursos naturales en sus territorios ancestrales; el precio del uso de carreteras y autopistas (Tag) concesionadas a empresas privadas.[2]



Otra realidad dolorosa e injusta de la sociedad chilena que me ha llamado profundamente la atención es el endeudamiento sistemático de personas y familias (sistema de crédito).[3] El 85% de los chilenos se pasan la vida entera pagando su educación universitaria y su vivienda. Miles de familias compran alimentos y productos de supervivencia con tarjetas de crédito. Y, muchas otras recurren a préstamos en mercado negro con los riesgos que conlleva para su integridad física y su patrimonio personal y familiar.

Para saber más de los dolores de los chilenos, me ayudó mucho salir de mis propias rutinas en búsqueda de comprensión. Si me estás leyendo te digo “No te quedes con las noticias de la tele, prensa o internet. No tengas miedo de ir a la calle para ir a ver lo que está pasando. Probablemente tu percepción se modifique”.

Entre las cosas que más me han llamado la atención en este mes está la inmensa participación de las mujeres en las plazas, calles, marchas y cacerolazos. Hemos podido ver niñas, adolescentes, jóvenes, madres, abuelas de todos los niveles socioeconómicos y con distintas dedicaciones: universitarias, enfermeras, maestras, amas de casa, asesoras del hogar, funcionarias, etc.

En la primera semana de las manifestaciones me llamó la atención la diferencia de nivel socioeconómico y sociocultural que había entre las personas que protestaban en Plaza Ñuñoa (clase media alta) y la Plaza Italia o la Plaza Maipú. Diferencias que son signo claro de la estratificación urbana y la segregación geográfica y social. Mientras que en Plaza Ñuñoa las jornadas parecían un día de campo familiar, en Plaza Italia y Plaza Maipú los manifestantes fueron severamente reprimidos a fuerza de bombas de gases lacrimógenos, perdigones y golpes por parte de carabineros.
Algunas consignas escritas en las paredes las interpreto como producto del hartazgo y la indignación acumulada con un tono claramente agresivo. Otras me han parecido más reflexivas y constructivas. Les comparto un elenco de las que más me han llamado la atención como extranjero:

“¡Paco culiao!” “¡Milico asesino!”; ¡Paco violador!; ¡La Paca no es compañera!; “¡Fuego a la Yuta!; “Resentida por siempre”; “¡Fuego al Estado y al Capital”; “Renuncia Piñera”; “¡No + AFP!”; “La Iglesia calla mientras el pueblo muere”; “¿Dónde está la Iglesia?”; “Hijo de la Yuta”; “Nunca más desarmados”;“¡Que arda la Iglesia!”; “Dios nos ha olvidado. Y todo bien con eso”; “No vamos a parar”; “Piñera asesino ¡Vas a pagar!”; “Luchamos con todos y por todos”; “Nos cansamos, Nos unimos”; “No + Abusos”; “No al TTP”; “Desobedece”; “¡Asamblea constituyente!”; “¡Aborto libre!”; ¡Evade como Piñera!; “Mujeres de luto”; “No veas televisión”; “El consumo nos consume”; “Somos la generación con más ganas de morir”; “¡No basta con rezar!, jóvenes católicos unidos en la lucha hasta que la dignidad se haga costumbre” ; “Saqueo es que un universitario pague su carrera en 20 años la plata que un diputado gana en dos meses”.

En este momento hay inconformidad ante la Constitución actual establecida a finales de la dictadura.[4]Asistimos a un proceso de conciencia civil transversal que va desde los estratos sociales más bajos a los más altos.

“Nunca en mi vida había visto un cacerolazo en las Condes, en lo Barnechea, o en provincia y regiones, etc)… Ver ciudades enteras movilizadas protestando pacíficamente.”[5]

¿Qué nos está diciendo Dios en medio de las manifestaciones del último mes en diferentes ciudades de Chile? ¿Cómo interpretar los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios?


[1]Canciones populares relacionadas a la resistencia ante la Dictadura cívico – militar (1973-1980).

[2]Rodrigo Hidalgo, Académico especialista en Geografía social, afirma que el país ha sido estratificado en términos de nichos de mercado (geografía física) en base a un grupo muy específico que se ha beneficiado históricamente. Negocio de la Educación, naturaleza: agua, minería, mar, etc), vivienda social (vg. Bajos de Mena). Todos son nichos de mercado, todos son negocios que han enriquecido ciertos grupos de poder (cf. Cabildo Académico Interdiscipliar PUC, 7 de noviembre de 2019).

[3]Algunas fuentes hablan de más de un 40% de la población que vive endeudada.
[4]Los chilenos ilustrados expresan que la constitución redactada por miembros de la dictadura cívico militar está montada en un proyecto económico neoliberal que la ciudadanía, ha sentido y padecido. El enfoque economicista ha descuidado los derechos sociales. 

[5]“En este país se perdió la representación social porque las organizaciones cívicas no tienen canal de expresión. La gente de regiones no se siente representada por Santiago. Hace falta caminar en términos de descentralización política y económica” (Luis Jil, fundador de Teología para todos). 

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