Nazaret es el ambiente ecológico en que crece Jesús; el lugar adonde volvemos como a la casa paterna a la que vamos a reponernos, a convalecer, a desintoxicarnos de las formas de poder y suficiencia; a reencontrar el gusto por lo sencillo, recobrar los valores del Evangelio, las bienaventuranzas. En Nazaret podemos recuperar a María, sin pedestal, con sandalias, guardando en su corazón el rostro y palabras de Jesús. Es el lugar de la nueva Sabiduría en la que crecía Jesús. Ir al lugar donde comenzó todo.
Volver a Nazaret nos proporciona un lugar de descanso para nuestras inquietudes; acudimos allá para curar nuestras fiebres de eficacia, para soportar la monotonía del trabajo diario y la impresión de que en el mundo no avanza lo bueno ni la realidad da noticia del Dios vivo.
Acércate con María a Nazaret a reencontrar esa nueva manera de mirar, pensar, sentir, juzgar... que es la de Jesús; a aprender con Jesús el lenguaje que encierra la novedad del Reino; a manejar según Dios los adverbios: dentro-fuera, lejos-cerca, más-menos, arriba-abajo. Recorre tus lugares de relación, mira desde esta pers- pectiva de “revolución de los adverbios” a las personas con las que convives o trabajas.
Pide des-aprender tu viejo lenguaje mundano y ser recibido en la novedad del lenguaje evangélico; acércate para aprender a ser creyente en la fe y la oscuridad, como María y José (Lc 1,66;2,19), a veces el, silencio de Dios me pesa demasiado: ¿por qué calla y parece esconderse? ¿Por qué parece que triunfa el mal? ¿por qué no nos habla con mayor claridad?; ¿por qué permite que la vida diaria sea a veces tan oscura y sea tan difícil rastrear los signos de su presencia? ¿por qué tan lento el crecimiento humano y tan pesadas las leyes de la maduración? (y otros mil por qué que brotan del corazón y nos angustian); buscamos signos milagrosos, imáge- nes que lloran, pero lo que prevalece es el “silencio de Dios”, calla, se esconde, es difícil encontrar los signos de su presencia.
El crecimiento del Reino está escondido, el silencio y la pobreza son tesoros ocultos, las cosas de Dios se conocen desde el corazón, el Hijo de Dios se acostumbró a ser hombre en la oscuridad de lo cotidiano, desde el trabajo anónimo en una aldea perdida. Caigamos en la cuenta de que ahí en lo cotidiano está Dios, que se llama Jesús y quiso plantar su tienda entre nosotros.
María “conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 1,66; 2,19), y va unifican- do lo que conoce por la Palabra y la realidad que va aconteciendo ante sus ojos y que no coincide con lo que el ángel le ha anunciado: “será grande, le dará el trono...” (Lc 1,32-33), y ella ve un pesebre, pobreza, persecuciones.
Centro Ignaciano de Espiritualidad, Chile.
Comentarios