Días de playa, disfrutando de miembros de mi familia nuclear: Mis dos hermanas, mis dos sobrinos, mi cuñado y su buen primo Alexander.
Diego de mis ojos, sobrino de alegrías, gracias por tu sonrisa, por tu mirada valiente. Me diste plenitud, vida, presencia Divina...
José Héctor de mis abrazos, gracias por tu ternura, por tus preguntas necias, por tus piernas veloces y tus llantos caprichosos. Me diste luz, anhelos, bendición, el primer nieto de mis padres.
Hermana Ana María, gracias por tu esfuerzo y tu entrega. Me diste paz, experiencia, madurez, cariño.
Hermana Martha Angélica: Gracias por tus silencios, por tu dedicación, por tus sueños secretos, por tu compañía frente al mar. Me diste gratitud, misterio, ganas de conocerte más y mejor, llegará tu sueño, cualquiera que sea. Tu sabes luchar...
Gracias Dios, por tantas bendiciones recibidas en una semana frente a las costas del pacífico, por las tardes soleadas, por las mañanas nubladas, por el correr de las olas, por mis pies descalzos y ampollados tras la prolongada carrera hasta el muelle Santa Cruz.
Agradecido y en paz me siento como cuando vi partir los veleros a la aventura desde el brazo de roca cerca de nuestra posada. Así es mi vida, una aventura nueva cada día, un riesgo que hay que correr para vivir y no sobrevivir.
Diego de mis ojos, sobrino de alegrías, gracias por tu sonrisa, por tu mirada valiente. Me diste plenitud, vida, presencia Divina...
José Héctor de mis abrazos, gracias por tu ternura, por tus preguntas necias, por tus piernas veloces y tus llantos caprichosos. Me diste luz, anhelos, bendición, el primer nieto de mis padres.
Hermana Ana María, gracias por tu esfuerzo y tu entrega. Me diste paz, experiencia, madurez, cariño.
Hermana Martha Angélica: Gracias por tus silencios, por tu dedicación, por tus sueños secretos, por tu compañía frente al mar. Me diste gratitud, misterio, ganas de conocerte más y mejor, llegará tu sueño, cualquiera que sea. Tu sabes luchar...
Gracias Dios, por tantas bendiciones recibidas en una semana frente a las costas del pacífico, por las tardes soleadas, por las mañanas nubladas, por el correr de las olas, por mis pies descalzos y ampollados tras la prolongada carrera hasta el muelle Santa Cruz.
Agradecido y en paz me siento como cuando vi partir los veleros a la aventura desde el brazo de roca cerca de nuestra posada. Así es mi vida, una aventura nueva cada día, un riesgo que hay que correr para vivir y no sobrevivir.
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