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Cortando caña en Xalisco, Testimonio

A mi me tocó ir a trabajar en el corte de caña en Xalisco, Nayarit. Fueron tres meses los que pasé con mi hermano Felipe viviendo en el albergue donde viven los cortadores de caña de los dos ingenios más importantes de la región. Acompañado de hermanos de origen indígena, entre mares de caña, machetes, tizne y sol, he vivido una de las experiencias más fuertes de mi vida.
Los cortadores, originarios principalmente del estado de Guerrero (cultura tlapaneca) son personas y familias y que dejan su tierra porque allá no tienen que comer ni cómo ganarse el pan. Nos decían que la mazorca del maíz apenas se da en unas milpas chiquitas. Además carecen de agua en muchas de sus comunidades.

Todos los días, menos los domingos en que solíamos descansar, nos levantábamos a eso de las 5:30 am porque el camión que salía a las 6 am a la parcela recién quemada y lista para cortar. Uno de los momentos más grato que recuerdo era el descanso para el lonche, en que los cortadores nos compartían su vida y sus alimentos.

Lo que ganan los cortadores es poquísimo para lo que trabajan. Cada tercio (montón) de caña cortada se los pagan a 3 o 4 pesos. Sólo los domingos lo pagan a 5 o 6 pesos porque a los dueños del ingenio les interesa que no falte caña para su proceso y así los incentivan a trabajar en domingos. La gran mayoría de los cortadores van a trabajar los siete días de la semana. Yo siento que es un tipo de esclavitud. El sistema se aprovecha de la gran necesidad de los más pobres y los explota.

Hubo dos rachas de varios días sin trabajo por las inusuales lluvias. Esos días me hacían pensar muchas cosas. Me cuestionaba qué debía hacer, cómo aprovechar ese tiempo. Y luego cuando dejaba de pensar en mi, empezaba a ver la urgencia que tenían los hombres de trabajar porque tenían que mandar dinero. Pensaba en todas esas familias que dependían del trabajo de mis hermanos de la cuadrilla y en todas las cosas que tendrían que hacer para subsistir en lo que se pasaban los días de lluvia.

Me preguntaba: ¿Cómo pasar un día bajo techo, tranquilo, sin ansiedad, cuando se sabe que no habrá corte, que la raya llegará muy pobre? ¿Cómo descansar y agradecer la lluvia, si ya de por sí ha habido poca caña, es mucho el esfuerzo y el trabajo mal pagado? ¿Quién puede descansar en calma, cuando sabe que lejos, en su pueblo, la esposa y sus hijos esperan dinero para poder comer y vestir, para pagar los $170.00 que tienen que pagar cada semana del último préstamo, y en un día lluvioso como hoy no se trabaja?

Desafortunadamente algunos de ellos se gastaban buena parte o toda su raya en alcohol cada fin de semana. Es una realidad muy dolorosa pero el alcoholismo y la adicción a la marihuana esta extendida principalmente en los hombres de las cuadrillas, y esto es algo que los niños ven todos los días.
Los cortadores son gente muy generosa que desde el primer momento nos acogió y a los pocos días ya nos sentíamos como parte de su familia. Recuerdo especialmente una de las comidas en las que no llevamos lonche porque el plan original era regresar al albergue a comer, pero era tan grande la parcela que tuvimos que quedarnos hasta tarde. Entonces uno de los cortadores que no tiene familia y que frecuentemente se gastaba su raya en alcohol nos ofreció de lo que llevaba de comer. Allí, sentados entre los surcos, a la sombra de las cañas, nos abrió su corazón y pudimos tener una conversación muy fraterna. Creo que fuimos instrumentos de Dios Misericordia y el pudo sentir ese amor de nuestro Padre.

La presencia de los niños fue muy importante, y me ha dejado huella. Al principio fue gusto el conocerlos, pero después empecé a sentir resistencia e impaciencia ante ellos, que diario nos buscaban, y realmente me costaba escucharlos, jugar, cuando llegaba cansado del trabajo.

Raymundo es un niño de 3 años muy inquieto y travieso, lo que necesitaba era amor. Sus papas nunca estaban con él porque el papá se iba a cortar caña y la mamá trabajaba en una tortillería, así que se lo dejaban a su abuela, la esposa del cabo. El papá llegaba del trabajo muy cansado y lo trataba con mucha sequedad. El niño le tenía incluso miedo. Yo juzgaba interiormente el que su papá no le diera el afecto y la atención necesaria. Después, un día tuve la oportunidad de platicar con el papá de Raymundo, mientras tomábamos refresco en un descanso quien me contó que fue huérfano desde muy niño. Su mamá nació al darlo a luz y su papá cuando el tenía unos 6 años, así que se crió con unos compadres de su familia. Así que prácticamente no tuvo ni sintió la presencia de su madre, ella no lo pudo amamantar. El no tuvo unos papás que lo amaran y que le dieran al amor que necesitaba. Al saberlo me sentí mal por haberlo juzgado, por haber pensado mal de él. Y así he vuelto a confirmar que muchas veces tenemos ideas y prejuicios sobre algunas personas pero en verdad no conocemos sus historias, no sentimos sus dolores, no comprendemos sus razones.

Juan y Francisco, nuestros confiables compañeros de cuarto, siempre estuvieron apoyándonos con acciones y animándonos con palabras. Varias veces nos ayudaron a terminar nuestro corte, o nos invitaron un refresco, y también nos contaban sus vidas. Francisco nos compartió cosas de su historia personal, de su familia, de sus aventuras de trabajo y esfuerzos en diferentes lugares del país y en Estados Unidos. Es un hombre serio, austero, discreto, sano y trabajador que cada ocho o quince días manda dinero a su esposa que está en Guerrero con sus tres hijos.

Otra experiencia que me conmovió fue conocer a docenas de mujeres totalmente entregadas a múltiples trabajos diariamente. Les puedo hablar por ejemplo, de doña Martina, la esposa del cabo de mi cuadrilla. Ella es un modelo de mujer abnegada, (o quizá sometida), esposa y madre, que tal parece vive sólo para servir a su familia. Se levanta a las 3 a.m. a cocinar el almuerzo y a preparar los lonches. Durante la mañana realiza diversos quehaceres. En las tardes lava ropa, trastes, etc… No para. Me consta que no para. Las hijas que viven en la misma galera le ayudan a veces pero ella es la que lleva la mayor carga. Un día le ayudé a bajar el nixtamal de la hornilla y me costó mucho trabajo. Era una cubeta metálica de 19 litros. Y ella lo hace 2 o 3 veces por semana para tortear lo que se consume entre sus familiares y sus asistidos. Es bastante bajita así que le cuesta mucho cargar y por eso le duelen la espalda y la cadera, acarreando agua en cubetas, por los años que cortó caña… Por tanto tiempo de trabajar como mula se ve que ha envejecido prematuramente, sus arrugas hablan. Me quede impresionado cuando nos dijo que tenía menos de 50 años.

Son varias las historias que podría contarles de estos hermanos crucificados de nuestro tiempo y yo agradezco a Dios el que me haya hecho sentir tristeza y compasión al conocer tantas historias de dolor. Heridas antiguas y nuevas de marginación y rechazo, complejos, autoestima quebrada. Y en medio de esos síntomas, que para los psicólogos son señales de una vida vacía, frustrada y sin sentido… ellos ofrecen lo que tienen y lo que son. Esta ha sido mi experiencia: signos del Reino, hombres y mujeres que desde su pobreza y abandono ofrecen a los demás lo mejor de su persona. De éstos meses me quedo con dos invitaciones muy claras de Dios: la primera es permanecer abierto, escuchar a mi hermano… aceptar al otro tal como es, y la segunda, agradecer mis talentos y ponerlos a trabajar por el Reino.

Estoy contento por haber conocido a hombres, mujeres, niños y ancianos, un pequeño grupo de la gran mayoría de los seres humanos que no solemos tomar en cuenta, los últimos, los desposeídos de la tierra y muy agradecido con el Padre porque pude contemplar en sus rostros y sus vidas signos de pasión, muerte y Resurrección.

Eduardo Anaya Sanromán

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