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Testimonio de Misiones Semana Santa en Zongolica 2012


Misiones Jesuitas Universitarias en Zongolica, Veracruz.

Semana Santa 2012.

Por Eduardo Anaya Sanromán, S.J.

Estoy parcialmente mojado. Traigo el chaleco que me obsequiará David apenas hace unas semanas, con sus bolsas de cazador o de fotoperiodista internacional, yo que sé. El café siempre me ha gustado en las prendas de vestir y más todavía si tengo una bolsa para la harmónica, otra para la cámara-celular, otra para el cable usb y otra para documentos importantes doblados. Sin embargo me siento frustrado, voy atrás de un camión con capacidad  para diez toneladas en una camioneta “estaquita” de conocida marca japonesa.

 Me acompañan Rodolfo y Edgar como escoltas del grupo grande. Vamos a la retaguardia del convoy.

¿Por qué me siento frustrado? Son quizá tres causas las que me  más me afectan: 

1) Son más de las 7 p.m., ha oscurecido, y las personas de las comunidades a las que iremos como misioneros nos esperan desde el medio día en la cabecera municipal, con comida especial preparada para recibirnos. El camión de renta que nos trasladó desde México se averió de la suspensión poco después de Rancho Nuevo y como dimos una vuelta mal el último camión de la ruta Tezonapa – Temaxcalapa se nos pasó, sin poder efectuar el trasbordo que habíamos planeado para llegar con poco retraso a nuestro destino final;  

2) El camino se hace largo, todavía no empezamos a subir a la sierra y grandes nubes ya están sobre nosotros soltando una parte de agua del golfo de México ya desalinizada. Mi chaleco y mi gorra están mojados y mis hombros, parte de mi espalda alta y mi “protuberante” cabellera lo resienten. Me frustra saber que mi impermeable va en el camión rabón de adelante dentro de mi mochila que quedó sepultada entre, por lo menos, otras treinta y tantas mochilas – incluidas dos maletas de rueditas – (No lo entiendo, se les escribió claramente en la convocatoria: No lleves maleta de rueditas porque vas a subir, a escalar montañas…). Estar mojado sabiendo que traje impermeable verdaderamente me incomoda, 

3) Voy respirando –creo yo- más del cincuenta por ciento de las emisiones de dióxido de carbono del viejo camión que lleva al grupo grande de misioneros delante de la camioneta pequeña en la que asciendo la sierra de Zongolica. Tuve la intención de decirle a Don Sergio, el amable conductor que nos transporta que nos permitiera pasarnos al camión, pero algo me dijo que aguantará y que siguiera en la retaguardia con los valientes Rodolfo y Edgar. Por supuesto que me arrepentí cuando empecé a recordar que hay personas que han muerto por inhalación accidental o voluntaria de dióxido de carbono.

Me descubro cuando baja la intensidad de la lluvia, para estirar mi cuerpo, me vuelvo a cubrir cuando arrecia, me agacho y me levanto casi sincronizadamente para no ser víctima de entumecimiento. Mis rodillas ya no son las de aquellos campamentos noventeros (Supervixi –algo extremo- y otras versiones más libres, con Viva Villa incluido y regreso salpicado-madrugador en camioneta lechera al pueblo). No puedo estar mucho rato en cuclillas y una parte de mi envidia a los dos jovenazos que van conmigo.


Vuelvo a mirar el camión grande, con sus redilas chuecas y algunas llantas casi lisas y me preocupo, me pregunto si tomamos la decisión correcta:  seguir hasta Temaxcalapa en vez de quedarnos a dormir en los salones de la escuelita de Rancho Nuevo. En medio de la duda y de cierta desconfianza, en una parada técnica, apenas hecho el trato, le pregunto a Don Sergio:

- ¿Su hijo Sergio va a manejar el camión grande?, ¿lo hace bien?

Él contesta simple y seguro: -Sí-. 

Entonces siento una cierta tranquilidad cuando una voz interior me dice: Confía en el Padre, confía en el Hijo. Recuerdo que su esposa nos indicó frente a la carpintería que  Don Sergio iba llegando de transportar una banda musical conduciendo casi tres horas. -Él sabe lo que hace-, me digo a mi mismo.

No lo puedo evitar, esta situación tan precaria de ascenso a la montaña me lleva a hacer una  reflexión exprés sobre los migrantes que todos los días cruzan varios estados de México en pos del american dream. Muchos viajan sólo con la ropa que traen puesta,  agazapados sobre en el tren, mojados hasta el espíritu, mujeres - e incluso niños centroamericanos y mexicanos – se lanzan a la aventura por períodos que van desde semanas hasta meses o años, antes de cruzar la frontera norte de México, principalmente por el desierto. A muchos se les va la vida en ello. Los recuerdo y pido a Dios por ellos, por su salud integral. 

A estas alturas, edificado por la memoria de personas de carne y hueso que sufren y mueren ya  se me ha olvidado que mi guitarra va conmigo, postrada bajo la lona con que nos protegemos. Es una guerrera de la península ibérica (2003) que no sabe rendirse ante incidentes climáticos adversos que he dejado y vuelto a recuperar varias veces en los últimos años.

Pero no todo es tristeza e indignación por la situación de los migrantes, desplazados y refugiados en todos los continentes. Me viene a la mente Santiago, el forastero (con pocos meses viviendo en esa comunidad) quien desinteresadamente nos acompañará a recorrer Rancho Nuevo para solicitar a los propietarios de camiones el servicio de transporte a Temaxcalapa. Se confirma aquello de que nadie es profeta en su tierra, él fue el único que se ofreció para ayudarnos a resolver nuestra difícil situación. Lo relaciono, por su disponibilidad, con Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo y Salomé, quien fuera uno de los doce. (Cómo deseo viajar a Europa para hacer el Camino de Santiago, una peregrinación exterior e interior que ha dado tantos frutos a lo largo de varios siglos en cristianos y no cristianos).

Estamos parados en una curva junto a la que cae una pequeña cascada. Sergio, el menor, se detiene y baja del camión del siglo pasado. Al parecer, el motor se ha calentado y acude a la fuente natural para llenar un galón y verter agua en el radiador del motor. En eso David me grita: - Lalo, hay alguien que se siente mal acá – y puedo presenciar otra cascada que brota de las redilas. Justo en ese momento se detiene atrás de nosotros una camioneta blanca del siglo XXI. Sergio hace señas para que rebase y siga adelante mientras se enfría el motor. Yo tengo una intuición y escucho: -¿Eduardo?- contesto sí, yo soy. Se baja el chofer, es Gerardo Zuñiga, de Orizaba, a quien no conocía en persona. Le pregunto si tiene espacio y me dice que sí. Le pido que por favor se lleven a Jorge hasta Temaxcalapa y Zuñiga asiente. Dios vuelve a manifestarse en nuestras vidas como Providencia. La ambulancia llegó justo cuando tenía que llegar.

La tensión en mi cuerpo aumenta. Los casi cuarenta misioneros del camión han suspendido los cantos y los bailes. Parece que nadie esperaba una subida tan lenta y unas pendientes tan pronunciadas. Conforme subimos el frío arrecia y los ánimos disminuyen. La lluvia se presenta intermitente. Veo piedras rocas derrumbadas a medio camino, los dos conductores las sortean con éxito.

-Estamos en tus manos” – tu nos trajiste. Ayúdanos a llegar con bien- exclama mi corazón.

Por fin, nuestros esfuerzos y temores tienen recompensa. Hemos llegado a Temaxcalapa tras casi dos horas de subida en condiciones climáticas desfavorables. El júbilo vuelve a los rostros en el grupo de misioneros. Invitamos a las mujeres a adelantarse y resguardarse para no mojarse más. Se organiza una cadena para bajar las maletas. Sergio ofrece su camioneta para subirlas a la plaza principal, junto al templo parroquial. La operación se realiza con éxito. Entro al templo que conociera hace casi dos años tras bajar las maletas y me encuentro a varios misioneros ya sentados a la mesa, degustando sendos platillos preparados por los parroquianos. Me apersono con el Padre Enrique, nos conocemos, le pido una disculpa por tanto retraso. Me dice -no hay problema, lo bueno es que ya llegaron- y agradezco el gesto. Me siento a la mesa y como mole con pollo, arroz y frijoles, todos estábamos hambrientos. Lo mejor para mi es el pan dulce, las piezas pequeñas remojadas en el vaso de chocolate que nos han compartido.

Después, se recoge la mesa, se acomodan las bancas y comienza el rito de bienvenida. El maestro Ignacio explica algo de las tradiciones náhuatl respecto a los recibimientos: Somos importantes para ellos. Mujeres jóvenes y señoras nos bendicen con el sahumerio y van tomando collares y coronas de flores perfectamente acomodadas en unas varas para colocárnoslas en cuello y cabeza. Todo en medio de una atmósfera de mucho respeto y devoción. En ese momento casi todos hemos liberado mucha tensión, sin embargo, estamos muy cansados. Los que salimos del Centro Juvenil Vocacional de México hemos viajado todo el día, poco más de doce horas.

Algunos datos sobre las comunidades que visitamos.

La Parroquia veracruzana de San José de la Montaña en Temaxcalapa, Zongolica, está conformada por 24 comunidades. Los pobladores son indígenas náhuatl que se dedican a la producción de café. Además del corte de café, también siembran frijol y maíz para autoconsumo.
Hace dos años estuve ya en esa parte de la Sierra de Zongolica. Solo que en aquella ocasión fue diciembre y pasé toda la semana en Tecpanticpac, una de las comunidades más lejanas de la parroquia. Fue una gran experiencia.

Domingo de Ramos. Temaxcalapa-Nochitla.

Hemos dormido en el suelo del templo. Algunos hicieron de las bancas camas. Nos levantamos temprano. El tianguis se empieza a poner afuera, piden que movamos los vehículos de la calle. Entrego los últimos morrales y playeras a los que me faltaba darles. Los equipos misioneros se empiezan a ir con los hombres de las comunidades que vinieron por ellos. Todos pasaron la noche en la cocina-comedor de la parroquia para salir temprano el Domingo de Ramos a sus comunidades (eso lo supe ya entrada la semana santa). Me encuentro a Pascual de Tecpanticpac y nos abrazamos. 

Soy testigo de una conglomeración importante de personas, quizá seamos unas mil. Tomo varias fotos. Leonardo, Edgar, Jorge y Javier, todos misioneros, ayudan a cargar la imagen del Jesús en burro. Todos caminamos en procesión desde una parte baja del pueblo, hasta el templo que está en lo alto. Casi al final David, que viene empujando una carretilla con baterías y herramientas, me pide que le ayude a un hombre con las bocinas. Las bocinas están amarradas a un palo alto y pesan demasiado. Hago lo que puedo en el último tramo hasta la puerta lateral del templo. Finalmente, David estaciona la carretilla, desconectan las bocinas y las acostamos junto al puesto de nopales de una campesina indígena. Tiene lugar la Liturgia del Domingo de Ramos Ciclo B.

Comemos juntos David, Pablo, el Padre Enrique, Mary y yo. En la sobremesa le pedimos al Padre que nos ayude a hacer un plan para visitar las comunidades priorizando pasar los días santos en los lugares más lejanos de los centros donde él celebraría la liturgia correspondiente. Enrique llama a Pablo, su brazo derecho. Pablo es otro discípulo comprometido con la misión de Temaxcalapa. Nos ayuda dibujando un mapa de las comunidades en que están dispersos los misioneros y nos traza la ruta a seguir durante la Semana Mayor a David y a mí. No me doy cuenta de que ha quedado fuera de nuestras rutas una comunidad de las trece en que hay equipos de tres, cuatro y hasta cinco misioneros: La Alianza.   
  
Emprendo el camino hacia Nochitla. Voy fresco porque me bañé y el sol ya ha bajado. Son casi las 6 de la tarde. Me siento tranquilo, animado, arrancando la aventura de caminar un poco todos los días, para visitar a los equipos misioneros. Todo es bajada hacia Nochitla. Veo el paisaje, un cielo poco nublado, y pienso qué diferente se veía la noche anterior cuando veníamos en el camión cañero y la camionetita bajo la lluvia.
Veo las rocas que anuncian la desviación a Nochitla, y para asegurarme pregunto a un grupo de mujeres que van por el camino. Ellas me confirman que esa es la entrada. De hecho, ellas van hacia la capilla y camino junto a ellas.

Llego a la capilla y los misioneros están en plena actividad con niños, jóvenes y adultos. Les han puesto a dibujar. Me encuentro con Carlos, Natalia y Germán alias “Cacho” los tres miembros del equipo de Nochitla (que serán cuatro para el miércoles santo). Carlos me pide que sea el jurado para reconocer los mejores dibujos. No quiero hacerlo, ¿porqué ponerlos a competir? pero acabo asintiendo proponiendo dos premios por categoría. Después de los dibujos nos vamos a jugar futbol con los adolescentes del lugar. Germán entra de medio- delantero mientras que yo inicio como portero y después de tres goles en contra decido cambiar de posición. Me impresiona la velocidad y la agilidad con la que juegan los jóvenes. Hay cambio de cancha y juego como defensa otro ratito. El sol ya casi ha caído totalmente. Salimos de la cancha de cemento y entran a jugar algunas niñas y adolescentes. Las vemos jugar hasta que llega la hora de la cena. 

Vista del cuarto donde se quedó el equipo de Nochitla.
Cenamos con Soco, una mujer soltera que se dedicó a educar a su hermano menor cuando sus papas fallecieron. Nos ofrece café y refresco para beber. Nos cocinó carne de pollo en salsa roja y además nos pone pan dulce a la mesa. Más noche, acompaño al equipo en su examen de consciencia ignaciano. Al terminar me parece simpático el hecho de que le digan a los dueños del cuarto -ya pueden apagar la luz-. Esa familia, en su pobreza, nos dejó la mitad de su casa por toda la semana santa para que descansaran los misioneros.




Lunes Santo. Nochitla – Tepenacaxtla.

Unos canes pelearon durante la noche junto a nuestra puerta. Un round por hora más o menos. No fue una buena noche para el equipo. Amanecimos atarantadones. Desayunamos muy rico y durante la mañana vamos a visitar algunas familias de Nochitla. Nos acompañan dos o tres jóvenes del pueblo y algunos niños. Primero vamos a una de las casas más lejanas del templo. El señor se muestra frío al principio, pero después va confiando, nos presenta a su esposa, a sus hijos y hasta a sus chivas. Platicamos a gusto y nos tomamos una foto.

Me impresiona mucho una señora que visitamos que tiene dos grandes problemas: un esposo alcohólico que frecuentemente es violento, y también a un hijo que quedo paralítico a causa de un accidente de tráfico en Estados Unidos hace cuatro años. Su hijo está  en el norte y ella sólo sabe que él no puede caminar, y que lo atienden en un hospital. Nos dice que los pocos conocidos que tienen por allá le han visitado pocas veces. La señora ha pedido ayuda a las autoridades y no ha tenido respuesta. Ella sufre por no poder hacer nada. Ha pensado en irse de mojada, pero no tiene el dinero suficiente. Además tiene otros hijos aquí (entre ellos una madre soltera). Los misioneros la escuchamos con atención. Poco es lo que podemos decirle. Pero pienso que nuestra presencia fue algo confortable para ella. Por lo menos lloró y se desahogó con nosotros.

Me conmueve también el caso de una joven de 16 años en silla de ruedas. No fue a la escuela porque no había como llevarla. Pero sus papás nos hablan de su interés por aprender a leer y escribir. Les comento que hay la posibilidad de estudiar en el sistema abierto de educación para adultos. Si ella quiere, puede hacerlo. Es cuestión de que lo investiguen con las personas de los programas sociales del gobierno en turno.
Carlos, Natalia y Cacho. Equipo de Nochitla.
Va a ser la 1:00 p.m. y me dijeron que a la 1:30 pasa la camioneta que baja a Tezonapa. Me despido y me apresuro para ir por mis cosas al cuarto donde se quedan los misioneros. Dejo la veladora recién comprada para el equipo y camino a paso veloz hasta el crucero.  A la altura de la capilla me encuentro con un señor y un joven que ofertan colchones en una camioneta. Ya en el crucero, aprovecho la espera y corto un palo para que sea mi bastón en el camino. Me recuerdo a mi mismo: -tienes que decirle al de la camioneta que te bajas en “dos caminos”-

Voy atrás sólo hasta que un hombre gigantesco aborda el taxi pickup. Al verlo recuerdo a uno de esos actores gigantes que salen en las películas mexicanas de acción. Ciertamente no esperaba ver a un tipo así en comunidades indígenas náhuatl. Al poco tiempo vamos charlando. Resulta que somos tocayos. Me dice que va a Zongolica, que prefiere irse en la camioneta porque así solo hace tres horas y en el camión se hacen cinco horas. Me indica que llegamos a “dos caminos” y me despido de él.

Empiezo a caminar y el sudor empieza a correr por mi frente. Pero tengo suerte, a poco de haber comenzado a andar pasa una camioneta roja, le pido raite y se detiene. Un camino de hora y cuarto a pie se recorta a poco más de veinte minutos. Me baja en la comunidad de Acticpac donde compro un agua fría. Pregunto por los misioneros y me dicen que se quedan en una casa de la entrada. No me da tiempo para volver hasta allá. Decido seguir mi camino a Tepenacaxtla. Empiezo a caminar y a escasos cien metros me encuentro con unas mangueras negras de las que usan para llevar agua a las casas y que cruzan por arriba del camino. Hay una pequeña fuga, chorrito intermitente y unas goteras en una unión que yo aprovecho para quitarme la cachucha y poner mi cabeza. La sensación es muy placentera, verdaderamente refrescante. El agua corre lentamente desde mi cráneo hasta la espalda. Un minuto o dos después me pongo la cachucha y vuelvo a caminar.

No llevo ni tres minutos caminando cuando pasa otra camioneta, ahora blanca. Levanto el brazo-mano-dedo con la seña universal pidiendo raite. Se detienen y digo que voy a Tepenacaxtla. Asienten. La pickup es doble cabina y hay un espacio atrás pero por venir algo sudado decido subir en la batea. Pronto me empiezo a arrepentir. Es camioneta de gobierno y los ocupantes tienen prisa. Creo que alcanza los 70 km. por hora en tramos que difícilmente circularían otros a 40 k.m. junto al voladero. Cuando veo que la cosa va a estar intensa, me quito la mochila de la espalda y la lanzo al centro de la batea. Me aseguro con las dos manos, una en la tapa trasera y otra sobre la salpicadera,  me acomodo esquinado para tener mayor control de la acción, empiezo a amortiguar los saltos con las piernas y siento que mis rodillas trabajan bien. Mi compadre no le baja de 60 k.m. pero no dejo de ser agradecido cuando me dicen: Aquí es, ya llegamos… sobre todo agradecido con Dios, por no habernos despeñado. Ahora sé lo que se siente ir en un rally de montaña, en camioneta cuatro por cuatro, en la batea…

Pregunto por la casa donde se alojan los misioneros y me dicen que camine hacia arriba. Con los dos raites que la Providencia me acomodó estoy llegando hora y media antes de lo planeado. Los misioneros están en la sobremesa y llego a la casa de don Leonardo (presidente de la capilla) y esposa Casilda, los anfitriones del equipo conformado por Priscila (Mty), Leobardo (Xalapa), Javier (Gdl) y Aranzu (Orizaba). Doña Casilda me sirve un plato de pollo criollo, riquísimo. El caldo me cae de perlas.

Siento que no me esperaban, en ese día, y a esa hora (como ningún equipo de los que me tocó visitar), pero veo en su sorpresa la alegría de verme. La misma alegría que me siento yo al verlos. Me encuentro con un equipo muy integrado. Agradezco a Dios. Después de comer me incorporó parcialmente a su actividad con los niños. Parcialmente porque los acompaño hasta el lugar donde los ponen a jugar pero no aguanto más que dos dinámicas. Los rayos del sol atraviesan la ropa y queman. Pero estos misioneros tienen mucha pila, y parece que los niños más. Me impresiona ver la creatividad del equipo, los juegos no se les acaban. Edgar me pide que tome algunas fotos con su cámara profesional con zoom y toda la cosa. Me capacita rápidamente. No sabe lo que esta haciendo. Una parte de mí quiere decirle: no lo hagas, quítamela. Pero gana la parte voraz… jajaja. Me doy vuelo tomando fotos..  Es una cámara genial y le agradezco a Dios la confianza que puso en Edgar para prestármela… 50, 100, 150 fotos, no sé cuantas fueron, pero cómo me divertí congelando el tiempo desde la sombrita.

Cuarto del equipo de Tepenacaxtla
Después del juego con los niños vamos a la capilla a esperar a don Leonardo para llevarle la comunión a una mujer mayor enferma. Caminamos hacia arriba, por veredas de tierra y, en tramos, con escalones de piedra puestos por seres humanos. Llegamos a la casa y todavía se siente mucho calor, aunque el sol ya ha bajado considerablemente. Entramos y saludamos a las personas que están en la casa. Es un gran cuarto oscuro, dividido por una pared. De un lado la cocina, del otro, la habitación. Nos aproximamos a la cama. Una mujer está tendida sobre un petate en ella. Se llama Basilisa. La mitad de su cuerpo está envuelta en sábanas. La escucho decir: – Ay Dios -. Ante nuestra llegada, intenta sentarse un rato, pero no lo consigue. Tiene muchas dificultades para respirar y pide que la vuelvan a acostar.  – Ay Dios-, repite. El ministro Leonardo hace oración en náhuatl, luego rezamos un Padre Nuestro y le da la comunión. Cuando vamos saliendo escucho que Basilisa nunca se casó, no tuvo hijos, siempre vivió sola en esa casa. Nos cuentan que poco la visitaban sus familiares y vecinos.  Me conmuevo. – Ay Dios-repite casi cada minuto que pasa, minutos que se me hacen eternos…

En la noche tenemos una pequeña oración y el examen de consciencia mental en la capilla. Luego pasamos al cuarto a que anoten en sus cuadernos. Al llegar al cuarto veo que me han puesto una cama hecha de dos bancas y un petate arriba. Qué gente tan generosa y atenta. Después de escribir compartimos cómo nos sentimos, cómo estamos, cómo Dios se ha hecho presente en estos días. Me quedo admirado de lo que Priscila, Javier, Edgar y Leobardo van diciendo, de cómo abren su corazón a los otros. Aranzu ha sentido impotencia ante el dolor de la gente. Me habla de una señora que visitaron con una llaga enorme. Quiere estudiar medicina para sanar a los que sufren!. Quiere ser doctora para liberar!. Priscila comparte que se va dando cuenta de lo verdaderamente importante. La vida sencilla nos hace más felices. Me quedo muy consolado, me acuesto cansado, pero muy contento.

 Martes Santo. Tepenacaxtla – Acuapa.

Temprano se oyen ruidos fuera del cuarto, todo hecho de madera. Abajo está el garaje: el corral del burrito. Me despierto, me siento y doy gracias, guardo silencio unos minutos. Veo el reloj. Ya es hora, dijimos 7:30, me digo a mí mismo.  Entonces hablo para levantar a los misioneros. Aranzu responde algo, los demás nada.

Le preguntó, -¿pues qué hora es aquí?-.

Me dice: - faltan veinte para las siete-.

Es casi una hora antes de lo acordado, me disculpo. El cambio de horario no ha surtido efectos en Tepenacaxtla.

Desayunamos juntos. Oramos juntos. Ibamos ya hacia Acticpac y nos dicen que esas casas ya no son de Tepenacaxtla. Regresamos y empezamos por la orilla. Compartimos la vida durante la mañana, visitando casas y tienditas. Invitamos a la gente a las actividades propuestas por los misioneros, las platicas y las celebraciones. Me alegra conocer a una sobrina de doña Casilda, que tiene una casa bonita. Su esposo y sus hijos están en su campo trabajando. Nos ofrece sillas para sentarnos y platicamos un rato. Después me sorprende la actitud de disponibilidad de Maurilio (creo que así se llama) de una tiendita de abarrotes. Nos cuenta cómo su papá estudio reparación de televisiones por correspondencia. Nos comparte su lucha por estudiar y superarse. Estudió la preparatoria en Zongolica con mucho sacrificio (pocos en esa zona lo consiguen, raros son los que acaban la secundaria). Maurilio nos habló de las problemáticas de la comunidad. Una de ellas es el agua. Nos dice que en los meses que no llueve y se secan los nacimientos mucha gente de Tepenacaxtla baja a Acticpac para lavar y bañarse y para acarrear agua a sus casas. Me sorprende que en un lugar donde casi todo es verde, haga falta el agua. Y pienso cómo estarán nuestros hermanos de los estados del norte, en los  que tiene más de 18 meses sin llover, y en donde cada vez hay menos pozos trabajando. Recuerdo la tristeza de la noticia de los hermanos raramuris bajando de la Sierra Tarahumara de Chihuahua a los pueblos y ciudades para pedir ayuda porque no han cosechado nada, ni pueden sembrar. El cambio climático que hemos provocado empieza a dejar más estragos en México. Cada año hay más carencia de agua en algunos estados, y superabundancia en otros, en forma de huracanes e inundaciones. Es algo dramático. Hay quienes piensan que uno de los motivos de las guerras del siglo XXI será el agua. ¡Tenemos que hacer algo ya!

Al medio día nos avisa Casilda que fueron a pedir que llevemos la comunión a la anciana Basilisa porque ya está en las últimas. Leonardo está en su campo trabajando y no dejó la llave del sagrario. Entonces decidimos ir  a visitarla y hacer oración, un rosario. Algo dentro de mí se resiste y pienso :

Edgar, Javier, Aranzu, Priscila y Leo. Equipo de Tepenacaxtla.
 -pero si todavía no se va a morir, esperemos a Leonardo para darle la comunión - 

Entonces le pregunto a Casilda: - ¿de verdad le dijeron que ya estaba muriendo?-

- Sí, eso me dijeron-, contesta.

 Me doy cuenta de que son más valientes las misioneras del equipo, ellas quieren ir, ellos, responder al llamado.  Yo siento miedo de volverla a ver. Es una mujer en sus huesos, solo con la piel encima, como las que se ven en las fotos de Auschwitz. Tomo aire y acepto. Caminamos hacia arriba, yo soy el último de la fila. Voy pensando - ¿qué voy a hacer? ¿qué voy a decir? Ayúdanos Señor-. Llegamos y entramos. Siento las miradas de los presentes, familiares y vecinos. Esa mirada interrogante que te dice ¿qué vas a hacer? Los necesitamos…  Saludamos a los presentes y pasamos junto a la cama de la anciana.  Sus sobrinas la acarician, una le hace masaje en el vientre, otra le toma la mano y otra, la cabeza. Hablan en náhuatl, recuerdan momentos y palabras, lloran.
Algo me impulsa y pongo mi mano sobre su frente. Le digo cosas bellas. Que estamos ahí, que están sus familiares y amigos, que está Dios con ella. Le pido que traduzca a una de sus sobrinas. Callo y escuchó la poesía del náhuatl. Más lágrimas, rostros curtidos, memorias, arrepentimiento…
Comenzamos el Rosario, Aranzu lo dirige casi todo el tiempo, Dios la hace su instrumento, los demás seguimos respondiendo las Aves Marías.  Llegan las letanías y Basilisa ya no puede más. No puede respirar, cada vez menos. Sus pulmones trabajan a un cuarto de su capacidad, quizá menos… Ya no dice –Ay Dios- tanto como ayer.

Nos alejamos de la cama para dar paso a otros visitantes, nos ofrecen sillas. Hace mucho calor bajo la lámina de la casita. Tenemos mucha sed. Afortunadamente nos llevan un refresco, compartimos con los niños y nos lo acabamos pronto.  Cantamos un rato. “Dios está aquí” y no recuerdo que otra melodía.  Basilisa escucha, se tranquiliza gradualmente, su respiración es cada vez más lenta, Dios se manifiesta en una cierta paz.

Pasa el tiempo pero Basilisa no muere,  no acaba de morir, solo sufre, sufre y sufre. Creo que como yo, casi todos le rogamos a Dios desde el corazón: Ya llévatela! Por favor! ¿Que no ves como sufre, y como sufren sus familiares por eso, y también nosotros? Entonces recuerdo aquello de “mirar al abismo” de mi clase de Nietzsche de hace dos o tres semanas.

Presenciar la muerte de otro es presenciar mi propia muerte. No estamos preparados para eso. O bueno, yo no lo estoy. Nuestra sociedad no nos prepara para eso. El hiperconsumo disfraza de placer y poder nuestra fragilidad, perdemos de vista nuestra humanidad, se trata de negar nuestra vulnerabilidad. Pero lo cierto es que somos mortales, que un día vamos a morir.

Salimos afuera, a tomar aire puro bajo la sombra de un tejado. Un niño se asoma por la ventana. Le toman fotos. Basilisa aún vive casi muerta. Sigo enterándome de cosas de su vida. No es tan grande, no llega a los setenta, pero tiene una apariencia de más de noventa. Imagino su vida, su desgaste cotidiano, sus trabajos para sobrevivir. Tiene ya tres meses postrada y semanas en agonía. Me pesa, me entristece saber que hay personas ancianas abandonadas a su suerte. Me indigna suponer que cuando la muerte está cercana (especialmente la de una mujer que no tuvo hijos pero sí  casa), los familiares aparecen. Llegan también los hermanos protestantes a acompañar y a orar. Hemos hecho lo que podíamos, decidimos irnos y nuestra hermana Basilisa muere tras larga agonía unas horas después.

Comemos y casi al terminar llega Francisco, nos trae más comida, un pollo en trocitos y caldo. Edgar insiste, hagamos un huequito. Todos nos animamos, un poquito aunque sea, agradecidos. Ha llegado mi hora de caminar y Francisco me hace favor de encaminarme. Me cuenta que estudio también la prepa en Zongolica, que trabajó allá en algún comercio, que tiene sueños, que le preocupa su madre enferma…
Lo despido diciendo: -Tienes muchos hermanos aquí que pueden ver por tu madre, busca tu camino… Gracias por acompañarme hasta aquí en el mío!

Afortunadamente el camino de Tepenacaxtla a Acuapa es solo bajar la montaña. Sigo una vereda bien marcada y llego a un camino más ancho. Paro y contemplo los hermosos paisajes, agradezco la maravilla de la Creación. Paso por las dos casitas que me advirtieron, saludo a dos borrachitos, sigo adelante. Mi sombra va adelante, el sol a cuestas. Tomo una foto de mi sombra, me divierto, soy un pitufo con mi bolsa.

Llego a la capilla de Acuapa y me encuentro con dos mujeres sentadas afuera, recargadas en una cabaña de madera. Las saludo y les digo quién soy. Me dicen que los misioneros están por allá en las casas. Pienso, -no deben estar lejos- . Dejo mis cosas en el cuarto (curato) de la capilla. Me despido de las mujeres y empiezo a caminar ya sin peso, fresco. Un niño se cruza conmigo en el camino, chifla y yo le chiflo. Lo saludo y le pregunto por los misioneros. –por allá andan- me dice. Volteo y sólo veo la espesura del bosque. ¿Qué es esto? ¿Bosque o selva? Hay encinos, caoba, creo que pinos, pero también hay palmeras… Camino un poco más y me encuentro con una bajante de agua natural, seguro es una cascada cuando llueve. Está fresco, me acuesto en el cemento del aguaje junto al camino. Decido esperar y espero que se tarden los misioneros, para descansar. Empiezo a ver los árboles arriba de mí, el cielo, cierro los ojos. Pronto se escuchan voces. Los reconozco a unos treinta metros con una mirada entre mis dedos y me quedo acostado. Cecilia, Esmeralda, Aldo y Héctor vienen caminando con Benjamín, su eterno guía. Llegan al codo del camino en que estoy y me levanto, los saludo, están contentos, como yo.

Me cuentan a grandes rasgos lo que han hecho, sus correrías, los horarios que han llevado. Bendecimos y comemos el pan de los pobres, lo agradecemos. Me muestran su suite. Es uno de los cuartos más grandes que he visto estos días. Además están solos, tienen su propio baño y está genial! La regadera estaba semiabierta, con una puerta de cantina en horizontal que te tapa hasta el ombligo y ellos se idearon tapar el resto con una lona, atada de los ojillos a unos clavos. Muy creativos, pura ingeniería mexicana!

Llegan señoras para el rosario. Aprovecho la ocasión para tomar un baño con agua al tiempo, me relajo, lo disfruto, lo agradezco. Llego al último misterio y los niños ya esperan que termine para poder jugar con los misioneros. Soy testigo de una tarde divertidísima para todos. Les pongo el juego que le copié a Edgar “parte con parte”. A este equipo tampoco se les detiene el hamster, tienen mucha creatividad y paciencia con los niños, especialmente Ceci.

Toco algo en la guitarra de Héctor. Lo escucho tocar. Me comparte algo de Fray Nacho. Me gusta alguna melodía. Hacemos juntos el examen de conciencia en la capilla. Oramos, apuntamos y compartimos. Los escucho atento. Siento la indignación e impotencia que sintió Héctor cuando una señora con cáncer a la que visitaron les platicó que unos hermanos protestantes le dijeron que no se iba a sanar porque tenía imágenes en su casa. Descubro ese sentimiento evangélico de la compasión en los misioneros. Siento a Dios fuerte y presente en sus corazones. Vamos al cuarto de descanso.  Duermo dentro de mi sleeping sobre un petate.

Miércoles Santo. Acuapa – Acticpac.

Ceci, Héctor, Esmeralda y Aldo. Equipo de Acuapa.

Despierto y veo cómo Héctor le apunta a un ojo de Esmeralda con una lámpara para despertarla. Lo consigue. Parece que se ha convertido en rutina. Lo siento por ella. Les propongo hacer oración en el recodo donde nos encontramos ayer. Caminamos y nos sale al paso Don Abraham, un anciano de la comunidad, vestido con un pantalón de manta, una playera blanca llena de agujeros y con sombrero. Parece que ha tomado. Empieza hablando alegre pero de pronto se arquean sus cejas, su rostro refleja dolor, quizá más dolor del corazón que de su cuerpo. No lo entendemos, lo intentamos. Entonces se toca la pierna, tiene reumas, artritis…  Le digo: -venga acompáñenos para hacer oración por usted-. Camina con nosotros, a paso lento. 

Llegamos al recodo, nos disponemos y leemos. Me resuena mucho: “Escucha a tu propio cuerpo. Hazte consciente de lo que te dice a través de tus sensaciones de cansancio, dolor, armonía, inquietud... Escucha esas sensaciones sin rechazarlas ni razonar sobre ellas. También por medio de tu cuerpo Dios se comunica contigo”. Luego buscamos hacer silencio, pero Don Abraham lo interrumpe. Dios se hace presente y lo acogemos, lo escuchamos. Hoy nuestra oración es Don Abraham y su dolor. Toco sus rodillas. Se quita la bota y me muestra su tobillo inflamado y adolorido. Toco su tobillo, lo siento, me siente, le pido a Dios por su salud. Regresando de la oración Héctor le regala una playera de manga larga. Benjamín y su esposa nos han traído el desayuno. Bendecimos y comemos.

Niños trepados en guayabo en Acuapa.
A las 10 empiezan los juegos con los niños. Primero cantan en la capilla. Luego vamos afuera. Algunos niños parecen changos, trepados en los árboles, haciendo piruetas en el pasto. Recuerdo mi infancia en Santa Cruz. Me comparten un rico boly. A las 12 tenemos el rosario y luego la celebración de la Palabra del Jueves Santo. Héctor preside, Ceci, Esmeralda y Aldo ayudan en las lecturas. Yo colaboro con los cantos en la guitarra. En el acto penitencial todos los misioneros cantamos “Una vez más rezaré” con sus profundas líneas que nos hablan del Dios-Padre-Misericordia: “Para un Dios que conoció la tentación, del amigo la traición, yo no dudo me perdonas Dios amigo…”

Termina la celebración y nos preparamos para subir a comer a la casa de una familia en dirección a Acticpac. La esposa de Benjamín me ofrece algo de atole. Está muy rico y son fuerzas para el camino. Al caminar pasamos por lugares que no conocía, veo un buldócer abandonado junto al camino, paramos en la tienda por unos jugos. Comienza el ascenso. Hacemos un alto en una casa. Saludamos a la abuela, a la mamá, a la nieta que gatea en el suelo. Seguimos el camino y llegamos a la casa que nos dará de comer. Lo primero que veo es el café secándose en el cemento. Casi todas las casas tienen un espacio destinado a este efecto. En esos pisos planos los hombres y las mujeres lo barren, lo van cambiando de lado, para que se deshidrate totalmente y poder pasar al siguiente proceso.

 Ángel es uno de los anfitriones, nos saluda, salen también su mamá, su esposa y su papá para saludarnos. Hay otro hermano muy alegre. Nos dice que ya casi está la comida. Nos sentamos en los costales, en sillas, donde sea, pero que sea bajo la sombra. Descansamos un rato.

La comida es huevo con frijoles, una mezcla diferente en cada casa. Las salsas son picantes pero soportables para mi paladar. Parece que me he vuelto más bueno para lo picante.

Después de comer decidimos subir más, hacia Acticpac. Ángel se ofrece a llevarnos por un camino más corto. Benjamín, Ceci, Aldo y Héctor me acompañan mientras que Esmeralda, adolorida de un tobillo inflamado, decide quedarse y ayuda a lavar los trastes con la familia. Los misioneros tienen la ilusión de encontrarse con el grupo de misioneros de allá para ponerse de acuerdo respecto al Jueves Santo.

El camino es pura vereda, bellísima. Todo el tiempo vamos cubiertos por el follaje de grandes árboles. Esta fresco y vamos sorteando riachuelos, cañadas, arroyos. Vamos subiendo en medio de un espectáculo natural de aire fresco, luz y sonido. Llegamos a la capilla de Acticpac, pasamos la clínica y preguntamos por los misioneros. Parece que no están cerca. En una tiendita compramos agua y jugos. Los misioneros les comparten a los hijos de Benjamín, Rafa y otro niño cuyo nombre no recuerdo ahora.

A mí me toca pasar ahí la noche, visitar al equipo. Ellos se despiden porque tienen que ir hasta lo más profundo de la cañada en Acuapan para una celebración y rosario a las 6 p.m. para las familias de allá abajo. 



Camino y parece que se acaba la comunidad, no veo a los misioneros. Un niño, Josué, es enviado por su papá o hermano mayor a acompañarme hasta la casa donde se hospedan. Salimos del camino y empezamos a subir por una vereda muy inclinada. Aparezco junto a unos corrales y de pronto, se ve una planicie y una casa de madera asentada en ella. Le agradezco a Josué su ayuda.

Sale a mi encuentro Francisco, el presidente de la capilla, el mismo que fue por los misioneros el Domingo a Temaxcalapa. Me siento en una banca de madera improvisada con un tablón bajo un techo en el pórtico de la cabaña. Mi respiración empieza a estabilizarse. Me ofrecen un vaso de agua. Conozco también a Pablo y Felipe, los hijos de Don Francisco. Tengo apenas unos 10 minutos platicando cuando llega el equipo de misioneros conformado por Nancy, Memo, Gerardo y Rodolfo.

Se quitan los morrales, los sombreros, y se sientan a la sombra con nosotros. Me indican dónde está el cuarto para que deje mis cosas. Entro y veo un espacio amplio en la parte de atrás de la casa. En un altar está la reserva del Santísimo. Y a la derecha varias camas de madera con petates encima, y sobre estos los sleeping y cobijas bien doblados. Todo se ve muy ordenado en comparación a los otros equipos que he visitado. Luego me enteraré de que son el único equipo que comparte el cuarto con los hijos que quedan en aquella casa, Pablo y Felipe. Pienso que es normal, solemos ser más respetuosos de un espacio cuando lo compartimos con los anfitriones.

Regresamos al pórtico techado. Platicamos brevemente hasta que nos llaman a la mesa, la comida está lista. Bendecimos, comemos, charlamos y agradecemos. Todos se bañan menos yo.
Voy a la capilla en estado de bulto, realmente me siento cansado. Escucho unos momentos las palabras de Nancy, y luego las de Memo, sobre la preparación para el Triduo Santo que comenzaremos mañana. Decido salir para no cabecear en alguna banca, tomar aire puro. Encuentro a Gerardo y a Rodolfo conversando con los jóvenes en una sombra excelente a un costado del templo. Me siento en una cómoda silla roja de plástico. Escucho atento.

Gerardo les habla de que los misioneros son gente común y corriente, jóvenes que estudian y trabajan (o las dos cosas) y que deciden dedicar la Semana Santa para compartir la fe y la vida con comunidades en diferentes lugares del país. Veo en ello un intento de generar en los adolescentes el interés por participar más de cerca en las actividades de la Parroquia en particular, y de la Iglesia en general.

Me levanto y camino hacia la clínica y la tiendita. Recuerdo que tengo que confirmar si David pudo contratar el camión especial que nos bajará el Domingo próximo. Pregunto donde hay una caseta telefónica. En el primer lugar dicen que no sirve, me mandan a otro más lejano. Es la casa de una familia que tiene una máquina despulpadora de café. La señora es muy amable y me ayuda a marcar. Intentamos varias ocasiones, no contestan en la parroquia. Abandono el lugar y camino hacia la capilla. Reconozco que necesito una siesta. Me busco una sombra y reposo un cuarto de hora tendido en un césped semiseco al lado del camino. Pasan hombres, vehículos, niños y mujeres, yo solo levanto la mano saludando. Me levanto y yendo hacia la capilla siento un piquete en la parte alta-posterior de la pierna izquierda. Pienso que es una pajilla, pero de pronto aumenta la intensidad del dolor, por si fuera otra cosa, aprieto el pantalón. Corro a la letrina, y veo a la feliz hormiga que me pico debajo de la nalga, ya difunta.

Entro al templo, la liturgia ha comenzado. Veo y escucho al ministro, de porte hitleriano. Me causa extrañeza y algo de risa interior. Se dan los avisos para la adoración del Jueves Santo. Las familias de las casas de más lejos estarán en adoración desde las 8 hasta las 10 p.m. y las familias de las casas más cercanas harán el turno de 10 a 12 p.m. Al terminar el culto el ministro se me acerca y nos presentamos. Se llama Gabino.

Nos vamos a la casa de Francisco, el presidente de la capilla. Pablo y Felipe ven alguna película sobre la vida de Jesús en la tele del cuarto. Platicamos un ratito y luego les aviso que voy a descansar. Me recuesto un rato, quizá media hora. Mantengo los ojos cerrados entre los diálogos de la película durante las escenas que presentan a un Jesús niño que hace milagros.  El sueño, aunque breve, me repara y me levanto. Hemos estado hablando de Aguascalientes, de Orizaba, de Guadalajara, de cómo se divierten los jóvenes hoy, de las diferencias entre ciudades. Gerardo tiene algunos meses en Aguascalientes y piensa que los hidrocálidos son muy tranquilos o, por lo menos, más tranquilos que los veracruzanos.

Le pregunto cosas a Memo sobre aviación. Me responde amablemente. Nos cuenta de una ocasión en que un piloto  y él, como copiloto, despegaron bajo una tormenta muy fuerte. Una vez que pasaron el peligro, bajo granizo y culebrones de agua, el piloto le dijo: “No debimos haber despegado en estas condiciones”. Vaya, por lo menos fue honesto el muy tarugo jajaja.

 Acabando de cenar Nancy, Rodolfo y yo vamos a la caseta telefónica. Ella quiere reportarse con sus papás para que sepan que está bien. Yo quiero comunicarme a Temaxcalapa para confirmar si David pudo contratar el camión especial. La señal del teléfono satelital es intermitente. Nancy batalla para comunicarse, entra la llamada pero no la escuchan. Vuelven a intentar varias veces hasta que por fin logra hablar con sus papás, todos quedan más tranquilos. Yo marco a la Parroquia varias veces pero nadie contesta y decidimos regresar a la casa para descansar.

Les propongo hacer el examen de conciencia. Lo hacemos en una superficie de cemento, bajo una luna casi llena, en un clima fresco, estupendo. Después de apuntar los cuatro miembros del equipo comparten aquellos momentos y experiencias en los que han sentido a Dios más cerca desde que llegaron a las misiones. Los tres hermanos (y la única hermana) abren el corazón, uno a uno, y yo percibo la presencia del Espíritu en sus palabras. Después de compartir, agradecemos.

Ya en el gran cuarto, (donde dormimos 8) me llama la atención la barrera invisible de raid que ponen Memo y Gerardo alrededor de sus sleepings. A ese ritmo tal vez se hayan acabado un bote completo durante la Semana Santa. Las arañas grandes (más que los alacranes) han sido una constante en todas las comunidades que he visitado.

 Jueves Santo. Acticpac – Tepecuitlapa.

Hacemos una breve oración para encomendar el día. Después de desayunar vamos a la capilla. Memo amaneció enfermo. Tiene dolor de cabeza y algo de temperatura. Dice que ya se tomo una pastilla y decide quedarse en la capilla. Varios hombres de la comunidad ya están adornándola para la celebración de la tarde. Acticpac recibirá a las comunidades de Tepenacaxtla y Acuapa en la tarde.

Se organizan dos equipos. Gerardo y Rodolfo se van a ver unas casas lejanas que les quedaron pendientes de visitar. Nancy yo nos vamos juntos a casas más cercanas. Primero vamos a una donde está Irene, una de las enfermeras de la comunidad. La señora de la casa está preparando comida. Nancy les saca plática a la madre y a la hija. La madre nos comparte que está sola, que se ha dedicado a trabajar para mantener y criar a sus hijos. Tiene ya muchos años yendo hasta “dos caminos” a pie. Ella dice que hace poco más de una hora. (yo me haría tal vez dos horas). Allá trabaja en la casa de una familia preparando comida. Dice que son familiares suyos. Me impresiona la distancia que recorre todos los días para subsistir. La señora nos dice que podría dormir allá, pero que no le gusta, porque quiere regresar para ver y atender a sus hijos. Todavía tiene un hijo como de 10 años y la muchacha que hacia el quehacer cuando llegamos. La hija nos cuenta que estaba estudiando enfermería en Zongolica, pero que por cuestiones económicas no pudo continuar. Su sueño ha sido truncado por la marginación y la pobreza.

Después visitamos una casa que está atrás de la capilla. Nos reciben muy bien y nos ofrecen agua. Sale la mamá, la abuela, los niños. La abuelita nos comparte que tiene presión alta, pero que gracias a Dios, ha tenido posibilidad para los medicamentos. Unos se los manda algún familiar y otros se los da el seguro popular. Parecen una familia “acomodada” si comparo con otras de las casas que hemos visitado en Zongolica.

Vamos más abajo en la ladera de la montaña. Nos acompaña un niño que ha sido uno de los guías y traductores oficiales del equipo. Creo que se llama Pedro. Llegamos a la casa de la otra enfermera de la comunidad. Ella también es una mujer sola. Empezamos a platicar con ella y de pronto llega su hijo mayor. Los cuatro hablamos de la situación de la salud en la comunidad, de la falta de oportunidades para estudiar, de la dificultad para encontrar trabajo, de la política partidista que ha dividido tanto a las comunidades. Nos hablan con sinceridad, nosotros los escuchamos. Se ve que tienen confianza. Antes de partir la señora nos prepara un rico atole. Subimos, sudando la gota gorda, de regreso a la capilla. Hago un último intento en llamar directamente a la central de Tezonapa para ver lo del camión. En esta ocasión tengo éxito (después de dos veces anoche y dos hoy). Mónica, la secretaría de la Oficina del Palmar, me confirma que el camión está contratado, que David le mandó el anticipo y que ella mando el contrato a Temaxcalapa. Respiro, agradezco mucho a Dios porque ese tema me tenía con pendiente. Nos vamos a la casa de Francisco y me despido de sus hijos, Pablo y Felipe, de su esposa para emprender mi camino a la siguiente comunidad de la ruta trazada.

Camino de bajada alrededor de una hora. Llego al cruce de dos caminos y espero. En el lugar hay un joven que espera que el sol baje un poco para caminar hasta su comunidad. Platicamos poco. La espera se me hace larga. Estoy cansado así que me recuesto en el pasto con mi mochila como almohada. Espero no quedarme dormido porque se me pasaría el camión. Llegan otros dos peregrinos y conversan con el joven que ya estaba. Ellos saben que yo tengo que tomar el camión que sube a Temaxcalapa, confío en ellos,  dormito algunos minutos. Me incorporo y por fin pasa el camión Galaxy. Al subir me encuentro con Fructuoso, uno de los choferes a quienes consultamos en Tezonapa el domingo para discernir si el camión rentado de México subía o no a Temaxcalapa. El me indica que tenga cuidado al caminar. Hubo un accidente, alguien devolvió el estómago y la parte del pasillo de los primeros asientos está chorreada.

Me siento con cuidado y veo el gesto de desagrado de la señora de al lado. Parece que fue testigo algunos minutos antes  de la acción evacuatoria de quién sabe quién. Le digo al buen conductor que voy a Alta Luz y le pido que me diga dónde me bajo. Llegamos a Tehuilango a una tiendita dónde Fructuoso pide prestados una cubeta con agua y una escoba. Estaciona el camión de modo que el agua corra hacia la puerta frontal. Me impresiona ver las acrobacias que hace en varias ocasiones para que pasar por encima del detector laser de la entradas y salidas de pasaje. Se hace la limpieza, una acción oportunísima a esas horas en que el calor aprieta y los olores se elevan con toda libertad. Barrió con cariño, viendo por el pasaje. Me siento agradecido interiormente. Un kilómetro más arriba me dice “aquí es”. Le agradezco, bajo cuidadosamente y siento el rayo de sol caer sin piedad sobre mi cuerpo.

Empieza mi ascenso a Alta Luz. No tengo idea de cuánto tiempo se camina. Veo mi reloj, son las 3 p.m. y camino. Esta vez decido quitarme la camisa y cargar de manera diferente mis pertenencias. Cuelgo la mochila de un lado del palo y la bolsa con el sleeping y los tennis del otro lado. La playera sobre la espalda y cuello para amortiguar el peso y a caminar. Creo que no llevo ni quince minutos así. Me doy cuenta que es muy desgastante caminar con los brazos arriba equilibrando la carga. Implemento un cambio. Ahora el palo va sobre un hombro y así sólo utilizo un brazo para controlar la carga. La playera me ayuda mucho para que el palo no caiga directo sobre el hombro. Decido que así caminaré durante el resto de la jornada, turnando los hombros.

Empiezo por un camino hasta que me imagino que hay alguna vereda para cortar. Sigo mi instinto y dejo el camino olvidando aquél dicho de la sabiduría popular que reza “no dejes camino por vereda”. Algo me dice que siguiendo la vereda llegaré más rápido a la cima de la montaña donde está enclavada la comunidad de Alta Luz. Sigo la vereda con un paso lento y continuo. La clave ahora es tener cuidado de que no se columpien mucho los bultos  que van colgados del palo porque me pueden hacer perder el equilibrio y desbarrancarme o rodar sobre la ladera. Hay que aprovechar la inercia.

Llego a un punto donde la montaña se divide por una cañada. De un lado sigue la vereda, y por el otro va el camino de terracería que hace un rato dejé atrás. A lo lejos, mucho más arriba en el camino de autos se ven unos pastores. Tengo que decidir. ¿Sigo por la vereda o regreso a la terracería? Opto por volver porque siento que si sigo por la vereda me alejaré de la comunidad. Camino dos o tres kilómetros en ascenso zigzagueante y llego a un punto donde se acaba el camino. Es un camino a ningún lugar.  ¡Demonios! grito internamente. Alzo la vista y aprecio los techos de lámina de algunas casas en la cima de la montaña, justo del otro lado de la cañada, del lado de la vereda que dejé. Empiezo a ver lo que tendría que regresar hacia abajo para volver a subir por la vereda y me niego. Estoy cansado y tal vez algo enojado conmigo mismo. Busco y encuentro una vereda que sigue después del camino bordeando la montaña, parece que más arriba se puede cruzar la cañada. Me arriesgo y afortunadamente lo consigo. Solo que tuve que subir de más para luego bajar. Llego a Alta luz por donde nadie llega, sorteando la cañada y cruzando un cafetal. Los perros se encargan de advertir mi intrusión poco común. Lo tomo con calma y busco el lugar donde podrían estar los misioneros. Subo por la vereda oficial hasta una tienda. Me identifico, pregunto por los misioneros y me dicen: “Se fueron al río” – “Caray, tanto esfuerzo para nada”, me digo. Pero lo tomo con filosofía. Le pido agua al tendero quién amablemente me ofrece agua en una jarra y me da un vaso. Me tomo tres vasos al hilo. Están ahí otros dos parroquianos. Después de escucharme y ver cómo me hidrato casi como un camello uno de ellos comenta: “Esa es la tierra de mi compadre Daniel (el dueño de la tienda). Preguntaba ¿quién es ese? , pensaba que era algún bandolero, algún maleante”. Sonrió por dentro y agradezco que no sean hombres violentos con armas de alto poder sino campesinos generosos buscadores de paz. Luego me presento y pregunto por sus nombres. - Guillermo Arriaga  y este se llama Alfonso– . Hay un joven de la comunidad muy cerca y le pregunto sobre los horarios de la celebración de Jueves Santo. Me dice que los misioneros la anunciaron a las 6 p.m. Pasan de las 4 así que decido esperar. Les platico que mi plan era Tepecuitlapa y dormir allá, para pasar a Alta Luz mañana, pero que estoy muy cansado y no creo poder caminar más.

Don Guillermo me anima a seguir hasta Tepecuitlapa, como estaba previsto. Ya no falta mucho, unos quinientos metros subiendo y luego solo bajar. Sin saberlo – o sabiéndolo - toca esa fibra sensible del lalo-superman al que le gustan los retos físicos. Incluso se ofrece a cargar la bolsa con mi sleeping, tennis e impermeable. Le tomo la palabra y decido continuar. Hablo poco en el resto de la subida, mis muslos y rodillas resienten los días que me han cargado, tanta subida y bajada.

Llegamos a la cima en la frontera de Alta Luz y aprecio Tepecuitlapa hacia abajo. Agradezco la bajada y el nuevo paisaje. Se alcanza a ver la capilla hasta donde me acompaña Guillermo. Llegamos pero los misioneros no están ahí. En el suelo, frente al altar, veo un cartel con manos pintadas que hicieron los niños  y que dice: Tepecuitlapa. La celebración también la tienen a las 6 p.m. Me guían a la casa en donde se está quedando el equipo. Los encuentro en un cuarto grande de madera (una cabañita) sentados con los niños, viendo fotos y platicando. Agradezco a don Guillermo por su ayuda. Tere, Vero y Octavio se ven contentos, integrados. Observo que todos tienen su propia cama. Suertudos. Falta una hora para la celebración y llego en la hora del baño. Dejo mis cosas. Veo una hamaca y la amarro más extendida para descansar más horizontal. Empiezo ya a pegar el ojo cuando de pronto escucho, -oiga, le habla mi papá-. ¿Quién es tu papá? – Guillermo – Una parte de mi se resiste -¿para qué me quiere tu papá? quiero descansar!!! dice aquella voz interna- Otra voz dice - claro que vamos, pero si él me ayudo a cargar de subida, es lo menos que puedo hacer- . Sigo a la muchacha. – Sólo espero que no sea algún enfermo o alguna desgracia familiar.

Llego a la casa y don Guillermo y lo encuentro a la mesa comiendo. Me presenta a su esposa y a sus hijas. Me dan un plato con huevo y me ofrecen frijoles. Lo agradezco y me lo como, ¡cómo no aprovechar esas tortillas!. Tras unos veinte minutos de comer y compartir regreso a la cabaña de los misioneros y nos vamos todos a la capilla consagrada a San Francisco. Antes de iniciar la celebración de la palabra animamos a la comunidad con cantos. La catequista, Cristy, me indica qué cantos se saben los niños para cantar todos juntos. Alabamos a Dios, nos divertimos como hermanos. Los apóstoles están listos, sentados en dos bancas al frente de la asamblea, la mayoría son niños, otros jóvenes y algún hombre adulto. Comienza la celebración. Me llama la atención ver a Octavio con una sotana como los “ropas negras” (jesuitas) de los siglos pasados. Siento emoción al ver a un joven laico presidiendo una celebración de Jueves Santo en una comunidad en medio de la Sierra de Zongolica, Veracruz. La Iglesia está en constante cambio. Afortunadamente los laicos, hombres y mujeres, cada vez tienen más participación en diferentes ministerios, incluso en la liturgia.

Después de las lecturas que hacen las misioneras y una o dos chicas de la comunidad Octavio explica que vamos a presenciar una representación del Lavatorio de pies. Tras lavar los pies a los apóstoles, como parte de la representación, los misioneros reparten panes a los apóstoles y un vaso con jugo de uva para hacer memoria de la última cena. Los niños muerden su pan y se pasan el vaso uno a uno. Pan partido y compartido. El ejemplo del servicio y del compartir ha sido fielmente representado. Agradezco la creatividad y la disponibilidad de los niños.

Al final de la celebración Octavio anuncia: “Aquí tenemos ésta caja llena de panes, los compramos con el dinero que ustedes mismos aportaron. Los panes son para repartirlos y comer juntos” Soy testigo, una vez más, de la multiplicación de los panes. Comemos, celebramos, cantamos, nos despedimos. Aprovecho la noche cálida para bañarme a jicarazos bajo la luna llena. Todo mi ser lo agradece.

Octavio, Vero y Tere. Equipo de Tepecuitlapa.
Luego Tere me dice que tenemos dos lugares para cenar. Un aviso muy oportuno para dejar el hueco necesario en estómago. Primero vamos a la casa de una mujer joven que nos comparte un rico pan dulce y café. Luego volvemos a cenar juntos en la casa de Cristy, la catequista de la comunidad (creo que todos los días comieron allí los misioneros). Allí en la mesa están sus niños y su mamá ya anciana. Es una cena festiva, muy agradable. Nos despedimos. Ya es tarde, estoy muy cansado y así siento al equipo, por lo que decido no proponerles el examen de conciencia. Les propongo hacer una oración mañana temprano para recuperar su semana. Me han dejado una cama libre. Vero y Tere dormirán juntas en la “matrimonial” y se los agradezco. Ya no recuerdo si la noche anterior me quede en el piso o en cama.

Agradezco un día más en el que pude conocer a mucha gente y convivir con la comunidad. Entre sueños escucho murmullos, Vero, Tere y Octavio se han quedado platicando. Dos o tres horas después, mientras cambio de posición, vuelvo a escucharlos. En esta ocasión la plática está interesante y paro oreja unos segundos (jajaja) y me vuelvo a dormir.









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