Una innovadora producción en el cine de arte latinoamericano.
Por Eduardo Anaya Sanromán
Un joven mecánico de
bicicletas se entera de que su mejor amigo
de la infancia sufrió un accidente y es muy probable que le amputen una
pierna. La película El Cristo ciego narra la historia de un
joven que decide dejar a su padre alcohólico por algunos días para viajar al
norte de Chile y encontrarse con su amigo. Una experiencia del pasado en el
desierto los ha marcado: la locura de clavar sus manos en un tronco fue un
despertar para Michael, un rito de paso,
una nueva conciencia desde su ser de niño.
Sólo Mauricio, el árbol, el silencio y el viento de aquella tarde fueron
testigos de su fe, de su dolor y su liberación. Ambos han experimentado el don
de la amistad, ese vínculo tan estrecho que motiva la travesía de Michael,
quien, por su fe en Dios, está convencido de poder sanar la pierna de su amigo
imponiéndole las manos y así salvarlo de la desesperación y el sinsentido[1].
¿Un cristo chileno?
En el transcurso de
su viaje, inspirado en el estilo
itinerante de Jesús -que hablaba y enseñaba con parábolas y sanaba a los
enfermos, consolaba a los afligidos-, el protagonista va compartiendo mediante
cuentos e historias lo que se le ha regalado en su vida, se transforma en amor
gratuito y en consuelo para los que salen a su paso. Michael mira con ternura,
toca, acaricia, llora, sonríe, abraza y se deja abrazar… pero también es blanco
de ataques, es incomprendido y criticado, sufre el rechazo de muchos. En esto
también se asemeja a Jesús.
Visita a una anciana
y le da masaje en sus manos, escucha a una mujer herida por su pareja, hace una
oración por la economía familiar tras la petición de una pequeña niña, acompaña
a su amigo enfermo. Así alimenta la fe y la esperanza de varias personas
cargadas de dolores. Son nuestros deseos de amar, valorar y comprender al otro
los que provocan el milagro cotidiano del encuentro.
En la trama la
esperanza y la compasión se presentan como alternativas a las lógicas competitivas,
pragmáticas y racionalistas que nos inundan por todos lados. El ritmo que nos
impone el sistema socioeconómico capitalista inhibe nuestra sensibilidad
humana, nos va anestesiando y nos
dificulta abrirnos a los otros. Andamos distraídos y preocupados por mil cosas[2] y se nos olvida el poder curativo que tiene
tocar y abrazar a los seres amados. Las actitudes y gestos de Michael priorizan el ser sobre el hacer; anteponen la
contemplación a la acción; apuntan a que es más importante y más prudente acompañar a los otros –estar presentes con
todo lo que somos- que racionalizar e intentar resolver de forma pragmática lo
que sólo puede dirimirse desde el corazón.
Al mismo tiempo que
en el filme se cuestiona la piedad popular[3] expresada en la veneración
de las imágenes de los santos y de la virgen María se expresa una
reivindicación de la fe, entendida como aquello que trasciende lo meramente
humano, empírico y utilitario. En un mundo que tiende a descartar toda posibilidad
de trascendencia, esta producción nos invita a revalorar el poder de la fe en
nosotros mismos y en Dios que quiere lo mejor para sus hijos.
En un momento de su
peregrinación al Norte Grande, el profeta de pies descalzos[4] cae exhausto junto al muro
de una casa abandonada. Unas personas lo rescatan y lo llevan en una camioneta
a un pueblo para salvarlo. Despierta en una capilla olvidada y se da cuenta de
que fue salvado por gente sencilla. El profeta es acogido y los otros dejan de
serle extraños.
Entonces el
encargado de la capilla, un expresidiario, le pide que lo ayude bautizando a un
bebé porque el sacerdote de la región tiene semanas sin aparecerse. Mientras el
río corre cristalino, las familias están alegres, los testigos del bautismo
experimentan momentos de paz al sentir la presencia y mirada compasiva de un
hombre que les manifiesta el cuidado de Dios por sus hijas e hijos. Inesperadamente
llega el cura de la zona y le grita al profeta:
- - ¿Qué es lo que esta
haciendo? ¿Con qué poder?
- - Con el poder que
tenemos todos nosotros. Es la respuesta de Michael
quien no entiende de normas sino de amor; quien -como Jesús- pone a las
personas por encima de las leyes religiosas o civiles injustas.
Esta escena del bautismo en el río es
una de las mejor logradas tanto en lo artístico como en la crítica explícita al
clericalismo y el exclusivismo sacerdotal o pastoral presente en diferentes
confesiones religiosas.
En su paso por los
pueblos, el profeta se convierte en fuente de vida para la comunidad. Son ellas
y ellos quienes respaldan el deseo de sanar a su amigo Mauricio. Lo acompañan,
oran con él junto a la cama del enfermo. Sin embargo, su fe, la oración
comunitaria y la imposición de manos resultan insuficientes para curar la
pierna de Mauricio. Entonces Michael -como todo creyente-, siente que Dios lo
ha abandonado, enfrenta dudas, vive momentos de oscuridad,[5] siente que le ha fallado a
su amigo…
Mauricio le hace ver
a Michel que no necesita que sane su pierna con un prodigio, le dice que le
basta con su presencia, que no tiene porqué sentirse mal. Le agradece su compañía,
su escucha y los esfuerzos del viaje para visitarlo. En efecto, la pierna no ha
sanado, pero se ha dado el milagro del encuentro que propicia la vida en abundancia[6].
La película de
Murray nos hace reflexionar sobre las crisis como posibilidad de transformación
para ser mas auténticos en nuestras vidas. El recorrido del joven profeta nos
confronta y nos muestra en una forma muy bien lograda que es necesario vaciarse
para llenarse, perderse para encontrarse, humillarse para crecer, dejarse amar
y salvar para abrazar, para sanar y salvar a los otros. La comunidad creyente confirma
que los verdaderos encuentros y milagros se dan en la gratuidad, en la donación
y el servicio desinteresado. La experiencia de Michael de encontrarse con otras
y otros y de compartirse a sí mismo le hace experimentar una reconciliación
consigo mismo, con su padre y con su historia.
Además
el filme hace patente la alegría del encuentro sorpresivo, la fuerza
insuperable del abrazo del amigo, la imposición de manos y las caricias
sanadoras; la capacidad de la palabra cargada de esperanzas, la paz interior
que traen las lágrimas de liberación. Nos recuerda que la fe es movimiento y
que Dios trabaja en, por y para sus
creaturas. Somos interpelados y convocados a reflexionar sobre cómo compartimos
nuestros talentos y capacidades con los demás, cómo colaboramos con Dios para
sanar y salvar a los más heridos de la
historia.
Finalmente algunos
nos preguntaremos, ¿Por qué la película se llama el Cristo ciego?
Esa es una interrogante que cada
espectador ha de responderse después de ver la película.
Producción,
estética y ritmo.
El único actor profesional es el
protagonista principal. Celebro la participación de las personas que no son profesionales de la actuación sino personas de las mismas
comunidades y pueblos donde se fue produciendo la película. Este modo de hacer
cine en horizontalidad y con sentido comunitario hace de El Cristo roto una propuesta innovadora.
Al contemplar la película se puede oler que Murray dedicó muchos meses a la
investigación y reflexión de las realidades y problemáticas de las personas y
comunidades que aparecen en la producción. La obra es muy sugerente porque
mezcla elementos de ficción con el drama de la realidad documentada de personas
de carne y hueso. Destaco el admirable trabajo de investigación y de
producción.
El filme tiene unos primeros planos
alucinantes. Recuerdo especialmente un primer plano en que se ve al
protagonista con los ojos cerrados, en clima de meditación, y de pronto abre
los ojos, la toma se abre también - está de pie, orientado hacia una ventana-,
y mira sus manos. También hay tomas en primer plano de miradas, pies, brazos,
manos y otras partes del cuerpo humano que expresan gran belleza, emoción y
plasticidad.
El ritmo es más bien lento, propio para
quienes gustan del cine de arte. En algunos diálogos no se escucha bien lo que
se dice, por hablar rápido o por deficiencias en la producción (audio). Esto
complica especialmente la comprensión y la interpretación de algunas de las
parábolas o cuentos que narra el protagonista. No entendí una confidencia sobre
la historia trágica de la madre del joven que acompaña a Michael. A mi modo de
ver, el filme tiene demasiados chilenismos que no serán fácilmente comprendidos
por el gran público de lengua española.
Breve crítica
teológico-eclesial.
La
experiencia fundante (manos clavadas en su infancia que le hace sentir el poder
de Dios para curar) supone un problema teológico-pastoral en cuanto a que la
mayoría de los cristianos no tienen ese tipo de experiencias “místicas”. Esta
situación puede interpretarse como una suerte de predestinación o elección que
sería incompatible con la tradición apostólica de la Iglesia.
“Se dio cuenta de que Dios no estaba afuera,
estaba dentro y si el entendía eso podía ser un Cristo”. En esta frase que representa el núcleo de la fe y
las acciones compasivas de Michael encuentro una referencia directa al interiorismo
agustiniano (Agustín de Hipona) que afirma que “en el encuentro
con el propio ser, se da el encuentro con Dios, y en este remitirse a él desde
el yo, se desvela el secreto personal del fin y sentido último de la vida”[7].
De una absolutización de la experiencia
interior hay un salto que le hace desmarcarse de la comunidad eclesial. Esto se
refleja en el diálogo siguiente:
-
Entonces, ¿eres
mecánico o evangélico?
-
No, no creo en
ninguna religión.
-
Entonces ¿porque
andas escribiendo tonteras de Dios?.
-
Yo no hablo con la
Iglesia ni nada, hablo con las personas.
Este diálogo claramente opone el
carisma personal a la institución eclesial y los vuelve irreconciliables bajo
el prejuicio (prenoción - malentendido) de que la Iglesia es la jerarquía
(papa, obispos, curas). Este prejuicio (yo
no hablo con la Iglesia) da cuenta
de un error del guionista en cuanto no se percata de que la Iglesia somos todos
los bautizados. Hablar con la Iglesia
significa hablar con personas concretas, con los creyentes que nos encontramos
en nuestras comunidades y familias.
Por la crítica directa a las devociones
populares (religiosidad y devoción a los santos); por la crítica al
clericalismo manifestada en la escena del bautizo; y por la escena del
encuentro sexual terapéutico es probable que la película no sea muy bien
recibida en algunos sectores de la Iglesia católica.
El Cristo
Ciego. Director: Cristopher Murray (Chile, 2016)
[1] La imposición
de manos es quizá el principal gesto litúrgico en la tradición de la Iglesia
Católica puesto que mediante este gesto los apóstoles transmitieron el Espíritu
Santo en la Iglesia primitiva. “Les
impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hch, 8,17). El
sacramento de la confirmación es impartida mediante la unción en la frente y la
imposición de manos del sacerdote. (Cfr.
Jared Wicks, Introducción al método
teológico, Verbo Divino,
Navarra, 1998, p. 97).
[2] El
nazareno dirá: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo que una sola
es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará” (Evangelio de Lucas 10, 38-42).
[3] La piedad popular o también llamada religiosidad popular comprende los
rezos vocales, rosarios, procesiones, cantos de alabanza, entre otras
expresiones devocionales personales y/o comunitarias de los fieles cristianos.
[4] Dejar las botas de lo cotidiano y caminar descalzo para encontrarse
con su amigo parece un signo de renuncia que simboliza el abandono y la fe del
profeta en Dios. Según la Biblia, “los profetas fueron hombres que hablaban de
parte de Dios movidos por el Espíritu Santo” (Primera carta de Pedro, 1,21).
[5] El mismo Jesús pasó por momentos de duda, dolor e
incertidumbre. Recordemos que La crisis
galilea representa un antes y un después –un auténtico parteaguas- en la vida
pública del nazareno.
[6] “La gloria de
Dios es que el hombre tenga vida, y vida en abundancia” Frase atribuida a San Ireneo de Lyon.
[7]
Miriam Martínez Mares, Libertad y finalidad en San Agustín.
Respuesta al nihilismo contemporáneo. Universidad de Navarra, 2013, p. 2.
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