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Desarrollo personal y Cruz

Fragmentos de "Eleva tu corazón" De Fulton Sheen

Formación del carácter

“En el mundo tendrán que sufrir”. Sólo el cristianismo puede hacerle frente a la derrota porque nació en la derrota; en esa derrota del Viernes Santo, que estremeció al mundo. Una de las lecciones de la Cruz, es que, si bien no podemos impedir algunas formas de derrota, podemos siempre impedir una reacción equivocada ante ella. “Mientras tanto, estamos seguros de que todo ayuda a asegurar el bien de aquellos que aman a Dios, aquellos que Él ha llamado para cumplir sus designios”, Podemos , en realidad, derrotar la derrota, usar nuestros fracasos como bienes y nuestros pecados como escalones hacia la santidad. Esta actitud cristiana está en segundo agudo contraste con los métodos educativos. La educación de una persona se hace cargo de lo mejor que hay en una persona y lo desarrolla. La vocación de una persona se decide, en gran parte, a partir de sus capacidades. Pero por el contrario, la educación del carácter tiene u interés profundo tanto en las mayores fallas como en los más grandes dones de la persona. Señala su falla predominante y, al luchar contra ella, finalmente perfecciona la personalidad en la virtud contraria al vicio previo.

Esto se lleva a cabo examinando el pecado hacia el cual tendemos más frecuentemente. Es completamente equivocado pensar que porque sentimos la tentación somos malvados. Las Sagradas Escrituras nos dicen: “Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce paciencia” (St 1, 2-3).

La bondad de la tentación es doble. Pone de manifiesto el punto débil de nuestro carácter, mostrándonos dónde estar vigilantes, y nos da la ocasión para ganar méritos, si la rechazamos.
Algunas personas se sienten inclinadas principalmente a la sensualidad, otras a la pereza, otras a la ira, otras tienen una tendencia a permitir que la gentileza degenere en afeminamiento o que la fuerza se vuelva crueldad. Ningún progreso espiritual puede llevarse a cabo hasta que la falta dominante se sacada el lugar donde se esconde, traída a la luz y puesta ante Dios. Ya que, hasta que no se conoce la posición del enemigo, no se lo puede atacar.


El pecado que condenamos de manera más vehemente y fuerte en los otros puede ser el pecado al que nuestros corazones son más adictos. Judas, nuevamente, acuso a nuestro Señor de no amar lo suficiente a los pobres. “Todo hombre juzga lo que es bueno según la bondad o maldad de su disposición interior” Aristóteles. De la misma manera en que el agua busca su propio nivel, la mente busca el nivel de sus prejuicios. Los ladrones confraternizan con los ladrones, los beodos con los beodos, los prejuiciosos con los que tienen prejuicios. La naturaleza actúa según se actúa sobre ella; sospecha de tu prójimo y este actuará de forma sospechosa. Muestra amor por los demás y todos parecerán dignos de amor. La ley física de que toda acción tiene una reacción igual y contraria tiene su contrapartida psicológica. Si sembramos la semilla de la desconfianza en la sociedad, ella siempre devolverá la cosecha de la desconfianza. Las represalias emocionales de los otros pueden ser usadas como espejos de nuestras propias disposiciones interiores.


Una vez que hemos descubierto el pecado principal el próximo paso es combatir el defecto interior. Esto requiere de una lucha diaria, hora a hora inclusive. La santidad no es un lugar al que uno llega sino un camino por el que uno viaja. “Dios jamás pide lo imposible, pero al darnos sus preceptos, nos exige hacer lo que podamos y pedir la gracia para llevar a cabo lo que no podemos”


También podemos hacer de nuestra falta predominante la ocasión de una mayor virtud. “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Co 12,9) La piel de las cicatrices es la más fuerte; los barriletes y los aeroplanos levantan vuelo contra el viento, no con él. La tierra no revela su cosecha sin que se le are, ni las mentes su tesoro sin estudio. El defecto una vez vencido, puede volverse la mayor fuerza.


Los más grandes pecadores se transforman a veces en los mayores santos. Un Saulo que odiaba se volvió un Saulo que amaba; una Magdalena sensual se volvió espiritual. Los conventos y los monasterios están llenos de demonios en potencia, almas santas que podrían, con su vitalidad, haber sido hombres y mujeres malvados, si no hubiesen respondido a la gracia de Dios.
Las cárceles contienen una población de santos potenciales. La energía que los criminales usaron para pecar no era incorrecta; fue el uso que hicieron de ella lo incorrecto. Lenin, fue probablemente, un santo al revés. Si hubiera usado su energía en violencia hacía sí mismo y para cultivar el amor, en vez de usarla contra los otros y para cultivar el odio, hubiera podido transformarse en el San Francisco del siglo diecinueve.

Hace algunos años, un joven sufrió grandes quemaduras en una explosión en la escuela de su pueblo y se le dijo que jamás volvería a caminar. En vez de descorazonarse, se concentró en su enfermedad, masajeaba sus piernas y las ejercitaba, luego caminó, y finalmente fue el mayor corredor de millas en la historia de América. La enfermedad perfeccionó el poder de este joven. Demóstenes no sólo tartamudeaba en su juventud, sino que tenía una voz débil y jamás se hubiera convertido en uno de los oradores más grandes del mundo de no haber trabajado en corregir esta debilidad, transformándola en su mayor fuerza.
Las pruebas y las tentaciones de la vida prueban que en cada individuo hay presente yo en potencia. el “ego actual” es lo que yo soy ahora, como resultado de haberme abandonado. El “yo posible” es lo que podría ser a través del sacrificio y la resistencia al pecado. No hay carácter ni temperamento que sea fijo. Decir “Yo soy lo que soy, y siempre seré así” es ignorar la libertad, la acción divina en el alma, y la reversibilidad de nuestras vidas para transformarse en lo opuesto de lo que son. No existe carácter, independientemente de la profundidad de sus vicios o su intemperancia, incapaz de transformarse, a través de la cooperación entre la acción divina y la humana, en su opuesto, de ser elevado al nivel del yo y luego a nivel divino. Los alcohólicos, los adictos, los materialistas, los escépticos, los lascivos, los glotones y los ladrones, todos ellos pueden hacer de esa zona de sus vidas en la que han sido derrotados la zona de su más grande triunfo.


Sin embargo, la formación del carácter no debería basarse únicamente en erradicar el mar; el énfasis debería estar puesto, sobre todo, en cultivar la virtud. El mero ascetismo sin amor a Dios es orgullo. Es posible que, al concentrarnos encarnizadamente en humillarnos, nos volvamos orgullosos de nuestra humildad y , enfrascándonos de manera tan intensa en eliminar el mal, nuestra pureza resulte sólo una condena de los demás.


El ideal cristiano consiste en una bondad positiva y no negativa. Un carácter es grande no por la ferocidad de su odio o de su maldad, sino por la intensidad de su amor a Dios. El ascetismo y la mortificación no son los fines de una vida cristiana, son los medios. El fin es la caridad. La penitencia sólo procura una apertura en el ego, a través de la cual la Luz de Dios pueda fluir. Dios entra en nosotros en la medida en que disminuimos nuestra vanidad. Al vaciarnos, Dios nos llena. Y es la llegada de Dios lo importante.


La persona que ama obtiene del mundo mucho más que aquella que es fría o indiferente; ya que tiene no sólo la alegría de recibir, sino también la de dar. Incluso si faltará reciprocidad en el amor por parte de los malvados, la palabra hiriente o el insulto no la lastiman. El amor nos hace odiar las faltas que nos impiden amar. Mas no nos desalentamos, puesto que nuestras fallas nunca son insuperables una vez descubiertas y reconocidas como tales. Excusarlas o designarlas con un nombre falso, llamando al egocentrismo “complejo de inferioridad” o a la autocomplacencia “vida agradable”, es lo que impide el progreso espiritual. La regla más importante para atacar el mal en nosotros es la de evitar el asalto directo, en favor del indirecto. No se echa afuera el mal, no se lo desaloja. La ebriedad y el alcoholismo no se controlan diciendo: “No beberé”, sino a través del poder de expulsión de algún bien contrario. Cuando el alma comienza a amar a Dios, pierde esos mórbidos temores que deben ser ahogados en la bebida. Las alegrías del espíritu también desalojan a los placeres de la carne. Los pequeños e ilícitos amores del ególatra pueden ser expulsados por los amores más grandes a cosas que van más allá de la persona. Básicamente no hay cura para el egoísmo, a menos que uno aprenda a amar a los demás más que a su propio yo.

“Vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28)


En tanto la persona no encuentre un amor más noble y bello, no podrá dominar sus vicios o superar su mediocridad. En una conversión total, las almas que antes eran adictas al vicio, como Agustín, ya no sienten deseo alguno por sus antiguos pecados, sino más bien disgusto. El amor expulsa el miedo tanto como al pecado. La gran tragedia de la vida consiste en que tantas personas no tienen a quien amar.

La persona que desea expulsar el mal sin rogar por la presencia de Dios está condenada al fracaso. Nada es seguro hasta que El esté allí y hasta que su Amor se expanda por todo nuestro corazón… Se necesita una gran paciencia para lograr esta transformación. Si los caracteres se impacientan es porque o han tenido en cuenta la altura de las cumbres que deben ser conquistadas.

Debido a que la perfección a la que aspiramos es elevada y difícil, las almas humanas necesitan y deberían aceptar, alegremente, la calma y la pura felicidad que les envía algunas veces el divino Creador. No deberíamos estar constantemente en conflicto con nosotros mismos; en la vida espiritual hay un tiempo para cosechar. la falta de alegría puede apartarnos de Dios.
La falta de resolución puede, asimismo, arruinar nuestros esfuerzos, porque como dice Santiago “Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste, un hombre irresoluto e inconstante en todos sus caminos (1, 7-8) Este temperamento indiferente al desarrollo del carácter ve la oración como algo que puede hacer bien y que, en todo caso, no puede dañar, confía en Dios, pero confía aun más en la solución económica para sus enfermedades. Primero planea y ora, luego trata de llevar acabo el plan sin la oración. El carácter no puede desarrollarse bajo tales condiciones de desorden, confusión y división. Un conflicto de esta naturaleza cansa a la mente, al tratar de unir dos cosas, que no pueden mezclarse y se cansa al cruzar de un camino a otro.

El carácter se construye por medio de la unidad de propósito, y nada unifica tanto nuestros objetivos como una tentación vencida, como un conflicto resuelto por un amor que no sólo muestra la respuesta sino que nos da fuerzas para alcanzarla. La búsqueda de la unidad espiritual va al unísono con el esfuerzo para perfeccionar el carácter. Y puesto que no existe Unidad fuera de la Verdad que es Dios, la calidad de nuestra búsqueda dependerá de dónde ponemos el énfasis en la frase: “Yo busco la Verdad”. Si acentúanos el yo, el carácter está centrado en su yo todavía, y las verdades son meramente valores que deben ser asimilados para nuestro envanecido crecimiento. Pero si es hacia la Verdad que deseamos crecer, entonces nuestras almas, finalmente, son capaces de no tomar en cuenta el yo y de sobrepasar sus estrechas fronteras. Entonces la libertad será nuestro ámbito, porque “la Verdad los hará libres”.


Encontrar la Verdad es fácil, lo que es difícil es enfrentarla, y más difícil aún, seguirla. Las únicas personas que llegan a una verdad sobre Dios son las que, una vez abierta la puerta, aceptan la Verdad y asumen la responsabilidad que elle atrae. Se requieren más coraje que inteligencia para aprender a conocer a Dios; El es el hecho más obvio de la experiencia humana, pero aceptarlo es una de las experiencias más arduas.


Para conocer la verdad divina, las condiciones morales son, luego de la gracia, los requisitos más importantes para una conversión. No es la manera de pensar, sino la de vivir lo que constituye el obstáculo para la unión con el Espíritu. No es el credo lo que mantiene a la gente apartada de Cristo y su Cuerpo Místico, sino los mandamientos.

Tres factores descuidados:
1. La Voluntad de Dios
2. Vivir a la altura de la verdad que ya se conoce
3. Los hábitos de vida.

Como dijo santo Tomás con su estilo sutilmente trabajado: “Las cosas divinas son conocidas de manera diversa por los hombres, de acuerdo con la diversidad de sus actitudes: Aquellos que poseen buena voluntad percibirán las cosas divinas de acuerdo con la Verdad; quienes carecen de ella, las percibirán de una manera confusa que los hace dudar y sentir que están equivocados”.


Lo que un hombre acepte intelectualmente dependerá, en gran parte, de lo que él es o desea ser. La voluntad, en vez de admitir una verdad presentada a la mente, puede rechazarla y excluirla.
No es suficiente para nosotros leer y estudiar el cristianismo, porque la Verdad Divina no es una verdad abstracta del tipo de un teorema de geometría. Saber teología no nos hará ningún bien, si al mismo tiempo permitimos que el orgullo, la sensualidad y el egoísmo introduzcan en nuestras vidas el exceso y la anarquía. En este caso, podemos tener conocimiento del amor de Dios por nosotros, pero no lo amamos a El. El amor implica reciprocidad.


La preparación moral para la Fe o para hacer que la Verdad Divina sea dinámica en nosotros es tan importante como la preparación intelectual; ambas deben ir juntas, como la Sabiduría y el Amor de Dios, el Hijo y el Espíritu Santo, son iguales en la Trinidad.
Aquellos en quienes el desarrollo moral sobrepasa al intelectual terminan, por lo general, en una religión que es negativa, crítica y farisaica, o si no, en una piedad vaga y emocional, sin contenido, de la misma manera que quienes tienen un crecimiento intelectual sin su contrapartida moral, se vuelven escépticos, cínicos, e incrédulos. Jamás podremos amar sin conocer, pero una vez que amamos, entonces, el amor puede aumentar el conocimiento.

“El que ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”
(Jn 14,23)

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