Día 7. ¿Qué significa la Encarnación? 11 de enero.
Esta
mañana fue muy fría. Quizá la más fría de la semana. Y me ha impresionado ver a
un hombre trabajando en el mantenimiento del crucero. Se llama Martin. Lleva
varios días pintando los espacios de la cubierta, las paredes, las escotillas,
los marcos de las ventanas de todos los niveles del barco. Cuando abordamos el
crucero Martín estaba pintando el cuarto piso, a unos treinta metros de la
superficie del mar. Al día siguiente bajó al tercer piso, lo lijó y lo pintó.
Luego al segundo que está lijando para pintarlo. Y pasado mañana irá al primer
piso para hacer lo mismo. Tal vez al final llegue al cuarto de maquinas. Lo que
me ha impresionado es que el trabaja desde muy temprano. Aparece en cubierta en
cuanto amanece, cuando hace mucho frío, y empieza a trabajar vestido solo con
unos pantalones de mezclilla y una camisa a cuadros.
Además
del valor de su trabajo para que el barco se vea bonito y los pasajeros
disfrutemos del Crucero Espiritual, él me ha ayudado a reflexionar en la vida
de Jesús. Así como él cada día va bajando un piso hasta que llegué al cuarto de
máquinas en el fondo del barco, así Jesús fue bajando para hacerse uno con
nosotros, hombre con los hombres. (Hb) Pero no se hizo cualquier hombre, no
nació en un palacio sino en una cueva. No lo acostaron en una cuna de madera,
entre paños de seda, sino en el pesebre de algún establo, envuelto en pañales.
Jesús se encarnó en una familia pobre entre las pobres. Aquí hay mucho que meditar para nosotros. A lo
largo de su vida no buscó el camino del poder – que es ascendente- sino el
camino del servicio – descendente-. Y fue tal su amor por nosotros que se
acercó a aquellos que eran los marginados de su tiempo, los considerados
pecadores, impuros: leprosos, publicanos, pecadores, prostitutas, etc.
No sólo
nació en una familia sencilla sino que al crecer fue a servir, a sanar, a
liberar a los más sencillos, a estar con los más vulnerables. Se hizo uno con
los leprosos y, al final, en la cruz fue asesinado como bandido, puesto con los malhechores.
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Tengo la
satisfacción de conocer a mujeres, laicas y religiosas, que sirven a ancianos y
discapacitados (Hijas de la Caridad, Familia Vicentina, Hospital Gustavo Baz
Prada, Tepexpan, Estado de México). Otras que sirven y acompañan a cortadores
de caña (Hermanas Auxiliadoras, fundadas por María de la Providencia, Xalisco, Nayarit), otras qué están con niños
y adultos que viven con VIH (Misioneras de la Caridad, Veracruz). Otras
hermanas que trabajan acompañando a prostitutas, ayudándoles con sus hijos,
promoviéndolas en su dignidad.
Podemos
constatar que hay en la historia hombres y mujeres que han entendido el mensaje
de Jesús y le han querido ayudar en su misión de establecer el Reino. Me
enorgullece ser jesuita porque desde que nos fundó San Ignacio hemos intentado
ser la “caballería ligera” de la Iglesia Católica. No somos los únicos, ni los mejores,
pero contamos con varios siglos de experiencias y de aventuras en las fronteras
geográficas y espirituales. Nos forman para ser capaces de responder a las
realidades de injusticia de nuestro mundo. Seguimos estando llamados a
abajarnos, más que a encumbrarnos, aunque en el día a día a algunos nos resulte
complicado. Reconocemos nuestras fallas, nuestro pecado, y nos sabemos llamados
a ser servidores de la Misión de Cristo.
En este
barco hay varios marineros experimentados, pero quisiera hablarte especialmente
de dos hombres a los que yo admiro: Víctor y Paulino. Los dos son hermanos
jesuitas. Víctor suele tener una sonrisa estampada en su rostro, se muestra
acogedor, amigo. Pasó muchos años en la Sierra Tarahumara antes de abordar este
Crucero y ser parte de la tripulación que se dedica a orar por todos los
peregrinos que viajamos y pasamos por aquí cada año. Se alegra especialmente
cuando ve a los nuevos jesuitas, a los novicios, y a los que estudiamos
filosofía en Guadalajara.
Esto fue
lo que me dijo el hermano Víctor ayer después de misa: “Nos preguntan ¿por qué se salen algunos
de la Compañía? Y yo les digo: “¿Salirse de la Compañía? Nadie sale de la
Compañía. Los que salen de la Compañía, es que nunca han entrado.”
Paulino
es un hombre con más de 90 años. De joven trabajó, tuvo novia, tenía un rancho,
pero sintió que algo le faltaba. Se sintió llamado por Dios y dejó sus cosas
para entrar a la Compañía de Jesús. Ha estado sirviendo en diferentes lugares
pero en la Provincia es muy conocido por haber estado al frente de la granja en
el puerto de Juanacatlan por varias décadas. Allí ha entregado su vida,
dedicado a la producción de carne de cerdo y de res, que ha alimentado a miles
de familias. A sus más de 90 años se levanta todos los días cuando está oscuro,
hace sus oraciones, lleva de comer a algunos animales, riega plantas… riega
vidas humanas! Como él lo ha dicho
varias veces: “lo mejor de la vida ni se compra ni se vende”…
Víctor y
Paulino son dos viejos lobos de mar que me dan testimonio de que encontraron la
perla preciosa, el tesoro escondido. Soy testigo de su alegría y de sus miradas
profundas, que nos llenan de paz.
La
cultura actual promueve una estructura vertical, una escalera en la que hay que
ir ascendiendo para tener éxito. Se trata de tener más dinero, más poder. Pocas
veces somos conscientes de que para que unos cuantos gocen (gocemos) de grandes
lujos y comodidades materiales una mayoría de hombres y mujeres se desgastan
hasta la muerte (literal). Los malos gobiernos imponen a los más, la ley de los
menos. La pirámide social ha existido prácticamente en todas las culturas. Pero
las diferencias se han acentuado considerablemente. Arriba de la pirámide hay
muy pocos con mucho dinero y en la base hay millones de personas con muy poco
dinero. (El salario mínimo zona “B” en
México es de $60.57 ). En América
Latina las personas que están hasta
arriba de la pirámide pueden percibir ingresos diarios de hasta 100 veces más
que los de más abajo. ¿Cómo está la distribución de la riqueza en México? Nos
lo podemos imaginar, pero mejor averigüemos si de verdad nos interesa.
Jesús
estaba por todos, ricos y pobres, judíos y paganos, galileos y romanos, niños y
adultos, pero se dedicó especialmente a acompañar y animar a las personas más
vulnerables de su tiempo.
En la
analogía del crucero y de Martín, el pintor, que va desde el piso más alto
hasta el cuarto de máquinas, podríamos decir que Jesús pasó más tiempo con “los
de abajo” que con los pasajeros, turistas (clasemedieros) o capitanes
(empresarios), que disfrutamos del viaje gracias al esfuerzo de las
trabajadores, cabos, oficiales de guardia, cocineras, camareros, marineros,
mecánicos, etc.
¿Recuerdas
la película de Titanic? Así está nuestro mundo. Los más ricos y acomodados
estaban en los pisos más altos (los buenos, los “puros”, la clase de lujo),
luego la clase media (dueños de pequeños negocios, los funcionarios y
oficinistas, todavía “gente decente”, segunda clase) y, en los pisos bajos la
“prole”, la “raza” (los impuros e iletrados) que hacen que el barco funcione y
avance.
Pues por
lo que vemos en los Evangelios, y lo que entendemos del proyecto del Reino,
Jesús no contempla esas separaciones, esas diferencias que nos lastiman a
todos. Quiere que nos reconozcamos como hermanos, que todos tengan lo necesario
para vivir, que a nadie le falte el pan. (¿Somalia?, ¿Etiopia?, ¿Sierra
Tarahumara?...)
El sueño
de Jesús es que cada vez haya menos pobres económicos y más pobres
espirituales. Que todos vivamos con dignidad. Los cristianos tendríamos que
estar haciendo algo desde nuestras diferentes profesiones para que esto suceda.
Pero si volteamos alrededor nuestro, comprobaremos que la mayoría de las
personas estamos preocupados únicamente por nuestro bienestar y el de nuestro
núcleo familiar. Son pocos los profesionistas que se atreven a dar parte de su
tiempo al servicio de las mayorías empobrecidas que nos necesitan tanto. Estos
hermanos y hermanas del “cuarto de máquinas” que hacen que la historia-mundo
avance son los campesinos, los
indígenas, los migrantes, los obreros, los mineros, los jóvenes trabajadores
(desafortunadamente, también niños y niñas explotados laboralmente).
Ojalá
poco a poco seamos más conscientes de que la comida que llega hasta nuestra
mesa, la ropa que vestimos, los celulares que compramos y las demás comodidades
que disfrutamos, son el resultado del trabajo de millones de personas
empobrecidas en todo el mundo, la mayor parte, muy mal pagados[1].
Otro
ejemplo de la cultura individualista, que nos invita a ascender y a competir,
son los edificios de las grandes ciudades (D.F. Guadalajara, Monterrey, etc)
Mientras más alto es el piso o el departamento del edificio más caro se vende.
Y hay quien pone la vida en ello, en comprar el departamento del piso más alto,
porque esto es un signo de estatus. Como se puede ver el mundo
occidental-capitalista nos propone sobresalir, estar por encima de los demás.
Pero no vayamos tan lejos, tal vez en tu misma cuadra o colonia hay algunas
personas que viven con $700.00 a la semana: los obreros de las maquiladoras, las
mujeres del servicio doméstico, barrenderos, jardineros, etc. Y lo que es peor,
tal vez muy cerca de tu casa viven otros sin ningún ingreso: ancianos olvidados
por sus hijos, enfermos terminales, la viuda que no tiene trabajo, los
discapacitados que son marginados y discriminados por su condición, los
alcohólicos que duermen en la calle…
Nunca
será tarde para empezar a ver la necesidad de nuestros hermanos más cercanos.
Recordemos que el prójimo es el más próximo. Ojala que levantemos la mirada y
empecemos a ver a esas personas, a esos “indeseables” que nadie ve, a los que
nadie quiere acercarse. La viuda, el anciano o anciana, el enfermo, el niño de
la calle, el borrachito, muchas veces ni si quieran quieren nuestro dinero, con
solo ESTAR con ellos y ESCUCHARLOS ellos se sienten reconocidos y agradecidos.
Qué
bueno sería que pudiéramos darles una despenas o algún dinerito a una familia
necesitada de cuando en cuando, pero, lo más importante es quizá visitarlos y
compartir con ellos una o dos horas de la tarde cada semana. Yo no tengo muchos
años de experiencia en esto de visitar y hablar, pero cuando lo he hecho he
visto la alegría que les causa que los visitemos y escuchemos. Además yo me he
quedado lleno de alegría y satisfacción, consciente de que Jesús está en mi
cuando visito a mis hermanos y hermanas vulnerados y vulnerables. Y no como Lalo
–el-salvador sino como Lalo-el-amigo, como un hermano que acompaña. Compartir
los dones que Dios nos da es motivo de plenitud y de consolación. Al final de
cuentas estamos hechos para amar y “el que dice que ama a Dios a quien no ve,
pero no ama a su hermano, a quien sí ve, es un mentiroso”.
[1] Ver informe del Centro de
Reflexión y Acción Laboral en http://www.fomento.org.mx/novedades/INFORME2011espanol.pdf
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