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La tirolesa que no me tocaba

26 de Julio de 2008

Llego la esperada fecha del campamento Supervixi de verano 2008. Vería a primos y amigos en mi último fin de semana de vacaciones que se empalmaba con mi entrada al noviciado de la Compañía de Jesús.

Viernes por la tarde. La camioneta ford sesenta y tantos que bautizamos hace años como “la nube viajera” estaba lista. Yo mismo me encargué en la semana previa al campamento de cargar la batería LTH 2003, de comprar el switch de encendido y de que se lo instalarán. La última adaptación que sufrió la nube viajera fue el montaje de un techo de remolque con el objetivo de proteger a los pasajeros que van parados cual dino, la mascota de los picapiedra, asomando la cabeza por el quema cocos infringido hace como tres años, casi a la par de la instalación en la defensa trasera de las hélices para operaciones anfibias. La camioneta café - una chevrolet 84 que sobrevive en la familia desde el 87 y que pasó en la última década de ser el vehiculo de lujo para viajes largos a ser la unidad todo terreno de trabajos forzados de mi papá – y la más reciente adquisición de mi progenitor vía trácala, una camioneta tipo pick up marca dodge ochentera estaban listas también, con capacidad suficiente para subir buen peso de personas y materiales a la sierra.

La cita fue como cada año en el jardín principal de Lagos para de allí salir todos en caravana al territorio Supervixi. Se desata una lluvia torrencial que complica la salida y retrasa a varios participantes. Las mochilas, ropa y sleepings de vari@s están empapados, pero el show debe continuar. Compré lona de emergencia autorizado por tesorería en la tradicional Ferretería Lozano de 5 de mayo a sólo 99.90 y regresé saltando charcos y arroyos de las calles del primer cuadro para dar instrucciones de salida a un grupo de jóvenes nuevos que desean experimentar el campamento. El cielo se desplomaba sobre nosotros así que ideamos un plan conciso. Yo saldría corriendo de la presidencia extendiendo una lona vieja en la caja de la pick up. Acto seguido tres chicas pondrían sus mochilas sobre la lona y luego entrarían a la cabina. Tras ellas dos chavos colocarían la lona nueva sobre la caja resguardándose ellos mismos. Todos se apegaron a lo pactado y la operación fue exitosa.

Ascendimos a la montaña sin mayor novedad, afortunadamente los caminos más altos no estaban enlodados, no había llovido fuerte en los tres pasos de la muerte. Al llegar todo mundo se puso a montar sus tiendas de campaña y luego vinieron las palabras de bienvenida y algunas instrucciones generales relativas al programa de actividades y conciencia ecológica.

Sábado temprano, me levanté tras leve desvelada por sobre mesa en la cena-fogata del viernes derivada del gusto de estar juntos los primos y ver después de año y medio a Carlos y Vicky recién llegados de Uruguay. Sueño corto pero descansado y agradecido con la prima Bety por el espacio que me brindó en su tienda.

Nadie en la fogata a las 7 am. Nada similar a los campamentos de 13-15 años en que más de alguno se quitaba el frío, o el miedo, tras el disfraz de prepararse el desayuno casi ganándole al sol.
Ilusión, imaginario de recuerdos y rostros. Un café y unas galletas de no se quién. Desayuné cualquier cosa, lo que me ofrecieron los que estaban ya de pie, lo que estaba cerca. ¿Que importa lo que comemos mientras el corazón esta rebosante por la compañía y nutrido por los lazos de afecto entre familiares y amigos?
Alrededor de las 9 am Octavio me acompañó por jóvenes de San Luis Potosí a Santa Cruz. El descenso fue sencillo. No así la subida de regreso, pero Octavio, experimentado piloto, logró llevarnos a todos de vuelta al campamento.

La suerte estaba echada. Día fuerte.

Mi meta era por fin estrenar la tirolesa que se instaló hace pocos meses en “Sierra de Pinos”, lanzarme recorriendo los 160 metros que cruzan una cañada desde el mirador de la piedra hasta el lomo de las barrancas que se extienden por el cañón.
En la junta matutina de staff fui apercibido de que me tocaba coordinar la prueba de senderismo, y tras mandar a los primeros dos grupos, de rebote, fui al extremo inferior del cable de la tirolesa llevando las contraseñas para los equipos que completaran la prueba. Faltaba una persona que ayudara para frenar a los aventureros participantes, me instruyen y me quedo a colaborar en tan noble labor.
Primer turno, el cable esta mojado y hace poca fricción con las poleas, hace algo de frío y la prima Mercy llega a velocidad máxima. Ante eso no me quedó más que aplicarme cómo buen charro, en la posición que toman para detener a una yegua tras meter una mangana. Máximo esfuerzo tirando la soga para frenar y lástima porque no traía guantes. La consecuencia: Mercy salvada…mis palmas y dedos quemados.
De la segunda a la quinta oportunidad experimentamos con lógica, física y química. Los aterrizajes fueron menos forzados y mis manos ya tenían guantes de protección. La solución mejor estuvo en adelantar las llantas que conforman el sistema de frenado de primer impacto.

Conversación esperanzada con mi primo Memo y Marycarmen que también forman parte del equipo de recepción. Se les ve contentos porque están en trámites para adoptar un hijo, al que quieren llamar Sebastian. Siguieron llegando los lanzados de 6 equipos que viven el campamento. Perdí la noción de los caminantes, de las salidas y llegadas, de los que bajan en rapel por la roca de 16-18 metros tras llegar sanos y salvos a nuestro puesto en la tirolesa. Las dos actividades más extremas de nuestro campamento.

10, 15, 20, 25 personas, que acatando la instrucción ya se ayudaban frenando un poco con una mano antes de llegar. Cambié de frenador a portero-tacle por cualquier detalle. Yo recibía a la persona junto con Memo en el cable directo, él aseguraba y retiraba la polea y yo y reacomodaba los frenos a 5 o 6 metros de tierra después de cada recepción. Fernando, generoso, había solucionado el sistema de frenado secundario y lo controlaba bien.
Brazos cansados, piel quemada, corazón caliente por la conversación sincera. Sonriendo al escuchar a Paco del rapel y a las chistosas conversaciones por radio entre los equipos de salida -llegada.

El sol salió, ya no cae lluvia del cielo. El cable se secó y llegaban menos rápido. Sobreviene la confianza en el equipo. Trabajamos con holgura y la seguridad de unos expertos espeleólogos o montañistas de alto rendimiento. Vienen la persona 31 y la 32. Pido por el radio que me avisen cuando falten dos para ir hasta la plataforma de despegue y poner a trabajar un poco más mi adrenalina. Son 5 – 7 minutos para bordear el cañón. Por fin llega el momento y se escucha en el motorola: “Ya sólo faltan dos”. Salí corriendo, llegué en tiempo record a la piedra de salida y conmigo llegó la noticia por el radio: “Héctor, paramédico, hay una accidentada, parece que es la nariz”. Me ofrecí para ayudar y Rosy me me pidió que fuera por el botiquín al Corsar-ambulancia mientras Héctor se adelantaba corriendo directamente a la zona de aterrizaje. Troté con la maleta de unos 20 kilos y llegué pronto. Héctor, con mucha destreza, limpió y detuvo la hemorragia. La herida fue entre las cejas. Afortunadamente no se dañó ningún ojo. Se llama Evelyn, es hidrocálida y al parecer se hirió con la primera llanta de frenado. La herida fue profunda y de una longitud de 5 centímetros en forma de Z. Ella esta conciente. El casco – indispensable – le amortiguo el golpe y le salvo de mayores daños.
Evelyn, valiente, contesta las preguntas que le hace su amiga Sarina, quien luce más preocupada y adolorida que la misma chica herida, porque ella fue quien la invito al campamento y la mamá de Evelyn es celosa guardiana de su hija menor.

El paramédico da la instrucción de llevarla a un hospital para sutura, tras el procedimiento de atención básica que culminó en cubrir la herida con una gasa y un parche protector.
Mi lanzamiento se ve frustrado. La intención de desplazar mi cuerpo de un punto a otro a gran velocidad sobre las copas de los árboles y mi paso volando a unos 40 metros de las rocas del arroyo tiene que esperar. Me hago canal útil, cómo primo que se va de religioso, y tras unos acuerdos rápidos, comida y jugo para llevar iniciamos el descenso con sencillez en la poderosa camioneta café. A Evelyn la acompañan Sarina y Saúl. Los cuatro charlamos mientras yo manejo por segunda vez hacía el casco de la Hacienda Santa Cruz, camino a Lagos. Entran llamadas al celular de Sarina, ella contesta pero se pierde la señal.

Odisea, calvario, aventura, que se yo!. Llegamos a tres diferentes hospitales y hasta el cuarto obtuvimos la atención requerida. Primero llegamos al Hospital regional, pero había muchos pacientes en urgencias antes, así que les ofrecí llevarlos a otro. En segundo lugar llegamos al Hospital Rafael Larios y al llegar nos dice la enfermera recepcionista que no están los doctores, pero que si queremos le hablan a uno de ellos. Nos vamos y en el tercer intento aceleró al Hospital San José, dónde me suturaron a mi cuando fui atropellado por una doctora que trabajaba allí mismo, a los 12 años. Esta sobre una de las calles que pasamos cuando llegamos de la sierra. Llegamos por la calle Hidalgo y con dificultades logré estacionarme en el último espacio disponible. Caminamos y al doblar la esquina ¡sorpresa!, El hospital ya no existe, nos informan en un comercio que hace tiempo se cerró. En eso, providencialmente salió Javier Muñóz de su vinateria y nos dice: “Llévenla a la clínica Santa Sofia, esta frente al hospital regional”. ¿Burla del destino?. Volvimos al punto en que empezamos. ¿conspiración de doctores comelones?. Llegamos y afortunadamente había un doctor en turno, que terminaba de dar ingreso a una niña que cayo de una azotea. El Dr. de nombre Juan Carlos pidió a Evelyn que se acostará y comenzó el procedimiento. Fuimos testigos de la limpieza profunda de la herida tras la anestesia con cuatro piquetes o más. El dedo índice del galeno entraba hasta el final de la falange removiendo cualquier suciedad con un fluido especial. Ella no tuvo dolor, su frente esta dormida y ella platicaba tranquilamente con el médico. Durante todo el trayecto y la búsqueda de atención médica Evelyn demostró valentía y firmeza. Informó que tomó Saridon antes del accidente porque le dolía la cabeza y presumimos que estaba dopada. Sarina y Saúl no querían ver lo que hacía el doctor con la herida de su amiga y salieron un momento de la sala de urgencias. Yo vi, ya calmado, el buen trabajo del doctor, su habilidad para suturar con un pulso impresionante. Hilo y agujas fueron y vinieron como remendando un suéter y se fue cerrando la herida. Al terminar nos dice que hizo una primera sutura interna porque la herida llego casi hasta el hueso y luego una sutura externa de más de siete puntadas. Le pregunté al doctor que de dónde era y me dijo que de Ciudad Guzmán. Le dije: “Mañana entro al noviciado jesuita allá en tu tierra” y no demostró interés. Algo se movió en mi interior. Dio las instrucciones: 8 días para retirar los puntos, la receta médica y después de la farmacia regresamos al campamento tras un discernimiento algo apresurado. Yo les había ofrecido quedarse en la casa en Lagos.

Regreso territorio Supervixi. ¿Y las hamburguesas?

Noche oscura, no hay luna aún. Son las 9 pasadas y esperamos con vehemencia que estén listas las hamburguesas a la parrilla. Uno de los preciados tesoros que ofrece el campamento en su promesa mercadológica. Ninguno de los cuatro hemos comido bien.
Otra sorpresa. Apenas están encendiendo la fogata, no se ha preparado la cena y nos enteramos porqué.

La siguiente persona al turno en la tirolesa también se accidentó. También mujer, también de frente, y se rompió nariz. Miriam, líder juvenil del estado se golpeo tras Evelyn alrededor de las 5 de la tarde, cuando yo manejaba rumbo a Lagos a unos dos kilómetros del campamento. Por eso eran las llamadas que entraban al celular de Sarina y se cortaban. La idea era llevar a las dos en el mismo servicio de ambulancia aprovechando el viaje. Nunca nos enteramos, sino hasta esas horas de la noche ya regresando. Gracias a Dios mi primo Eduardo se ofreció y llevó a la herida en su Jeep con mi primo Beto, quien se suponía que prepararía las codiciadas hamburguesas.

Fue un sábado lleno de aventuras. Un intenso subir y bajar de la sierra para mi. Rompí mi record de cantidad de subidas y bajadas en un lapso de 14 horas. Tres en el mismo día. La primera para recoger a los de SLP en Santa Cruz, la segunda para llevar a Evelyn y la tercera para irme a Lagos a dormir porque salíamos a las 6 am a Cd Guzmán.

Pensaba ¿porqué no la tirolesa? ¿Por qué no pude hacerlo? Y luego vino la paz. Recordé la satisfacción profunda al ver a Evelyn atendida y llevarles sus hamburguesas a su tienda de campaña pasadas las 10 de la noche. Y recordé la generosidad de mi primo Eduardo, que apenas había llegado de León al campamento con dos amigos, y se ofreció para llevar a Miriam, la segunda accidentada.

Pienso que quizá conmigo hubiera reventado el cable de la tirolesa. O cuando menos me hubiera roto la nariz. Dios me cuido como siempre.

¿Con que sentimientos me quede?

Caridad, alegría, diálogo, esperanza, amistad, guitarra, fogata, pronta despedida y luna.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que lindo Relato amigo...
que valor de los que se tiran al abismo solo sostenidos por una cuerda (especializada si, pero al fin al cabo pequeña frente al barranco)
y bueno a mi me hace pensar dos cosas: lo frágil que es la vida, y que al mismo tiempo no queda otra que lanzarse a vivirla, a riesgo de partirse la... que fortuna

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