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El Pentecostés permanente de Pedro Fabro

Un encuentro diario y fiel con el Espíritu Santo
por Esteban de Jesús Cornejo Sánchez, nsj

Pentecostés representa el día en que Jesús cumple su promesa de mandarnos al Espíritu Santo “Consolador”; mismo que permanece desde entonces con nosotros, nos ilumina y nos guía en nuestro caminar hacia el Padre.

Pedro Fabro llegó a darse cuenta por medio de la acción diaria del Espíritu en él, de la presencia de Dios en los demás, en la creación y en él mismo, desde lo que le toca vivir y experimentar. Pero ¿cómo logró encontrar esta experiencia diaria y constante del Espíritu en las criaturas, en los sentimientos, pensamientos y en todo lo creado?, y cuando lo encuentra ¿cómo distinguir si se trata del Buen Espíritu o del Mal Espíritu? y ¿cómo responde a este encuentro constante?.

La vida de Pedro Fabro se encuentra sumamente enriquecida por la herencia espiritual de San Ignacio de Loyola, que le acerca más a Dios por medio del discernimiento de espíritus y otros ejercicios. En esta vida enriquecida, que está contenida en el “Memorial”, podemos encontrar una profunda y constante comunicación entre Fabro y el Espíritu, pues nos muestra en la intimidad de sus escritos este encuentro que es fruto de sus oraciones, Ejercicios Espirituales, de sus exámenes diarios de conciencia, de sus servicios apostólicos permanentes, de sus confesiones, ayunos, en las Eucaristías y de su discernimiento constante que comparte con Ignacio; por medio de todo esto Fabro logra establecer una relación personal con el Espíritu que busca la Voluntad de Dios. En pocas palabras, Fabro vivía constantemente enfocado en buscar a Dios en todo lo que hacía, sentía y pensaba y lo iba reconociendo, porque “Dios quiere comunicarse con sus criaturas”.

Fabro sabe que en nosotros existen tres tipos de pensamientos: los que vienen de nosotros mismos, los que infunde en nosotros el Buen Espíritu y los que vienen del Mal Espíritu. Y aprende a reconocerlos por los efectos que producen en uno: “caía en la cuenta de que no había que hacer caso de lo que sugiere el Mal Espíritu que todo lo pone cuesta arriba y no hace más que poner impedimentos, sino a las palabras y sentimientos del Buen Espíritu que ofrece posibilidades y da ánimo aunque hemos de cuidarnos de no inclinarnos demasiado a la derecha” (254, Memorial). Entonces la manera de distinguir al Buen Espíritu del Malo es, ver de dónde viene lo que siento o experimento (ideas, sentimientos, pensamientos) , ver qué produce en mi (rechazo, alegría, aceptación, gusto, deseos), y cuál será el resultado final de ello, es decir, si me acerca o me aleja más de Dios y de los demás para amar y servir. En concreto, discernir es poner atención en que todo lo que haga o tenga comience en Dios, sea por Dios y termine en Él.

Fabro responde optando, porque discernir es optar. Y hay que optar siempre por el Buen Espíritu, cuidando de no caer en el engaño de creer que estamos optando por Él, cuando en realidad estamos diciendo que si al Mal Espíritu. Para ello nos dice que “en una palabra, hay que tener discreción para mantenernos en el medio entre la derecha y la izquierda, de manera que, a la buena confianza no se mezclen las ilusiones que nace de la abundancia, ni que nuestro miedo se agrave por la sequía” (ibid). Por ello, al revisar (discernir) y caer en cuenta de que hemos estado siguiendo al Mal Espíritu, hay que optar por enmendarnos y si vemos que vamos caminando en el Buen Espíritu, ver de qué manera seguiremos junto Él. “Se incluyen aquí abundantes gracias para sentir y conocer los diversos espíritus. De día en día llegaba a distinguirlos mejor… nunca me permitió el Señor que cayera en engaños, sino que en todas ocasiones me libró con las luces del Espíritu Santo”… (12, Memorial)

De esta manera, vemos que Fabro comprende que, el Pentecostés no es solo una fecha señalada en el calendario litúrgico, sino que representa la novedad de la acción cotidiana y permanente que el Espíritu Santo ejerce en nosotros y que tenemos la posibilidad de seguir. Fabro nos comparte que el Pentecostés es permanente y cotidiano, que cada día el Espíritu nos regala algo, nos inspira algo, nos mueve algo; por eso es importante estar atento, para pedir la gracia, agradecer, discernir, acoger y poner en acción lo que se nos da para siempre buscar solamente “La Mayor Gloria de Dios”.

“Que Dios, creador nuestro y de todas las cosas, nos conceda la gracia de poder reconocer por su mismo Espíritu, todo lo que Él nos ha dado, y, al reconocerlo le demos gracias. Ojalá que sintámoslo que Él trabaja en nosotros, bien en el cuerpo o en el Espíritu; y esto por el mismo o por sus ministros. Ojalá que por fin veamos que es Él quien obra todo en nosotros y por quien actúan todas las cosas y en quien subsisten todas”… “Del Padre nace el ser de todo lo que es creado, por medio del Hijo han sido hechas todas las cosas. El Espíritu Santo todo lo perfecciona” (245, Memorial).

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