Por Santiago Morell Ocaranza
“Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal.
Haré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra”
(Hch. 2, 17 y 19)
Durante dos meses y medio tuve la fortuna de convivir con personas de una condición social con la que nunca había compartido. Personas sobre las cuales yo había creado juicios de temor y miedo, ubicándolas como malhechores, drogadictos, cholos, etc. Los trabajadores de las fábricas eran un enigma para mí, los consideraba violentos, agresivos y prácticamente insensibles. No era consciente de esta forma de verlos, yo me creía una persona muy abierta y que aceptaba a todos mis hermanos, creía que tenía mucha facilidad para ubicarme de igual a igual con otro y de entablar relaciones con facilidad. Hoy (y durante la experiencia) reconozco mis limitaciones al ver y comprender la realidad, caí en la cuenta que miraba desde la seguridad que me habían brindado mis padres o desde las comodidades del hogar. El saberme y sentirme desprotegido, sin nombre, sin estudios, sin dinero, sin conocidos, prácticamente solo con el Señor y con mi compañero, me abrió a ver la realidad con otros ojos, a mirar al mundo como Cristo lo mira, me ubico en mi realidad de creatura justo al lado de los obreros, migrantes y desempleados con los que me crucé en el camino.
Mi visión sobre el mundo obrero es otra, ya no puedo verla parcialmente y al totalizarla aparece una inmensidad de ambigüedades propias del ser humano ante las cuales es muy difícil hacer un juicio. No son pobres y obreros porque quieran, tienen opciones y a la vez las tienen cerradas, su prioridad son sus hijos y a la vez los dejan por satisfacer placeres personales, quieren una vida mejor en el futuro y son inmediatistas. Desde mis esquemas podría juzgar que no planean, no se organizan y viven superficialmente, desde su realidad, son alegres, felices y disfrutan la vida.
Es muy fácil en ellos encontrar signos del Reino y es muy difícil que hablen de Dios, son muy contradictorios y a la vez muy transparentes. Me enseñaron a reconocer mis ambigüedades y aceptarlas, a dejar de juzgar las imperfecciones de los demás y a ver la vida y a las personas con totalidad, a reconocer que existen signos de muerte y de resurrección en el mismo lugar.
Esta experiencia y todo lo redactado anteriormente solo tienen sentido vivido y experimentado de cara a Dios. Aprendí a ofrecer el coraje, la humillación, la frustración, la impotencia y experimentar como el Señor me lo transformaba en agradecimiento. Agradecer por vivir algo o un poco de lo que vivió Jesús, ir comprendiendo en una vida de austeridad y abajamiento la encarnación del Señor, su opción por los pobres y su muerte en Cruz.
Hoy puedo decir que esta experiencia me llevó a poner mis seguridades en Dios y esto me abrió a la realidad y a los otros desde una igualdad Evangélica, me sentí profundamente agradecido de tanto bien recibido, logré reconocer que pude vivir todo lo que viví por pura bondad de Dios, que mis fuerzas no son suficientes para hacer lo que hice, que me siento en plenitud e identificado con la Compañía de Jesús, que nada hubiera logrado sin mi compañero novicio y sin la comunidad en el corazón, que la razón por la que entregué todo lo que pude es por amor a Jesús y que la gran mediadora que hace todo esto posible es la Virgen María.
De esta manera puedo acabar diciendo: “Toma, Señor, y recibe; toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo torno; todo es tuyo. Dame tu amor y tu gracia que ésta me basta” (EE.EE. 234)
“Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal.
Haré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra”
(Hch. 2, 17 y 19)
Durante dos meses y medio tuve la fortuna de convivir con personas de una condición social con la que nunca había compartido. Personas sobre las cuales yo había creado juicios de temor y miedo, ubicándolas como malhechores, drogadictos, cholos, etc. Los trabajadores de las fábricas eran un enigma para mí, los consideraba violentos, agresivos y prácticamente insensibles. No era consciente de esta forma de verlos, yo me creía una persona muy abierta y que aceptaba a todos mis hermanos, creía que tenía mucha facilidad para ubicarme de igual a igual con otro y de entablar relaciones con facilidad. Hoy (y durante la experiencia) reconozco mis limitaciones al ver y comprender la realidad, caí en la cuenta que miraba desde la seguridad que me habían brindado mis padres o desde las comodidades del hogar. El saberme y sentirme desprotegido, sin nombre, sin estudios, sin dinero, sin conocidos, prácticamente solo con el Señor y con mi compañero, me abrió a ver la realidad con otros ojos, a mirar al mundo como Cristo lo mira, me ubico en mi realidad de creatura justo al lado de los obreros, migrantes y desempleados con los que me crucé en el camino.
Mi visión sobre el mundo obrero es otra, ya no puedo verla parcialmente y al totalizarla aparece una inmensidad de ambigüedades propias del ser humano ante las cuales es muy difícil hacer un juicio. No son pobres y obreros porque quieran, tienen opciones y a la vez las tienen cerradas, su prioridad son sus hijos y a la vez los dejan por satisfacer placeres personales, quieren una vida mejor en el futuro y son inmediatistas. Desde mis esquemas podría juzgar que no planean, no se organizan y viven superficialmente, desde su realidad, son alegres, felices y disfrutan la vida.
Es muy fácil en ellos encontrar signos del Reino y es muy difícil que hablen de Dios, son muy contradictorios y a la vez muy transparentes. Me enseñaron a reconocer mis ambigüedades y aceptarlas, a dejar de juzgar las imperfecciones de los demás y a ver la vida y a las personas con totalidad, a reconocer que existen signos de muerte y de resurrección en el mismo lugar.
Esta experiencia y todo lo redactado anteriormente solo tienen sentido vivido y experimentado de cara a Dios. Aprendí a ofrecer el coraje, la humillación, la frustración, la impotencia y experimentar como el Señor me lo transformaba en agradecimiento. Agradecer por vivir algo o un poco de lo que vivió Jesús, ir comprendiendo en una vida de austeridad y abajamiento la encarnación del Señor, su opción por los pobres y su muerte en Cruz.
Hoy puedo decir que esta experiencia me llevó a poner mis seguridades en Dios y esto me abrió a la realidad y a los otros desde una igualdad Evangélica, me sentí profundamente agradecido de tanto bien recibido, logré reconocer que pude vivir todo lo que viví por pura bondad de Dios, que mis fuerzas no son suficientes para hacer lo que hice, que me siento en plenitud e identificado con la Compañía de Jesús, que nada hubiera logrado sin mi compañero novicio y sin la comunidad en el corazón, que la razón por la que entregué todo lo que pude es por amor a Jesús y que la gran mediadora que hace todo esto posible es la Virgen María.
De esta manera puedo acabar diciendo: “Toma, Señor, y recibe; toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo torno; todo es tuyo. Dame tu amor y tu gracia que ésta me basta” (EE.EE. 234)
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