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En un hospital de Chiapas

"La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey Eternal”
(San Ignacio de Loyola)

Por Luis Manuel Vizcaino Guevara nSJ

Todos los novicios de primer año pasamos por la experiencia de hospitales, en ella como dicen las Constituciones, comemos, dormimos y servimos en algún hospital por un mes o poco más. A Esteban y a mí nos tocó en el Hospital San Carlos en Altamirano, Chiapas. Este hospital lo atienden las Hijas de la Caridad y brinda atención a bajo costo o gratuita a la gente de la región, especialmente a los indígenas que tienen más difícil acceso a esta clase de servicios.En el hospital estuvimos sobre todo en las áreas de Pediatría y Hospitalizados.

Para mí, fue la oportunidad de ver en las personas el rostro de Dios que padece día con día ante tanta miseria y abuso. Pero también el rostro amoroso que les tiende la mano y busca para ellos algo mejor que esas condiciones en las que viven.En la experiencia, nosotros colaborábamos en lo que podíamos, pero más que colaborar, fuimos enseñados en el día a día con lecciones de vida: la amistad que rompe barreras de lengua y cultura; la solidaridad que tenían entre sí las personas que llegaban al hospital para cuidarse y apoyarse entre ellos o la compasión de las hermanas, que toda su vida era atender amorosamente a los más desfavorecidos.

Después de esta experiencia, no me queda la menor duda que el Señor Jesús se manifiesta especialmente entre los pobres y los sencillos.Durante la experiencia, tratamos de servir desde lo bajo, lo humilde; barrer, trapear, cambiar pañales, preparar agua para que se bañen los pacientes, tallar techos, repartir medicinas y leche, etc. y también esto permite ver que en acciones que parecen insignificantes o denigrantes, se aporta y se vive la alegría evangélica.

Vivir hermanado y sirviendo al prójimo sin esperar nada a cambio es lo que da la felicidad.Pasar todo el tiempo en el hospital nos ayudó a lograr una buena relación con los que viven ahí. Convivimos con enfermeras, doctores y doctoras que viven en un albergue y con muchos familiares que contaban sus historias, y abrían el corazón sin más.

Me conmovió la realidad que vive la gente: ver como el gobierno durante años les ha estado quitando sus tierras y abusado de ellos sin que pueda oírse su grito de dolor y sin encontrar solución a sus problemas; pero a la vez, fue el encontrarme con una fe fortísima que los hacía confiar, y aunque tuvieran diferentes credos, reconocerse hijos del mismo Padre que nunca los desampara.Por último, casi al final de la experiencia nos pidieron que diéramos unos retiros. Fue una oportunidad para compartir lo que podemos y hablar con el personal sobre lo más importante para sus vidas y nuestras vidas; el Señor que es todo amor y misericordia.

Todavía me tiene sorprendido la fe tan impresionante de esa gente sencilla que me enseñó muchísimo más de lo que esperaba y estoy cada vez más confirmado en que el Señor me llama a servirlo desde los sencillos y los más necesitados y ante todo, compartir la vida que para eso venimos al mundo.

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