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Crucero Espiritual Puente Grande 3/8


Día 3. Un mundo de imagen. Día de las casas. 7 de febrero.

Anoche me quedé leyendo en mi camarote casi hasta la media noche. Pensaba dormirme antes pero la lectura del libro “Luchar y Amar” (Anselm Grun) me envolvió. Juan Bautista, el hombre selvático fue el pretexto ideal para aplazar mi entrega a Morfeo. Del Bautista me admiran su valentía para denunciar la injusticia y su libertad ante los hombres y las cosas materiales. El se reconocía como portador de un mensaje de conversión, como el precursor de Jesús. “Juan no pretende halagos de nadie. Dice lo que siente en su interior. Se presenta sin hacerse lacayo de ningún ser humano. Es interiormente libre.”(Grun, 2010:184) 

Esto me interpeló profundamente porque me parece que muchos vivimos presos de las apariencias. Nuestro mundo ha sido construido en términos de imagen. El éxito económico y social está en el centro de las aspiraciones de los humanos del siglo XXI. La cultura individualista hegemónica trata de invisibilizar la pobreza del 70% de la población mundial. Juan denuncia las injusticias del imperio romano representado por Herodes en Galilea. ¿Cómo nosotros colaboramos - consciente o inconscientemente -   en la consolidación de un mundo que se mueve por apariencias, en el que impera la injusticia? ¿Cómo está mi libertad interior ante la opinión de los demás? ¿Soy libre ante los bienes materiales o hay alguna cosa de la cual no puedo prescindir?

Creo que todos podemos aprender algo de la autenticidad de Juan el Bautista, quien no se dejó doblegar ante los poderosos de su tiempo. A veces nos pasa como a Herodes, quien “habla a gusto con Juan y se siente a la vez intranquilo y perplejo”. Admira la sabiduría y la coherencia de Juan, quisiera ser tan auténtico, recto y transparente como él  “pero tiene miedo a cambiar su vida, a descender de su trono real y a enfrentarse con su propia verdad” (Grun, 2010:184)

Bueno, a mí me cuesta bastante verme como realmente soy. Hay un disfraz que me vuelvo a colocar de cuando en cuando y parte de la dinámica de este crucero espiritual consiste en ayudarme a distinguir lo que realmente soy de lo que con el tiempo voy fabricando para disfrazarme. Porque tenemos miedo a que nos conozcan de verdad. No queremos que otros entren. Vivimos en una cultura donde la gran mayoría somos maestros de las máscaras. Podemos cambiar de rostro según nuestros intereses, pero no nos damos cuenta de que así nunca vivimos con pasión, sólo estamos en la superficie y, así, nos encontramos constantemente insatisfechos. 

Si queremos ser felices necesitamos conocernos, aceptarnos. Saber quién soy realmente me permitirá construirme como persona, poniendo al servicio de los otros mis talentos, y trabajando en mis fallas, disfrutando cada momento… Lo mismo sucede con nuestros grupos sociales y eclesiales. Si están montados en apariencias e intereses egoístas no suelen ser fuente de paz. La Vida nos invita a formar comunidades que no se cierren sobre sí mismas, en sus propios intereses, sino que sean auténticas comunidades de servicio, amistad y confianza.

En este tercer día del crucero tocamos el primer puerto del viaje. Llegamos a una pequeña isla que tiene tres colinas desde las que se contemplan diferentes paisajes. Cuando desperté el barco ya había fondeado. Así que en cuanto terminé de desayunar me lancé a conocer la isla. Me parecieron muy singulares sus caminos empedrados. ¿De dónde salieron éstas piedras tan negras?  Los senderos empedrados contrastaban con los amarillentos pastizales de la estación invernal. Es muy triste, pero es verdad. Este año en México no llovió lo suficiente, las presas y los bordos no tienen agua y grandes extensiones de tierra están totalmente secas. Muchas familias y comunidades enteras están sufriendo la sequía y su más terrible consecuencia: el hambre. 

En mi caminata por la isla hubo tres casas que me llamaron mucho la atención. La primera es una casa que ya conocía. La vi hace unos cuatro años, la primera vez que hice este viaje. En ese entonces ya estaba abandonada. Pero ahora pude ver, más que otros años, el avance en su deterioro. Poco le falta para ser solo ruinas. Dicen los lugareños que la casa era de unos narcotraficantes y que la abandonaron para escapar del Ejército. Otros dicen que era de una familia honorable, pero que en una de las crisis económicas, se las quitó el banco. Sea como fuere yo me vi impulsado a entrar una vez más. No pude soportar la curiosidad de sentir las condiciones internas de la casa y de disfrutar la vista que desde ella se tiene del valle y del mar. 

Esta casa me enseña que puedo diseñar un excelente proyecto personal de vida (buscando el éxito a toda costa), en una hermosa colina (status social) pero que si no enfrento mis sombras y no reconozco mis debilidades puedo acabar igual que la casa. Con un cascarón muy bello (estructura exterior) pero con una sequedad y deterioro terrible en el corazón. Un hombre que en el fondo estaría destruido, en ruinas. 

Estar en esa casa abandonada también me recordó que cuando sólo me veo a mi mismo, y me aferro al pasado (conmiserándome de mis pecados y mis errores) me pierdo de disfrutar el momento presente. Si solo veo los muros derruidos, las ventanas rotas y los pisos agrietados de mi pasado, no puedo apreciar los hermosos paisajes que hay en mi presente y en el horizonte esperanzador de mi futuro.

Esa casa pudo ser la más bonita, estar llena de luz y ser habitada por una familia unida, que pudiera contemplar la excepcional panorámica del valle, pero hoy es, quizá, la casa más fea del lugar. Está en ruinas, apagada. Ojalá que eso no suceda con nosotros.

También  me encontré con una cabaña con muchos detalles de madera que estaba abandonada. Ya estaba terminada, le faltaban algunos muebles para que los dueños pudieran habitarla, pero un día “vino la lluvia, bajaron las crecientes” y se dieron cuenta de que un arrojo que pasa por debajo de la entrada de la casa se desborda siempre que llueve, inundando el primer piso. Esto fastidió los planes del constructor y de la familia que la iba a habitar. Esa cabaña, a punto de terminarse, y sin ser nunca habitada, tiene ya tres años en venta. Nadie la ha comprado. Ella me recordó aquél pasaje que recomienda construir sobre roca firme. Me advierte que si no pongo cuidado en el terreno que construyo mi vida corro el riesgo de acabar inundado de soledad, de violencia, de miedo. Si construyo sobre mi egoísmo puedo acabar solo, amargado, deshabitado.

 En cambio, si construyo sobre roca firme, sobre Cristo, ningún arroyo o creciente afectarán mis cimientos. Si tengo como fundamento a Dios, ni mi pecado, ni la depresión, ni el miedo podrán inundar mi corazón. El Supremo Capitán que siempre me acompaña, no permitirá que mi cabaña-vida sea derribada.

El último lugar que visité en la isla fue el hermoso jardín de una casa de campo. Impresionante. Es el único jardín de los que vi en mi caminata que tiene todo el pasto verde. Eso quiere decir que hay alguien que lo riega todos los días, que lo cuida con esmero. Este jardín me inspiró mucha paz y me quedé contemplándolo un buen rato. - ¿Qué más da si la casa es pequeña, si tiene tan hermoso jardín? – me pregunté.

Esa casa de campo con su jardín me hizo reflexionar que puedo cuidar mi jardín (vida interior) y que sólo así puedo ser fuente de paz en este mundo violento. Sólo regando mi jardín con la oración, la Eucaristía y el discernimiento espiritual frecuente puedo ser verde pradera dónde otros que vienen del desierto encuentren descanso. La Vida de Dios en nosotros es esa Agua que nos mantiene verdes y acogedores para que otros se acerquen a reparar sus fuerzas. Todos necesitamos esa agua viva que nunca se acaba. 

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