Día 6. “Necesitamos espacios
verdes”. 10 de enero de 2012.
Hoy
llegamos a otro puerto. Después del buceo de ayer quedé muy cansado, pero no
dejé de levantarme para aprovechar la sesión de Tai-chi que hay todos los días
en el tercer piso del crucero. Hacerme consciente de cada parte de mi cuerpo
mediante los ejercicios de respiración y el movimiento suave es para mí
bastante placentero y restaurador.
Estar
“aquí y ahora” no es fácil para mí y ese tipo de ejercicios me ayudan a “estar
en donde estoy”. La dificultad para estar presentes a nosotros mismos parece
ser un hecho generalizado sobre todo en las ciudades, en las que la mayoría
estamos siempre corriendo de un lado para otro, inmersos en una dinámica de
actividades que se suceden, una tras otra, hasta que llega la noche. Las
consecuencias: vivimos en constante tensión, sin disfrutar de cada momento y
acabamos cada día “muertos”. La vida se ha vuelto rutinaria para muchos quiénes
enfrentamos el reto de cumplir con un horario rígido, de realizar tareas muy
precisas que hay que terminar para pasar a la siguiente. La mayoría trabajamos
los sábados así que solo contamos con el domingo para descansar. Pero en casa
siempre hay mucho trabajo, lavar ropa, arreglar desperfectos, y salimos a
visitar familiares, a la plaza o al cine, etc. Es un ritmo de vida difícil de
llevar.
El hecho es que nos faltan espacios verdes para sentirnos, gozar,
descansar, reflexionar, orar, conversar…
Pocos
son los que tienen el privilegio de darse una hora cada día para orar, meditar,
estar consigo mismos, pintando, aprendiendo a tocar algún instrumento,
fotografiando su alrededor…
La gran
mayoría de los citadinos “trabajan como burros” para vivir al día. Alguna vez
pensé que a nuestra sociedad capitalista le vendría bien tener los miércoles
libres, o sea trabajar solamente lunes, martes, jueves y viernes. Creo que eso
nos permitiría estar más tiempo con la familia, los amigos, y claro, con
nosotros mismos, con Dios. Pero no creo que mi idea les guste mucho a las
empresas trasnacionales, a los dueños de los comercios, fábricas, ranchos, ni a
ciertos gobernantes, porque se dejaría de producir y con ello se afecta la
macroeconomía, supongo.
Bien,
pues como es difícil que el esquema de doble descanso semanal se haga realidad,
te invito a que, por lo menos, cuando
puedas –¿porqué no hoy mismo?- te tomes diez minutos para ti mismo, que te
sientes con la espalda recta en una silla, los pies firmes sobre el suelo y las
manos sobre tus muslos, cierres tus ojos y luego a que respires profundamente
diez veces… después, abandónate, siente cada parte de tu cuerpo, descansa… y
siente el abrazo de Dios.
Pues hoy
en el crucero tuve varias experiencias bonitas. La primera fue la siesta hora y
media que resultó bastante reparadora. Luego tuve la entrevista con el capitán
Ramón y le contaba de cómo, a veces he sido motivo de escándalo para algunos
amigos que tengo desde los tiempos de la universidad. Ellos y yo fuimos
formados en un ámbito de Iglesia tradicional
y yo creo que me ha faltado sensibilidad para transmitirles lo que voy
encontrando respecto a algunas tradiciones y normas de la Iglesia. Son
experiencias que me han hecho crecer, cambiar de enfoque, especialmente en lo
que tiene que ver con la imagen de Dios, con los pobres, con nuestra
sexualidad. El capitán me hizo ver que no conviene mucho hablar de cosas que a
la gente le genere dudas. Coincidí con él en que lo importante es saber
transmitir el mensaje y la vida de Jesús, no tanto las teorías o los dogmas.
A las
12:00 p.m. jugué basquetbol. Hice equipo con el exboxeador de la generación, el
contador y el jesuita español más corpulento. En el otro equipo estaban uno de
León, uno de Oaxaca , uno de Guadalajara y otro de Chihuahua. Todo fue muy divertido
hasta que, casi al final, en una jugada salté y me torcí el tobillo al caer
sobre el píe de otro. Afortunadamente puedo caminar.
Con todo
y el píe lastimado, me fui a caminar por el pueblo (uno nunca sabe si volverá a
los mismos puertos en el siguiente viaje). San Antonio es pequeño y para llegar
desde el embarcadero al centro se hacen 20 minutos caminando. Llegué y percibí
algunas diferencias. El pueblo está creciendo, varios fraccionamientos nuevos,
una casa acá y otra allá que hace un año no estaban. Cruce la plaza principal y
me senté cerca de la estatua del P. Miguel Agustín Pro. Quería ver si ya le
habían repuesto un brazo que le habían tumbado el año pasado. Sí,
afortunadamente ya estaba completa la estatua de piedra caliza, con sus brazos
en forma de cruz, tal como aparece en las fotos de cuando lo fusilaron en 1927.
La novedad es que ahora tiene un rosario colgado en una de sus brazos.
Entre al
templo de San Antonio a seguir meditando los Evangelios y había Misa de 5:00,
incluso pasé a leer la primera lectura. No es algo que haga con mucha
frecuencia. Al salir me encontré con varios puestos de comida y no pude
resistirme a comprar un elote y unos churros de postre.
Caminaba
de regreso cuando mi mirada se cruzó con la de un hombre que estaba acostado
sobre una cobija al lado del camino. Sus ojos me pedían algo. No pude volver la
mirada y dejarlo atrás. Le ofrecí un churro que aceptó gustoso. El hombre, de
unos cuarenta años, me invitó a sentarme en una piedra y así empezamos una
conversación sincera que duró alrededor de media hora. El “Gorupo” me contó que
tenía seis hijos con dos mujeres. Había sufrido mucho por su alcoholismo y por
los conflictos familiares. Me sentí como instrumento del Capitán, permitiéndole
hablar, dejando que se desahogara. Pude ver en sus ojos el dolor de muchos
padres y madres que no están bien con sus hijos. Hombres y mujeres que han sido
marginados de sus familias por resentimientos de sus hijos y/o parejas, a causa
de errores que cometieron en el pasado.
Regresé
al embarcadero a paso veloz porque el sol estaba cayendo y llegué a tiempo para
la celebración con los hermanos de mi grupo. Me dio mucho gusto que dos de
ellos, que rara vez hablan, compartieran lo que Dios les ha ido regalando en
este Crucero Espiritual. Como el día de hoy lo dedicamos sobre todo a
contemplar a Jesús en los Evangelios tomé un libro (Jesús, el galileo, del jesuita mexicano David
Fernández) para complementar la oración y la reflexión, me está gustando.
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