Por: Alejandro Ridruejo
El silencio, en sus dos modalidades: interior y exterior, es un componente muy importante para poner calma y serenidad en el complejo mundo de emociones y deseos.
El silencio exterior, la paz generada por la ausencia de ruido, se convierte en condición indispensable para la escucha y en la vía de acceso al mundo interior.
El silencio interior, la parada consciente del flujo de pensamientos, sentimientos, de la misma imaginación, incluso el corazón parece detenerse, es un momento privilegiado para dejar expedito el camino para una vida más profunda.
Hay otros silencios: el silencio frío, negativamente elocuente: no hay nada que decir; el silencio vacío indicando aislamiento; el silencio horrible generado por el odio; el silencio de los frustrados que esconde un fracaso. El hombre actual, amante de la libertad, desconoce la disciplina fuera del ámbito de su trabajo; en nuestra civilización está ausente la concentración.
Esto provoca un cierto estado de inmadurez psicológica que se manifiesta por el miedo a quedarse a solas con uno mismo. Estar en silencio, sin beber, leer o fumar, es imposible para la mayor parte de nuestros coetáneos.
El silencio auténtico deja espacios libres para la vida trascendente, para una misión social positiva, para la solidaridad cósmica, colaborando así, eficazmente, en al advenimiento de la civilización del amor.
El silencio, en sus dos modalidades: interior y exterior, es un componente muy importante para poner calma y serenidad en el complejo mundo de emociones y deseos.
El silencio exterior, la paz generada por la ausencia de ruido, se convierte en condición indispensable para la escucha y en la vía de acceso al mundo interior.
El silencio interior, la parada consciente del flujo de pensamientos, sentimientos, de la misma imaginación, incluso el corazón parece detenerse, es un momento privilegiado para dejar expedito el camino para una vida más profunda.
Hay otros silencios: el silencio frío, negativamente elocuente: no hay nada que decir; el silencio vacío indicando aislamiento; el silencio horrible generado por el odio; el silencio de los frustrados que esconde un fracaso. El hombre actual, amante de la libertad, desconoce la disciplina fuera del ámbito de su trabajo; en nuestra civilización está ausente la concentración.
Esto provoca un cierto estado de inmadurez psicológica que se manifiesta por el miedo a quedarse a solas con uno mismo. Estar en silencio, sin beber, leer o fumar, es imposible para la mayor parte de nuestros coetáneos.
El silencio auténtico deja espacios libres para la vida trascendente, para una misión social positiva, para la solidaridad cósmica, colaborando así, eficazmente, en al advenimiento de la civilización del amor.
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