02 de mayo de 2007
¿Qué clase de nación es aquella que no es capaz de ofrecer a sus hijos nada mejor que la muerte?
Por Fernando Morales, L.C.
Cuando en 1492 Cristóbal Colón y sus compañeros vieron por primera vez a los habitantes de América nadie tuvo la menor duda de que se trataba de seres humanos. Si bien su atuendo y el color de piel eran diferentes, eran muchas más las semejanzas que los hermanaban. Pero algunos conquistadores no tardaron en advertir lo útil que podía ser considerar “infrahumanos” a los indígenas. Hoy la historia se repite.
Nadie ponía en duda que en el vientre de una madre encinta hay un ser humano que se desarrolla, que siente y que debe ser protegido. Los indígenas podían ser esclavizados y utilizados para todos los trabajos que un europeo no quisiera realizar y sin derecho a recompensa. ¿Cómo podrían defenderse ante el poder militar de Europa? Sólo se necesitaba el reconocimiento público de su inferioridad. Fue así como inició un encendido debate en defensa de los indios, encabezado por Fray Francisco de Vitoria y otros dominicos en la Universidad de Salamanca. “Son seres humanos con los mismos derechos que nosotros”. Tan iguales que acabaron por fundirse con Europa en una sola cultura que hoy llamamos latinoamericana.
Pero ¿por qué tuvieron que ser unos frailes quienes defendieran los derechos humanos? ¿Acaso se trataba de una cuestión religiosa? Hoy basta ponernos de acuerdo sobre la inferioridad del no nacido para poder eliminarlo. Un papel declara públicamente que no tenemos la misma dignidad, para nuestro beneficio. ¿Por qué tiene que ser la Iglesia la que defienda los derechos humanos? ¿Se trata de una cuestión religiosa?
¿Y si alguien pretendiera legalizar el asesinato de niños indígenas para utilizar sus órganos con fines terapéuticos o simplemente para que no sufran la pobreza y el hambre? Tan solo plantearlo da vergüenza. ¿Qué clase de nación es aquella que no es capaz de ofrecer a sus hijos nada mejor que la muerte? Ciertamente hay algunos seres humanos que no tienen sangre indígena en sus venas, pero absolutamente todos hemos sido un feto y un embrión.
Es verdad que, tristemente, aún hoy conocemos casos indignantes en que los indígenas son tratados como animales. Pero sabemos que ningún ser humano sensato permitiría una ley que lo legitimara. Sabíamos que, desgraciadamente, había abortos clandestinos. Pero también sabíamos que nuestra sociedad no pactaba con el asesino. Hoy, sin embargo, no podemos decir lo mismo. Hoy no podemos estar tan orgullosos de ser hombres porque ya no somos todos iguales. Hoy estamos de luto, y lo estaremos hasta el día en que podamos volver a decir que en el mundo todos los seres humanos valemos lo mismo.
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