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El silencio de la lengua

Fuente: http://www.cistermex.com.mx/espiritualidad.php


Una de las principales muestras de silencio es saber callarse, es dejar de hablar. El silencio de la lengua, de la boca, es importante para el silenciamiento profundo de la persona.

Desde la antigüedad, los monjes, como los cartujos y los trapenses, vivían gran parte de sus días inmersos en un silencio sagrado, en busca de una espiritualidad profunda. El hablador, como el pez, "por su propia boca muere". Hablador es sinónimo de mentiroso, persona que dice y no hace. La verborrea, es decir hablar en exceso, produce como la diarrea en el cuerpo, debilidad en el espíritu, todo se va haciendo superficial y pierde su importancia. Una de las primeras cosas que exige el silencio es ser dueños de la propia lengua y saber callar aunque se pudieran decir muchas cosas.

El apóstol Santiago dice que "la lengua es muy pequeña, pero quien la domina es un hombre perfecto, capaz también de marcar el rumbo a todo el cuerpo" (St 3, 2). Son muchos los estragos que causa la lengua suelta del que no sabe guardar silencio: produce incendios, envenena y se necesita mucha firmeza para dominarla, "más fácil es amansar a una fiera" (St 3,1-12).

El Evangelio dice que debemos guardar silencio en nuestros enojos porque "el que le dice a su hermano imbécil o maldito de Dios será digno de castigo", (Mt 5, 22). Por eso es mejor callarse. Jesús afirma también de una manera amenazante: ''yo les aseguro que el día del Juicio los hombres tendrán que dar cuenta hasta de las palabras ociosas que hayan dicho" (Mt 12, 36).
San Pablo regaña a las mujeres chismosas que hablan de más, se meten en lo que no les importa y dicen tonterías (1 Tm 5,13). El libro de los Proverbios afirma que "en las muchas palabras no falta el pecado" (Pr 1,19). Y dice también que "la boca del tonto esparce idioteces" (Pr 15,2).
El libro del Eclesiástico nos manda que sepamos guardar silencio en muchas de las cosas que oímos: "los que saben guardar silencio son gente de verdad inteligente" (20, 1). Este mismo libro, en otras partes, también dice: "hay gente que se hace odiosa e insoportable por su mucho hablar" (20, 5-8). "Hay quien calla por no tener respuesta y quien se calla porque sabe cuándo hablar" (20, 6). "El sabio guarda silencio hasta que conviene, pero el fanfarrón y el tonto hablan antes de tiempo" (23,13). "Muchos han caído a filo de la espada, pero no tanto como los caídos por la lengua" (28,1S). "Si sabes una cosa, responde a tu prójimo, si no, tápate la boca" (5,12). "A tus palabras pon balanza y peso, a tu boca pon puerta y cerrojo" (29,25). "Mejor es resbalarse en un empedrado que resbalarse con la lengua" (20,18).

En la Biblia, el sabio exclama: "¿quién pondrá un guardia en mi boca y en mis labios un cerrojo de prudencia para que no llegue a caer por su culpa y que mi lengua no me pierda?" (Eclo 22,27). Y el salmista lo convierte en oración:
"pon Yahvé, un centinela en mi boca y un vigía a la puerta de mis labios" (Sal 141,3).

Los místicos juzgan superior la experiencia de la contemplación silenciosa o del amor sin palabras, al orar en lenguas, al desahogo de su corazón con tarareos de amor; sin embargo, ambas formas son agradables al Señor. Santa Teresa experimentó estas dos formas de oración.

Muchas veces, una de las mejores formas de ayudar a alguien es saber escucharlo, guardando silencio; otras veces hay que compartir el silencio ajeno no echándolo a perder con palabras.
Un filósofo antiguo decía: "tenemos dos orejas y una sola boca, precisa­mente para escuchar más y hablar menos" (Zenón de Citio c. 111 a, C).

Saber guardar silencio es pues saber hablar sólo cuando conviene y del modo que conviene. Pitágoras decía: "no sabe hablar, quien no sabe callar" y por eso el dicho popular "la palabra es plata, pero el silencio es oro". También dijo Pitágoras: "el que habla siembra, en cambio, el que escucha, recoge, cosecha".

Epicteto, filósofo griego, decía: "si habláramos sólo cuando es preciso, raramente despegaríamos los labios".

Píndaro decía que muchas veces lo que se calla causa más impresión que lo que se dice.

El escritor inglés José Addison dice: "el silencio nunca muestra de manera más grande su superioridad frente a las palabras, como cuando se emplea como réplica a la calumnia y a la difamación. ¿Por qué?".

Paúl Masson afirma que "el hombre supera al animal con la palabra, pero con el silencio se supera a sí mismo". Y Abigail Van Barreen dice, "cuanto menos habla uno, más lo escuchan".

Juan Rulfo, por su parte, escribió: "dicen que los silencios son más emotivos y elocuentes que las palabras, así que... vamos a quedarnos callados, ¿no?".
Sólo en el silencio eterno de Dios puede resonar la palabra eterna de Dios.

Dios no pronunció multitud de palabras, sino sólo una; en esa única palabra que sigue resonando. Dios ha dicho y sigue diciendo todo.
En la Biblia se usa muy pocas veces la palabra silencio, pero si muchas veces la palabra escuchar, u otras que se pueden considerar como sinónimos. El silencio forma parte de la higiene mental y es una condición de salud, ya que por las palabras desperdiciamos energía, en cambio, por el silencio recogemos esa energía.

En sentido literal, callar es controlar y dominar la lengua. Cuando se domina la lengua se afina el oído. "El que domina su lengua domina todo su cuerpo" (St 3,2).
Por la palabra se puede curar, consolar, instruir, pero también se puede matar, desfigurar, mentir, calumniar, maldecir. Guardar silencio nos hace capaces de escuchar; orar no es sólo hablar a Dios, es sobre todo escucharlo. "Escucha, Israel..." es el primer mandamiento, callarse es hacerse capaz de Dios, como María, que escuchaba y meditaba todas estas cosas en su corazón.

El silencio empieza cuando huimos de los ruidos exteriores e interiores y entramos en una escucha atenta y se permanece en el que es. Estrictamente hablando, el silencio no hay que hacerlo, ya existe, está ahí, basta quitar las palabras, basta callarse, como una página en blanco, que tampoco hay que hacer, está ahí, inmaculada bajo las líneas. En el desierto, el silencio exterior está al servicio del silencio interior, puede uno callarse sólo para que empiecen a bullir pensamientos, fantasías, recuerdos, inquietudes, pendientes, deseos no cumplidos, remordimientos, sentimientos.

Si el discurso interno no se detiene, hay que arrojarlo contra la roca, que es el nombre de Jesús. Soledad, silencio, invocación del nombre son elementos funda­mentales de la práctica hesicasta.

La meta es llevar a esta inviolable tranquilidad del corazón, a este corazón silencioso que no juzga, no calcula, no cuenta... Un corazón silencioso es capaz de un verdadero amor, no sólo hacia Dios en la contemplación, sino también hacia los demás; amar lo que son, no lo que debería ser.

No se trata de hacer del silencio un ídolo. Hay silencios hipócritas, cobardes, silencios de incomunicabilidad. El silencio de los labios debe conducir al silencio del corazón, que puede llevar al silencio del espíritu.

El silencio es un don que nos puede adquirir por nuestras propias fuerzas, por nuestra ascesis o por nuestra esperanza. En este instante no se piensa más que en Dios.

La verdadera oración no es pensar en Dios, es estar con El, dejarlo ser, dejarlo respirar en nuestro soplo. No hay que pensar sólo en guardar silencio sino pensar más bien que le silencio le guarde a uno.

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