Por José Octavio Mora Muñoz
Presumen de amor a la democracia pero no han condenado los abusos de las dictaduras comunistas del siglo pasado, se ostentan como amantes de la libertad pero descalifican de antemano cualquier argumento que les parece afín a alguna confesión religiosa, presumen de tolerantes pero no toleran que alguien defienda la vida sin titubeos. Esta es la ilógica lógica de los abortistas de principios del siglo XXI.
Hace unos días en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal –en un primer término- y posteriormente a nivel federal, se sometió la propuesta de legalizar el aborto. Las voces que se levantaron para rechazar esta propuesta inmediatamente han sido descalificadas como “reaccionarias”, “conservadoras”, “moralistas” y “confesionales”. Se ha pretendido así descalificar en principio cualquier diálogo real sobre esta temática.
En el estudio de la lógica existe un sofisma llamado “falso dilema”, el cual consiste en pretender que solamente existen dos posibilidades de elección, cuando en realidad existen más. Ejemplo de esto es aquel chiste del tipo que se paró frente a una multitud y dijo –mientras trazaba una línea imaginaria divisoria-: “De aquí pa’ acá todos son jotos, y de aquí pa’ allá todos chin… a su madre”. Inmediatamente uno de los que estaban en el primer supuesto protestó diciendo “Oiga, yo no soy joto”, a lo que el tipo contestó: “Entonces pásele a ching… a su madre”.
Esta jocosa historia es ejemplo del sofisma antes mencionado, y es el mismo argumento que intentan arraigar los partidarios del aborto en la mentalidad colectiva. Pretenden que de un lado esta la ciencia y la salud reproductiva –como ellos la entienden- y del otro la intolerancia oscurantista y el dogma. En realidad los argumentos de quienes defienden el supuesto “derecho al aborto” se basan en sentimentalismos y radicalismos ideológicos, y no en argumentos científicos reales. La verdad es que la ciencia y la fe están ahora del mismo lado, y el sentimentalismo ideologizado del otro.
La peligrosa alianza que se ha tendido en occidente entre la democracia y el relativismo ético ha afectado la construcción del bien común y esta conduciendo a la ruina de la democracia misma. La razón es que la democracia se sustenta en un valor absoluto: la idéntica igualdad del débil frente al fuerte.
Para evitar caer en radicalismos ideológicos el eje central de la discusión debe centrarse en la dignidad de la persona. Más allá de las circunstancias que puedan rodear a un embarazo –calentura desmedida, violación, deformaciones en el mal llamado “producto”, etc.- lo importante es si ya existe un ser humano. Si es así, todo el resto de la discusión carece realmente de sentido.
De acuerdo a investigaciones científicas cada parte del cuerpo de una persona –incluyendo su pelo y uñas- tienen el mismo código genético. Sin embargo, el niño no nacido no es “parte” del cuerpo de la mujer, como pretenden los abortistas. Desde el momento mismo de la concepción posee un ADN distinto, lo cual implica que es un sujeto distinto al de la madre –aunque claro que depende de ella-. Es decir, según la ciencia es un ser humano definitivamente.
Antes de que los nazis decidieran exterminar a los judíos en masa, les declararon “personas no deseadas”. Hoy, para justificar el aborto se habla de “niños no deseados”.
Un estado que subordina el derecho a la vida de los débiles a la voluntad de los fuertes es un estado fascista. En este sentido la gran incongruencia de la izquierda es que –al menos en teoría- surgió para defender a los débiles frente a los poderosos, y hoy defiende el “derecho” de eliminar a los más débiles.
Los argumentos de quienes respaldan este infanticidio se dirigen al sentimiento y no a la razón. Que si es producto de una violación, que si la niña trunca su vida, que si no tiene posibilidades económicas o viene defectuoso, etc.. En el debate se excluye sin embargo la cuestión central: ¿Hay una vida humana o no?
Lamentable es la muerte de miles de mujeres a consecuencia de abortos mal practicados, pero también lo es la muerte del mismo número de niños que los partidarios de la nueva legislación pretenden ocultar. La propuesta del PRD intenta combatir las consecuencias y no las causas del problema.
Para colmo y ante la falta de argumentos científicos, la propuesta fue acompañada de una mezcla de intolerancia religiosa proveniente de una mentalidad laicista de tipo decimonónica. Tal parece que estos autoproclamados “defensores del estado laico” se han olvidado que el objetivo del mismo no es tener una sociedad laicista, sino garantizar la libertad de conciencia. Las Iglesias cumplen con su función de orientar moralmente a los fieles, y eso no debe ser motivo de escándalo para los escrupulosos que han dogmatizado sobre el estado laico.
Valiente y decidida fue la actitud de nuestros Obispos y de varias organizaciones civiles, ya que lo que se debate no es una cuestión religiosa sino de respeto a la dignidad humana. El fundamento de la sociedad misma es lo que está en juego. Lamentable que el Episcopado sugiriera como posible medida un “plebiscito”. Hay cosas que no pueden someterse a la voluntad de las mayorías, como el derecho a la vida. En unas semanas los católicos celebraremos la Semana Santa, y recordaremos que fue un “plebiscito” el que condenó a muerte a Jesús. También recordaremos la cobardía de la autoridad civil (Poncio Pilatos) para defender la vida de un inocente, por miedo a perder el apoyo popular.
Tal parece que varios de los diputados no han caído en la cuenta que lo que se debate es el derecho a la vida. El jueves 23 del presente mes, una manifestación de agrupaciones opositoras al aborto se dirigieron rumbo a la Asamblea Legislativa y no fueron recibidos por el legislador Víctor Hugo Cirígo, quien sometió a debate la propuesta. Esto es prueba de la gran capacidad de diálogo de nuestros representantes. Tal como expresaba una de las mantas en aquella manifestación: “Cobardes para salir, valientes para matar”.
Presumen de amor a la democracia pero no han condenado los abusos de las dictaduras comunistas del siglo pasado, se ostentan como amantes de la libertad pero descalifican de antemano cualquier argumento que les parece afín a alguna confesión religiosa, presumen de tolerantes pero no toleran que alguien defienda la vida sin titubeos. Esta es la ilógica lógica de los abortistas de principios del siglo XXI.
Hace unos días en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal –en un primer término- y posteriormente a nivel federal, se sometió la propuesta de legalizar el aborto. Las voces que se levantaron para rechazar esta propuesta inmediatamente han sido descalificadas como “reaccionarias”, “conservadoras”, “moralistas” y “confesionales”. Se ha pretendido así descalificar en principio cualquier diálogo real sobre esta temática.
En el estudio de la lógica existe un sofisma llamado “falso dilema”, el cual consiste en pretender que solamente existen dos posibilidades de elección, cuando en realidad existen más. Ejemplo de esto es aquel chiste del tipo que se paró frente a una multitud y dijo –mientras trazaba una línea imaginaria divisoria-: “De aquí pa’ acá todos son jotos, y de aquí pa’ allá todos chin… a su madre”. Inmediatamente uno de los que estaban en el primer supuesto protestó diciendo “Oiga, yo no soy joto”, a lo que el tipo contestó: “Entonces pásele a ching… a su madre”.
Esta jocosa historia es ejemplo del sofisma antes mencionado, y es el mismo argumento que intentan arraigar los partidarios del aborto en la mentalidad colectiva. Pretenden que de un lado esta la ciencia y la salud reproductiva –como ellos la entienden- y del otro la intolerancia oscurantista y el dogma. En realidad los argumentos de quienes defienden el supuesto “derecho al aborto” se basan en sentimentalismos y radicalismos ideológicos, y no en argumentos científicos reales. La verdad es que la ciencia y la fe están ahora del mismo lado, y el sentimentalismo ideologizado del otro.
La peligrosa alianza que se ha tendido en occidente entre la democracia y el relativismo ético ha afectado la construcción del bien común y esta conduciendo a la ruina de la democracia misma. La razón es que la democracia se sustenta en un valor absoluto: la idéntica igualdad del débil frente al fuerte.
Para evitar caer en radicalismos ideológicos el eje central de la discusión debe centrarse en la dignidad de la persona. Más allá de las circunstancias que puedan rodear a un embarazo –calentura desmedida, violación, deformaciones en el mal llamado “producto”, etc.- lo importante es si ya existe un ser humano. Si es así, todo el resto de la discusión carece realmente de sentido.
De acuerdo a investigaciones científicas cada parte del cuerpo de una persona –incluyendo su pelo y uñas- tienen el mismo código genético. Sin embargo, el niño no nacido no es “parte” del cuerpo de la mujer, como pretenden los abortistas. Desde el momento mismo de la concepción posee un ADN distinto, lo cual implica que es un sujeto distinto al de la madre –aunque claro que depende de ella-. Es decir, según la ciencia es un ser humano definitivamente.
Antes de que los nazis decidieran exterminar a los judíos en masa, les declararon “personas no deseadas”. Hoy, para justificar el aborto se habla de “niños no deseados”.
Un estado que subordina el derecho a la vida de los débiles a la voluntad de los fuertes es un estado fascista. En este sentido la gran incongruencia de la izquierda es que –al menos en teoría- surgió para defender a los débiles frente a los poderosos, y hoy defiende el “derecho” de eliminar a los más débiles.
Los argumentos de quienes respaldan este infanticidio se dirigen al sentimiento y no a la razón. Que si es producto de una violación, que si la niña trunca su vida, que si no tiene posibilidades económicas o viene defectuoso, etc.. En el debate se excluye sin embargo la cuestión central: ¿Hay una vida humana o no?
Lamentable es la muerte de miles de mujeres a consecuencia de abortos mal practicados, pero también lo es la muerte del mismo número de niños que los partidarios de la nueva legislación pretenden ocultar. La propuesta del PRD intenta combatir las consecuencias y no las causas del problema.
Para colmo y ante la falta de argumentos científicos, la propuesta fue acompañada de una mezcla de intolerancia religiosa proveniente de una mentalidad laicista de tipo decimonónica. Tal parece que estos autoproclamados “defensores del estado laico” se han olvidado que el objetivo del mismo no es tener una sociedad laicista, sino garantizar la libertad de conciencia. Las Iglesias cumplen con su función de orientar moralmente a los fieles, y eso no debe ser motivo de escándalo para los escrupulosos que han dogmatizado sobre el estado laico.
Valiente y decidida fue la actitud de nuestros Obispos y de varias organizaciones civiles, ya que lo que se debate no es una cuestión religiosa sino de respeto a la dignidad humana. El fundamento de la sociedad misma es lo que está en juego. Lamentable que el Episcopado sugiriera como posible medida un “plebiscito”. Hay cosas que no pueden someterse a la voluntad de las mayorías, como el derecho a la vida. En unas semanas los católicos celebraremos la Semana Santa, y recordaremos que fue un “plebiscito” el que condenó a muerte a Jesús. También recordaremos la cobardía de la autoridad civil (Poncio Pilatos) para defender la vida de un inocente, por miedo a perder el apoyo popular.
Tal parece que varios de los diputados no han caído en la cuenta que lo que se debate es el derecho a la vida. El jueves 23 del presente mes, una manifestación de agrupaciones opositoras al aborto se dirigieron rumbo a la Asamblea Legislativa y no fueron recibidos por el legislador Víctor Hugo Cirígo, quien sometió a debate la propuesta. Esto es prueba de la gran capacidad de diálogo de nuestros representantes. Tal como expresaba una de las mantas en aquella manifestación: “Cobardes para salir, valientes para matar”.
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