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Penitencia

Fuente: Koinonia.
Semanario y revista digital de la Arquidiocesis de Puebla.

La Iglesia es una sociedad viva que atraviesa los siglos. Su memoria no está sólo constituida por la tradición que se remonta a los Apóstoles, normativa para su fe y para su vida, es también rica por la variedad de experiencias históricas, positivas y negativas, que ella ha vivido. El pasado de la Iglesia estructura en amplia medida su presente. La tradición doctrinal, litúrgica, canónica y ascética nutre la vida misma de la comunidad creyente. A través del peregrinaje terreno, sin embargo, el grano bueno permanece siempre mezclado con la cizaña de manera complicada, la santidad se establece al lado de la infidelidad y del pecado. Y así es como los escándalos pueden obstaculizar el testimonio de la Iglesia de hoy, sin embargo, el reconocimiento de las culpas cometidas por los hijos de la Iglesia puede favorecer la renovación y la reconciliación en el presente.

Desde que Cristo resucitó, el demonio dirige sus asechanzas contra la Iglesia, que es su Cuerpo Místico. Se trata de una guerra sin cuartel que la ataca desde dentro y desde fuera.

Desde dentro, el demonio siembra el error en las mentes de los cristianos con doctrinas que deslumbran a la inteligencia humana y pretenden someter lo divino a lo humano, e impide ver su radical falsedad. Esto explica la difusión de doctrinas erróneas en el seno de la Iglesia, que en nuestra época se hace más activa por contar con poderosos aliados y eficaces medios de difusión de ideas.

Desde fuera de la Iglesia, se obstaculiza en el mundo el cumplimiento de su misión sobrenatural y salvadora, fomentando la difusión de un concepto materialista, e incluso ateo, de la vida, que rechaza todo planteamiento cristiano. Diversas persecuciones más o menos solapadas, pero siempre eficaces, continúa sufriendo la Iglesia en muchos países. Otras veces, el “neopaganismo” lleva en su entraña una oposición frontal a la visión trascendente y sobrenatural del hombre y del mundo, tal como enseña la doctrina católica. Éste intenta recluir la fe al ámbito de la conciencia para construir una sociedad sin Dios, como si fuese posible al cristianismo poner entre paréntesis su fe al actuar en el ámbito profesional o social.

¿Qué otro sentido global podríamos dar, si no, a los atentados contra el Romano Pontífice, a la perversión del mensaje cristiano y de los Sacramentos con teorías provocadoras, a los instintos de profanación del sacerdocio y de la vida religiosa?

¿Qué sentido tiene presentar como progreso el asesinato clínico de millones de criaturas inocentes mediante el aborto, o presionar sobre los matrimonios para que dejen de concebir hijos, o también la destrucción de la juventud mediante la droga, la promiscuidad y el libertinaje sexual y la descapitalización de los más nobles ideales?

No faltan fieles desconcertados, en cuanto que su fe parece quedar alterada. Algunos de ellos se preguntan cómo transmitir el amor a la Iglesia a las jóvenes generaciones, si esta misma Iglesia está imputada por crímenes y por culpas. La Iglesia, aun siendo santa por su incorporación a Cristo, no se cansa de hacer penitencia, ella reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores, y los anima a la reconciliación, labor que necesitamos con urgencia en el mundo. Esta clase de demonios sólo se alejan con ayuno y penitencia.

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